El frustrado Proyecto Huemul

Mientras el mes de marzo de 1951 llegaba a su fin, las noticias de los grandes diarios internacionales señalaban con sorpresa que la Argentina había conseguido fabricar bombas atómicas. En realidad, el anuncio del por entonces presidente argentino Juan Domingo Perón hacía referencia a que en el país se habían logrado realizar reacciones termonucleares controladas. Nunca antes se había conseguido en el mundo controlar un proceso de fusión atómica, lo que posibilitaría la disponibilidad de una gran cantidad de energía a bajo costo que motorizaría los recursos necesarios para la construcción del proyecto peronista de una “Gran Argentina”. El éxito había sido alcanzado por el físico austríaco Ronald Richter, uno de los varios científicos que habían llegado al país luego de la Segunda Guerra Mundial alentados por un proceso a nivel mundial de captación de intelectuales alemanes y de la Europa central. A poco de arribar, en agosto de 1948, Richter consiguió el aval de Perón y el dinero necesario desde el Estado para llevar a cabo su proyecto de investigación, el cual comenzó en 1949 y poco después se instalaría definitivamente en la isla Huemul, frente a la ciudad de San Carlos de Bariloche, en la provincia de Río Negro. Dos años más tarde, el anuncio del éxito de su misión sorprendería a toda la comunidad científica internacional.

El gobierno de Perón, quien asumió la presidencia en 1946, sacó provecho del contexto internacional de posguerra para fortalecer el desarrollo de un proceso de industrialización en el país. Así, el estímulo por incentivar la investigación científica atómica se inscribía dentro del objetivo de conseguir los recursos energéticos necesarios para la “nueva Argentina” y conseguir una autonomía científico-tecnológica. A nivel mundial, el desarrollo atómico había sido empujado en los Estados Unidos por el Proyecto Manhattan, que desde los inicios de la década de 1940 llevó adelante investigaciones y concluyó construyendo las bombas atómicas que se lanzarían sobre las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki en 1945. Esto representa un ejemplo del cambio que experimentó la ciencia durante aquellos años. El prototipo del científico llevando a cabo experimentos pequeños de manera privada le dejaba lugar al de un participante en grandes proyectos auspiciados por el Estado. En definitiva, la ciencia dejaba de ser un fin en sí mismo para convertirse en un medio para alcanzar otro tipo de objetivos. El nuevo tipo de relación ciencia-Estado que se estaba construyendo queda expuesto cuando Richter, pocos días después de instalarse en Huemul en marzo de 1950, recibió la ciudadanía argentina aun cuando no había cumplido el requisito legal de residir dos años en el país.

El marcado interés que el Estado tenía hacia el desarrollo de la ciencia atómica en el país quedó institucionalizado el 31 de mayo de 1950, cuando se creó la Comisión Nacional de Energía Atómica (CNEA). Mientras tanto, las constantes quejas por parte de Richter sobre intromisiones militares en la isla llevaron a Perón a entregarle, mediante una carta personal con fecha del 1 de marzo de 1951, la completa representación de su autoridad en la isla Huemul. Mientras tanto, los físicos locales mantenían su actividad científica al margen de los proyectos estatales. Ninguno asistió a la conferencia de prensa en la que se anunció el éxito de la investigación de Richter. Sin embargo, pronto comenzaron a aparecer las protestas. Enrique Gaviola, uno de los más reconocidos científicos del país, envió un artículo a la reconocida revista Ciencia e Investigación que fue rechazado por su fuerte tono de confrontación. Entre otras denuncias, cuestionaba la simulación de resultados, la falta de honestidad intelectual y el secreto.

Pero cuando la CNEA comenzó a sospechar del éxito del proyecto comandado por Richter, decidió formar una comisión fiscalizadora que en septiembre de 1952 visitó la isla. Finalmente, el fraude salió a la luz. Richter había cometido un error de medición y el logro quedó completamente desacreditado. Su proyecto quedó en el olvido y él debió buscar refugio en otros países, aunque volvería luego a la Argentina, en donde terminaría su vida en 1991. Su legado, no obstante, dejó algo positivo: varios de los instrumentos y la maquinaria comprada para el proyecto fue reubicada y eso ayudó a que los estudios científicos sobre energía nuclear en el país den sus primeros, e importantes, pasos.

Escritor: Martín Luterman