Siempre hay discurso, siempre la impronta del lenguaje está presente en todo aquello que volvemos interés de nuestra percepción. Si esto no fuera correcto, ¿cómo es posible que dos individuos, ante un mismo objeto o fenómeno, perciban realidades diferentes? Esta experiencia de fácil comprobación cotidiana se debe a que nuestra mirada no se comporta como una cámara fotográfica inerte a la hora de percibir el mundo que nos rodea sino que, por el contrario, las imágenes que procesamos a través de lo que vemos participan activamente en la elaboración de múltiples hipótesis, que son confirmadas o descartadas durante el proceso en el que interactuamos, a cada instante, con la realidad que percibimos.
Como señala Paul Watzlawick, no existe una realidad absoluta: sólo visiones o concepciones subjetivas y parciales de ella, muchas veces opuestas entre sí. Resulta evidente que existe una realidad compartida, que podríamos llamar de primer orden, a partir de la cual comprobamos las cualidades físicas de aquello que percibimos y sobre la que elaboramos, no sin leves altibajos o pequeñas discusiones, un consenso estable de permanente seguridad. Por otro lado (siguiendo la línea de pensamiento de Watzlawick) descubrimos un tipo de realidad de segundo orden, según la cual asuntos como la significación o el valor simbólico asignados por cada individuo o conjunto de individuos a los objetos de la realidad (de primer orden) pasan a ocupar el lugar más relevante; en este último caso, el consenso es más débil y oscilante.
Por ejemplo, nadie pone en duda la existencia de un fenómeno de la naturaleza conocido como “nieve”; ahora bien, la significación que le damos nosotros a esa porción de la realidad no es la misma que le dan los esquimales, para quienes la simple y homogénea nieve que nosotros conocemos es percibida y categorizada mediante no menos de cinco palabras, indicando cada una de ellas significados y valores diferentes (textura, color, resistencia, etcétera). Lo incorrecto e ilusorio, por lo tanto, sería tener la certeza de que existe una realidad verdadera de segundo orden, y que esta realidad está en manos de aquellas culturas consideradas normales o más civilizadas.
Esta breve introducción nos permite acercarnos de manera crítica a lo que suele definirse, en el arte del cine, con el nombre de documental. ¿Registro objetivo o tratamiento creativo de la realidad; instrumento de persuasión y propaganda; presentación manipulada y resignificada del mundo; herramienta de denuncia y desenmascaramiento social? Muchas definiciones y maneras de acercarse al fenómeno del género documental en toda su complejidad. Todas ellas son válidas y artificiales a la vez. Intentemos entender el porqué.
No es incorrecto plantear que la naturaleza del género documental es intrínsecamente falsa, ya que su discurso se basa en la fragmentación y en la selección de una porción de la realidad para luego elaborar un material audiovisual con sentidos y propósitos determinados. Sin embargo, llevando a fondo esta lógica de pensamiento podríamos concluir que nuestra percepción se trata también de un fenómeno falso, ya que se comporta de manera fragmentaria y selectiva, elaborando diferentes sentidos e hipótesis según la ocasión, como decíamos al comienzo. No obstante, afirmar que nuestra percepción, en tanto función psicológica, se trata de algo falso o ilusorio sería no menos que un disparate fácilmente rebatible.
Resulta frecuente, acostumbrados a una lógica de pensamiento binario, característica de la cultura occidental (conforme a la cual todo concepto claro y bien definido debe ser correspondido por su opuesto, antagonista), descubrir que cualquier forma de idea asociada a concepciones como la fragmentación o el descentramiento sea sospechada de falta de solidez o de firmeza intelectual. (Objeto interesante de otro análisis podría comenzar con esta pregunta: ¿qué nos lleva a vincular la totalidad y la completud con ideas de bondad, corrección y verdad?) Quizás, tal como afirma Cristian Doelker, sea infructuoso discutir, al menos en el campo de las artes audiovisuales, dónde termina lo documental y dónde comienza la ficción. Se trata, más bien, de reconocer múltiples verdades, y de comprender y dar a conocer cada una de ellas con relación al universo simbólico al cual pertenecen.
Bajo esta mirada, el género documental cinematográfico tendría la función de dar cuenta de la multiplicidad, de informar acerca de una realidad que nunca conocemos cara a cara sino a través de nuestro lenguaje y de nuestras determinaciones culturales. Verdades diferentes que pueden permanecer inmóviles a lo largo del tiempo, que pueden modificarse o incluso desaparecer, que pueden ser resignificadas a través de la actividad cultural y enriquecer, de esta manera, la percepción y el conocimiento del mundo que nos rodea. Un mundo cuya inteligibilidad depende, finalmente, de cómo estamos preparados para saber mirar y descubrir las realidades que lo constituyen. Ser testigo, espectador y productor activo de esta dialéctica compleja entre cultura y naturaleza. Tal es la ética del documental.
Autor: Hernán Silvosa