No hace tanto tiempo los grados eran licenciaturas, las clases no eran de asistencia obligatoria y en muchas carreras se hacían prácticas en empresa ya durante el 3º curso. Entonces llegó la reforma educativa y todo cambió. A partir de ese momento las clases serían más prácticas, los exámenes perderían peso en la nota final y los estudiantes deberían hacer muchos trabajos que asegurarían un aprendizaje completo y una preparación de alto nivel para el mundo laboral, o al menos eso se comentaba.
Pero, vayamos por puntos, la clases más prácticas… ¿de verdad creen que a analizar un caso real y escribir en un papel lo que se haría para ponerle solución es una práctica productiva? Bueno, puede que sí, pero, ¿qué pasa cuando el profesor pone la nota y no emite más valoraciones que un número?, ¿qué pasa cuando el estudiante tiene un cinco sobre diez en esa práctica y ni siquiera sabe el porqué de esa cifra?, desde mi punto de vista pasa lo siguiente: el estudiante se resigna con su nota, admite que podría haberlo hecho mejor y, como no sabe en qué ha fallado, en la próxima volverá a fallar… o no, porque eso ya es probar suerte.
Y todo esto sustituye a las prácticas de empresa, que ya sólo se hacen en el último año de carrera, ¿de verdad siguen creyendo que llegamos a un modelo más práctico? Bueno, entonces hablemos de los exámenes, porque en principio iban a ser desplazados por los trabajos, pero la realidad es un poco distinta, la nota se divide, en la mayoría de los casos, a partes iguales entre un examen y un trabajo. Por supuesto, las dos partes se tienen que aprobar y para el examen, ¿qué mejor que hacer comprar a los estudiantes un buen fajo de fotocopias y después ponerles un examen tipo test? Trabajo rápido y eficaz… bueno, lo de eficaz podríamos discutirlo.
En definitiva, nos encontramos con un sistema universitario cómodo, muy cómodo, pero en el que no sólo falta práctica, sino que la teoría no se imparte de la forma más recomendable. ¿Culpa de los profesores? Habrá casos en los que sí, pasa en todos los sectores, en todas las profesiones existen personajes que no aman su trabajo ni creen en el papel que desempeñan, cosa que les lleva a malas prácticas. Pero yo creo que el problema viene de más allá, es más profundo que un profesor desmotivado, más importante que un mal profesional. Para mí, el problema viene de una gestión llevada a cabo desde el desconocimiento de causa, desde la ignorancia de aquello que atañe a la educación, a las universidades y a los universitarios.
Un problema, pues, que sólo se puede solucionar desde arriba pero que debería solucionarse escuchando a los de abajo, porque a veces las alturas nublan la visión e impiden distinguir con claridad qué es lo correcto y qué lo incorrecto. Un problema, pues, que debería solucionarse desde el diálogo, un diálogo abierto, en el que pudieran hablar las auténticas voces del sistema universitario, profesores y estudiantes.
Sí, estudiantes también, no me he vuelto loca. A veces se habla de este colectivo como si de personas inmaduras se tratara, pues bien, están escribiendo su futuro, están estudiando porque quieren llegar lejos y todo ello les convierte, al menos un poquito, en personas adultas, en personas con sentido y con capacidad para pensar, para valorar, personas responsables en su gran mayoría. ¿Por qué no escucharles? Tienen mucho que aportar, empezando por una mirada crítica desde dentro, además de un enorme interés por que sus estudios sean productivos, les proporcionen conocimientos útiles.
En fin, desde mi punto de vista tenemos un modelo universitario que no funciona todo lo bien que podría funcionar y poner solución a esto puede ser menos costoso de lo que nadie puede imaginarse si se da voz a las personas que realmente conocen el tema, que lo viven desde dentro. Los gobiernos son necesarios, totalmente de acuerdo, pero no siempre están capacitados para tomar decisiones que afectan a colectivos que les quedan demasiado alejados. En esos casos, ¿por qué no preguntar a los colectivos referenciados?.
Escritor: Núria Castelló