Durante mis años de estudiante de pedagogía nunca me pregunté realmente cuál era la finalidad de haber hecho la carrera que elegí. No creo haber contado con una orientación vocacional exhaustiva, el simple hecho de hacer pruebas psicológicas y que el resultado arrojara que era “apta” para tal área no me era suficiente ya que ninguno de los maestro que me dieron clase y mucho menos la psicologa, sabían quién era yo o qué esperaba de la vida y lo más triste es que, como docente tampoco lo he logrado saber de aquellos que han sido mis alumnos.
Es complicado el trabajo profundo con tus alumnos, a duras penas tienes tan poco tiempo para poder cubrir el plan de estudios que, de lo que menos tienes es oportunidad de llegar a conocerlos en realidad, de manera profunda como debería ser. En un principio cuando empecé a dar clases, me recriminaba a mi misma el que quizá no sabía planearlas bien, mi falta de didáctica o que me faltaba “algo” para conseguir este interés genuino, pero realmente esto es hasta cierto punto útopico y hay que aceptar que, como docentes no nos preocupamos por sacar de ellos lo mejor de sí -como lo indicaba la defición de educación en sus raices etimológicas (educare- educere) que tuve que memorizar para algún examen, en lugar de extraer de ellos nos esforzamos en meter, en atiborrar de información, en crear paradigmas que con los años se hacen sus itinerarios de vida . A veces es algo tan simple como ser escuchados o una palabra de aliento. ” lo que me quitaba realmente el sueño era: la vida. La vida y lo que significa saber qué era vivir y yendo más allá qué era ser feliz y cómo era la felicidad. ¿Por qué el ser feliz y sentir felicidad no se considera una materia dentro de la currícula? .
Con el tiempo, en mi busqueda del por qué de la vida y por qué no me consideraba feliz he investigado filosofías, métodos educativos y religiones llegando incluso a la metafísica, quizá no ahonde mucho en estas ramas porque al primer “error” que veía perdía interés y pasaba a la siguiente, pero empiezo a entender que todas las ramificaciones del saber esconden un pedacito de Verdad y que lo “malo” que tiene la vida también hace falta.
Si le damos una ojeada rápida a la historia de la educación, en un principio hay una tendencia a que los padres y las personas más sabias (filósofos), aptas o habilides eran considerados los educadores, de hecho los primeros pedagogos en la vida de una persona son los padres, por lo que la educación era familiar o bien depositada la confianza en los eruditos de la localidad, con el tiempo, la revolución industrial y la aparición de las primeras escuelas -con la intención de adoctrinar al pueblo- esto se fue perdiendo, los padres dejaron de confiar en su derecho de educar a sus hijos y le delegaron su responsabilidad al sistema.
Pero en medio de toda la sinrazónque vivimos actualmente me pregunto si la educación en valores y el educar en competencias, acallará por completo la voz que a cada uno nos pregunta ¿por qué sino eres feliz, no cambias? ¿por qué si esto que tienes no llena tu existencia, no buscas? En el presente, ante estos pensamientos he encontrado calma y algunas respuestas que me sirven en el momento, no sé si la madurez ha empezado a tocar a mi puerta o después de tanto leer e indigar empiezo a entender de manera menos pasional la vida, analizo, medito y actuo de manera que ahora cuando tengo la oportunidad de toparme ya sea con un grupo de alumnos o con una persona hago lo que mi conciencia me dice, comparto y ayudo para que todos vayamos despertando poco a poco.
Escritor: Carmen Muñoz
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