El otoño de Antonio Machado

“Mientras las nubes blancas van cubriendo el cielo, las hojas amarillentas ya cubren la tierra inmensa. El paisaje otoñal ha teñido el mar de verde-azulado. La fina neblina que sube desde las ondas, muestra un color verde esmeralda…” ( 碧雲天,黃葉地,秋色連波,波上寒煙翠 ) Para los poetas sensibles, el otoño es una estación que presenta todo un caleidoscopio de colores. A pesar de la diferencia de época y de nacionalidad, en el siguiente poema de Fan Chung-yen y de Machado aparece la misma observación detallada y una descripción meticulosa de la naturaleza y nos invita a entrar en su propio otoño, un mundo constituido por colores variados, la dura labranza y la soledad:

 

Es una tarde mustia y desabrida
de un otoño sin frutos, en la tierra
estéril y raída
donde la sombra de un centauro yerra.
Por un camino en la árida llanura,
entre álamos marchitos,
a solas con su sombra y su locura
va el loco, hablando a gritos.
Lejos se ven sombríos estepares,

colinas con malezas y cambrones,
y ruinas de viejos encinares,
coronando los agrios serrijones….

( Poema CVI, Poesías completas, págs. 148)

 

   Es una tarde de otoño.

En la alameda dorada

no quedan ya ruiseñores;

enmudeció la cigarra.

   Las últimas golondrinas,

que no emprendieron la marcha,

morirán, y las cigüeñas

de sus nidos de retamas,

en torres y campanaarios,

huyeron…

( Poema CXIV, Poesías completas, p.186)

 

De la ciudad moruna
tras las murallas viejas,
yo contemplo la tarde silenciosa,
a solas con mi sombra y con mi pena.
El río va corriendo,
entre sombrías huertas
y grises olivares,
por los alegres campos de Baeza.

Tienen las vides pámpanos dorados
sobre las rojas cepas.
Guadalquivir, como un alfanje roto
y disperso, reluce y espejea.
Lejos los montes duermen

envueltos en la niebla,
niebla de otoño, maternal; descansan
las rudas moles de su ser de piedra
en esta tibia tarde de noviembre,
tarde piadosa, cárdena y violeta.
El viento ha sacudido
los mustios olmos de la carretera,
levantando en rosados torbellinos
el polvo de la tierra.
La luna está subiendo
amoratada, jadeante y llena.
Los caminitos blancos
se cruzan y se alejan,
buscando los dispersos caseríos
del valle y de la sierra.
Caminos de los campos…
¡Ay, ya no puedo caminar con ella!

( Poema CXVIII, Poesías completas, p.195 )

 

En este poema, muy machadiano y profundamente humano, y la emoción de sus versos llega al corazón del lector. Aparece también en él una descripción refinada de la naturaleza y la reprodución delicada del alma de Castilla. Machado dio vida al paisaje y lo personificó. Es decir, el poeta dejó aquellos objetos en la naturaleza como viento, río, árboles y mucho más hablan por sí mismo con un lenguaje muy claro y sencillo.

 

Sin embargo, cuando el poeta describía el ritmo de la naturaleza, reveló muchas veces, sin darse cuenta, su propia emoción negativa y pesimista, como en este poema “caminos”. En teoría, cuando uno está rodeado por un paisaje tan ameno y agradable en Baeza, una ciudad andaluza, debe estar bastante contento y alegre. Pero en el caso de Machado, cuando hizo este poema, ya estaba muerta Leonor, el poeta se abandonó a la gran dolor de peder la pareja de su vida, la más querida. Machado intentaba ser feliz como antes, lo que pasa es que por la soledad continua que le acompañó cuando contemplaba el paisaje en su casa, estaba profundamente obsesionado por la decepción y la melancolía, al recordar la corta vida matrimonial y la alegría efímera que había gozado de verdad. Tal estado de ánimo con tanto estrés formó un continuo contraste entre características positivas y negativas en la narración del poema como sombrías huertas, grises olivares y los alegres campos ; alfanje roto y disperso contrasta con lo bello del relucir y espejear de las aguas del río, demostrando claramente una angustía e inquietud en las profundidades de su alma. La vida sigue, menos aquellos que nunca volverán. El poeta, triste y viejo en el corazón, no tenía otro remedio que concluir su añoranza eterna lanzando gritos dolorosos hacia los caminitos de los campos en los que debían pasear los dos juntos…

Una larga carretera
entre grises peñascales,
y alguna humilde pradera
donde pacen negros toros. Zarzas, malezas,jarales.

Está la tierra mojada
por las gotas del rocío,
y la alameda dorada,
hacia la curva del río.
Tras los montes de violeta
quebrado el primer albor:
a la espalda la escopeta,
entre sus galgos agudos, caminando un cazador.

( Poema CIX, Poesías completas, p.151 )

Esta vez se nota que el poeta andaluz intentaba cristalizar el aroma de la estación, mientras concentraba la belleza del paisaje soriano en este poema octosílabo con toque pictórico y con dos versos de dieciseis sílablas en la actitud lírica dominante es la 3ª persona: en el alba fresca de un día otoñal, en época de caza, un cazador apareció en en una zona rural con sus galgos preparados para cazar.

Según Antonio Sánchez Barbudo en su libro “Los poemas de Antonio Machado. Los temas. El sentimiento y la expression”, dice “…Nada dice Machado de sí. Es un paisaje que él describe pictóricamente. Por algo el poema

está dedicado a un pintor, aunque extrañamente éste sea Julio Romero de Torres (el relamido retratista sombrío de torneadas cordobesas, muy de calendario, que debía de ser más bien amigo de Manuel Machado, el de las botas toreriles).

El paisaje ése soriano de Machado es en todo caso algo que él vio, y que vio sin duda con emoción, aunque explícitamente expresada, o siquiera indicada o  aludida, no haya emoción alguna en el poema. Simplemente enumera lo que observa; describe, pinta. Mas hay, creo yo, una emoción; y ésta no es puramente estética, es decir no es sólo de color y forma, sino emoción de verse él allí en aquel lugar, a esa hora del alba, cerca de ese solitario cazador. Y esa extrañeza suya no nombrada, pero que debió de estar implícita en su mirada, y que está como latente en su descripción, es la que adivina, la que siente o puede sentir el atento lector con sólo imaginar ese paisaje que aparece en el poema.»

 

El otoño es indudable una estación de trabajo duro. No obstante, las faenas agrícolas laboriosas de los campesinos y de los animales de labranza vitalizan el pueblo con un ritmo que respeta sinceramente a la naturaleza, a esa tierra fértil que les produce víveres abundantes de año en año. Para campesinos diligentes, el otoño es también la estación de sembrar la esperanza:

 

¡Las figuras del campo sobre el cielo!

Dos lentos bueyes aran

en un alcor, cuando el otoño empieza,

y entre las negras testas doblegadas

bajo el pesado yugo,

pende un cesto de juncos y retama,

 

que es la cuna de un niño;

y tras la yunta marcha

un hombre que se inclina hacia la tierra,

y una mujer que en las abiertas zanjas

arroja la semilla.

Bajo una nube de carmín y llama,

en el oro fluido y verdinoso

del poniente las sombras se agigantan.

( Poemas CXIII-IV, Poesías completas, p.155-156)

 

Un año más. El sembrador va echando

la semilla en los surcos de la tierra.

Dos lentas yuntas aran,

mientras pasan las nubes cenicientas

ensombreciendo el campo,

las pardas sementeras,

los grises olivares. Por el fondo

del valle, el río el agua turbia lleva.

Tiene Cazorla nieve,

y Mágina, tormenta;

su montera, Aznaitín. Hacia Granada,

montes con sol, montes de sol y piedra.

( Poemas CXXIX, Poesías completas, p. 208-209)

Autor: Wang Jung