EL VALOR DEL DOCENTE

En la educación, se hace necesario volver a la pregunta que encamina la labor del docente, una pregunta que nada tiene que ver con el ámbito de la opinión, sino más bien un criterio esencial de la labor, y digo labor, porque no es trabajo, es mucho más que eso, en cuanto debe conducir al proyecto mismo de vida. Constantemente nos alarmamos con muchas de las expresiones y situaciones que nuestros jóvenes a diario manifiestan en el vertiginoso mundo de concreto y de hojalata, como diría Hesse; de reggaetón, de ipod, de DJS, en una sociedad visual y estética, en la cual la imagen vale más que los conceptos; ya no quedan muchos, sólo algunos, que tienen el horizonte de lo que quieren ser y hacer, no en el futuro cercano, sino en un presente.

¿Qué será lo que está pasando, las preguntas que antes nos eran inquietantes y cuestionadoras, ya no lo son, ni para nosotros, ni para ellos, los jóvenes? Con mayor frecuencia la gran mayoría no saben, ni quieren saber quiénes son, ni por qué estudiar, ni el sentido de la vida. Es posible afirmar que hay un constante temor al autoconocimiento, a mirar hacia el interior, a la soledad que nos permite encontrarnos, un temor a ser descubiertos, a mostrar la debilidad que poseemos. Acaso nuestra labor se ha desvirtuado, hemos dejado de cuestionar, de exigir, por temor a las desaprobaciones, las ridiculizaciones; ya lo sabemos por experiencia propia que nuestros jóvenes como nosotros en un momento determinado, en algunos bastante determinado, aprobamos o desaprobamos por gusto o placer.

El educador debe ir más allá de lo que el estudiante y el joven desea, no hay que temer al pedir con empeño y firmeza que se cuestione, que se piense más allá de lo obvio, que se pase del plano de lo evidente. Acudiendo al Santo Salesiano Don Bosco “suaves en el modo y firmes en el objeto”, es necesario querer nuestros estudiantes, es importante escucharlos, pero eso no significa permitir ni dejar en sus manos nuestra labor tan valiosa y sublime, es bueno concertar, es importante la empatía de la que habla la Santa Carmelita fenomenóloga Sor Benedicta de la Cruz (Edit Stein) pero eso no significa mera simpatía, es primordial la intersubjetividad propuesta por E. Lévinas, pero ésta no es indicador de facilismo, sino más de exigencia con amor. Es ir ganando nuevamente espacios de autoridad no autoritaria, es decir con Gutiérrez Girardot que el proceso educativo es más racional, esencial que formal, “(…) todo lo contrario a la razón, es la autoridad”. Se trata de superar desde nosotros mismos el mundo de lo liviano, lo superfluo, lo light que tiene respuestas solo para decir que es lo out y lo in, pero que en cambio no tiene respuestas sobre lo necesario, lo verdadero, lo fundamental, se tarta de cuestionar incluso lo que ya nos entregan hecho, no por que este sea bueno o malo, sino por el arte de la reflexión.

Están de moda las estructuras organizacionales, un nuevo enciclopedismo ilustrado, guardando las proporciones, no debemos perder el horizonte que no es otro que formar seres humanos íntegros. Recordemos que las instituciones las formamos personas, seres humanos llenos de virtudes, de conceptos, de miles de vivencias que enriquecen esta labor, no olvidemos que la forma sin el fondo. La labor docente, no es sólo impartir una cátedra, o contar una historia, o enseñar a repetir, o pedir que nos digan lo que nos gusta porque se asemeja a lo que pensamos. No, dicha labor es más sublime es formular cuestiones que lleven al estudiante a establecer relaciones, a concluir verdades, a crear conceptos, a caer en la cuenta por sí mismos que si se piensa descubre verdades que jamás olvidará y que nadie le robará y por lo mismo no necesitará robarlas de otro que ya hizo la tarea maravillosa de ahondar en el pensamiento.

Es vano señalar que el éxito en los exámenes no es necesariamente el camino hacia una vida brillante… los jóvenes de hoy reciben admirable adiestramiento para encontrar la respuesta correcta., pero pocas veces se les exige habilidad especulativa y creativa para enfrentarse a situaciones en que no se conocen las respuestas, sino que deben buscarse”. Lo que se busca no es sólo un desarrollo memorístico siendo este tan importante, hay que remar más allá, en busca de la comprensión de lo que se tiene en la memoria, y después de comprenderlo hacerlo vida.

De qué sirve saber el nombre completo de los “políticos”, gobernantes, sino es para escuchar sus discursos y saber cual es realmente el edificante; de que sirve saber encontrar la media, la moda, la mediana, los pasivos y los activos, sino es para construir una sociedad más justa con la administración de los bienes; de que serviría conocer mucho de arte, estética y artística, sino es para reconocer lo sobrio, lo verdaderamente bello y agradable a los sentidos; de que sirve saber física nuclear o aritmética o matemática, sino es para hacer más grata y agradable la vida; para qué saber de filósofos, sistemas y corrientes si no es para ser más sensatos en el momento de tomar decisiones o dar una respuesta oportuna; de que sirve un discurso de justicia sino se es justo en los juicios, de que me sirve saber mucho de religiones y de dioses si al fin de cuentas no se cree en ninguno.

Nuestro problema, se puede decir con Zuleta, no consiste únicamente en que no seamos capaces de conseguir lo que deseamos, sino que deseamos mal. “Inventamos paraísos, islas afortunadas, países de “cucaña” una vida sin riesgos, sin lucha, sin búsqueda, de superación y sin muerte. Y por lo tanto también sin creencias y sin deseos: (…) paraísos afortunadamente inexistentes. Aquí mismo, en los proyectos de la existencia cotidiana, más acá del reino de las mentiras eternas, introducimos también el ideal tonto de la seguridad garantizada, de las reconciliaciones totales, de las soluciones definitivas…

Queremos que todo sea ya y para ya, así mismo se quiere adquirir el conocimiento a nuestra antojo. Puede decirse que nuestro problema, no consiste solamente ni principalmente en que no seamos capaces de conquistar lo que nos proponemos, sino en aquello que nos proponemos; que nuestra desgracia no está tanto en la frustración de nuestras deseos, como en la forma misma de desear. ” Y se repite deseamos mal. El docente debe llevar al estudiante y a sí mismo, a desear una relación humana inquietante, compleja y perdible, que estimule la capacidad de luchar, de pensar, y que obligue a pensar y a cambiar. O es que deseamos un idilio sin sombras, y sin peligros, un nido de amor y por lo tanto un retorno al huevo.

En vez de desear una sociedad, una familia, unos colegios, en los que sea necesario trabajar arduamente para hacer efectivos nuestras posibilidades, deseamos un mundo de satisfacciones, una abundante sala- cuna de abundancia pasivamente recibida. ” No podemos seguir dejándonos llevar por los deseos de quienes creen que todo lo que se desean y se proponen, lo merecen y más aún si aquellos que desean aún no saben por completo si lo que desean les conviene y procura el bien.

“Debemos desear una filosofía llena de incógnitas y preguntas abiertas, queremos poseer una doctrina global, capaz de dar cuenta de todo, revelada por espíritus que nunca han existido o por caudillos que desgraciadamente si han existido. ” La labor del docente no es dar las respuestas, sino formular las preguntas, no es poner los pies firmes en la meta, sino mostrar el camino de la carrera, no es entregarlo todo fácil, sin permitir que se rompa el cascarón de la ignorancia con mucho esfuerzo, para forjar como el oro en el crisol la mejor prenda. Y en cuanto a la metodología hay que saber que no es algo dado de una vez y par siempre por parte del maestro, es el aprendiz que debe ir descubriendo cual le resulta más eficaz, no por facilidad, sino por comprensión porque en última consecuencia jamás se olvida lo que fue ganado con esfuerzo y dedicación.

Escritor: José Antonio Ovalle Castillo.

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