Desde tiempos remotos, la humanidad ha soñado con conquistar otros horizontes, que van más allá de lo imposible, más allá incluso de la imaginación del ser humano. Tanto así, que hoy en día se planea conquistar límites antes impensados. En la antigüedad, ya los pueblos vikingos y tantos otros se movilizaban para batallar por más territorios, o para conseguir alimento y abrigo. Unos siglos después, se pensaba buscar un camino alternativo a la India, lo que condujo al descubrimiento del continente americano.
Hace unas décadas, se emprendió la carrera por conquistar el espacio exterior; tomando como primer escala, nuestro satélite natural: la luna. Hoy en día, la fantasía y la creciente tecnología nos permiten anhelar un punto aún más lejano, alcanzando planetas próximos a nuestra Tierra. Posiblemente sería un viaje sin retorno. No obstante, un viaje que nos llena de ilusiones; tanto a quienes creen que esto sea posible, como a quienes se muestren más escépticos al respecto: hablamos de aterrizar en el “planeta rojo”, como comúnmente se le conoce a Marte, el cuarto en nuestro sistema solar.
Al pensar sobre este tema, surge una interrogante: ¿Cuáles son las ansias de embarcarse en un viaje que tal vez conlleve tantos riesgos? La respuesta es simple: la naturaleza humana. Los seres humanos somos unos soñadores, tanto en vigilia como en el sueño; somos curiosos, queremos siempre adquirir nuevas experiencias y también somos ambiciosos (por qué no decirlo): siempre buscamos conseguir más. El primer paso que nos acercará a volver este sueño realidad, es elegir a los individuos adecuados para iniciar el largo camino hacia Marte. ¿Quiénes serán los afortunados? ¿Médicos, miembros de la comunidad científica, artistas, gente carismática?, ¿Alguien que sólo desee comenzar una nueva vida, fuera del planeta de origen? Razones hay muchas; los elegidos, sólo unos pocos.
Luego, ¿qué harían allá? Lo más probable es que deban pasar por todo un proceso de adaptación, cambiando hasta el más trivial de sus hábitos. Por supuesto, no deberían existir rivalidades entre los participantes, puesto que todo negativismo debería quedar atrás, en la Tierra. Por lo tanto, el perfil ideal de los seleccionados debiera apuntar a personas capacitadas para enfrentar desafíos, actuar bajo presión y resistir a la soledad y lejanía de sus seres queridos. Si llegasen a flaquear en pleno desarrollo del programa, las consecuencias afectarían catastróficamente los resultados esperados, lo que llevaría al fracaso total del programa y consiguientes conflictos entre los involucrados.
Dejando los posibles problemas de lado, la vida en Marte sería muy distinta de la conocida en nuestro planeta. Lo más notorio serían las condiciones geográficas y meteorológicas, además del tipo de viviendas que se establecerían en el planeta rojo. Las construcciones consistirían de edificios, cercanos entre ellos, conectados por caminos sellados y aclimatados para la supervivencia humana. Tal como se ve en los filmes de ciencia-ficción, los gases en la atmósfera marciana serían demasiado tóxicos para si quiera intentar subsistir un instante en tan extremas condiciones, al exterior. Por este motivo es que las edificaciones se diseñarían exclusivamente para dicho entorno, mediante análisis previos del suelo de Marte, obtenidos con sondas robotizadas en las diversas misiones a este planeta.
Sin embargo, la carrera del hombre por extender sus conocimientos sobre el universo no debería detenerse en Marte. En la actualidad, se han enviado numerosas sondas, con el fin de recopilar toda la información necesaria y posible para conocer con mayor detalle los astros que orbitan nuestro sol. Primero se analizarían los datos con maquinaria robotizada, luego se enviarían misiones tripuladas con expertos, para finalmente enviar personas a, por decirlo de algún modo, “colonizar” los nuevos suelos. Ya se han descubierto nuevos mundos que podrían incluso igualar las condiciones de la Tierra, lo que garantizaría la llegada del hombre a estos lugares. Ya habituándose el ser humano, los animales también llegarían a poblar estos planetas. Quizás, en un futuro no muy lejano, seamos nosotros los viajeros del espacio, los conquistadores del universo. Después de mucho imaginar astronautas desde otras galaxias, probablemente seremos nosotros mismos quienes viajen, descubriendo mundos y por qué no, diversas formas de vida.
Escritor: Nicole Lagos Rivera