Fernando Savater en su libro el Valor de Educar afirma que al ser humano no le basta con nacer humano, tiene que alcanzar su humanidad. Por humanidad se suele entender un conjunto de valores que hacen a una persona más buena para las distintas sociedades, entre los cuales se incluye la bondad, la solidaridad, el amor, la caridad y otros más. No obstante, y como lo dice Savater, hasta la malvada leidy Macbeth y los tiranos son humanos, demasiado humanos.
La humanidad, eso que en verdad nos hace humanos se adquiere a través de y en medio de otros humanos, y a este proceso de humanización se le denomina educación, la cual es informal, como la que adquirimos con nuestros padres y amigos, o formal, como la que recibimos en instituciones por parte de alguien al que solemos llamar maestro, y en esta relación educativa trasmitimos unos a otros los significados que conforman nuestro mundo interior y exterior. Así nos comunicamos lo que es el amor, la libertad, la gratitud, la esperanza, el odio, el poder, todas ellas cosas que sólo encontramos en la mente de otros humanos. Concluye por ello Savater que el primer objetivo de la educación es hacernos conscientes de la realidad de nuestros semejantes, que aprender consiste esencialmente en leer sus mentes.
En un programa sobre la inteligencia humana se afirmaba que los individuos más astutos son aquellos que pueden entender como piensan los otros y, gracias a ello, predecir sus acciones. Yago, el personaje malvado de Otelo, era el ejemplo perfecto de inteligencia de acuerdo con el experto del programa. Era más astuto que sus semejantes, y estaba seguro de su sagacidad y de lo que ella podía lograr, porque conocía los hilos exactos que movían las pasiones y acciones de los que estaban bajo su poder, en pocas palabras conocía sus mentes, no porque pudiera leer exactamente el contenido de sus pensamientos, sino porque conocía y entendía sus pasiones y emociones, lo que creían, deseaban, amaban, necesitaban, odiaban, temían, y ese aprendizaje lo adquirió en medio de ellos, mirándolos muy cerquita, leyendo sus más leves gestos y movimientos, escuchando sus palabras y cuerpos, comprendiendo la naturaleza general de los sentimientos, porque sabía perfectamente que en un solo hombre se encuentran todos los hombres, que por distintos que sean, y por separados que se encuentren geográfica, temporal o culturalmente, todos y cada uno de ellos siente envidia, rabia, amor, celos, codicia, ilusión, deseo… y esto es la esencia de lo humano.
Otro ejemplo de inteligencia lo encontramos en el sagaz personaje de Arthur Conan Doyle, el detective Sherlock Holmes, quien debe su talento excepcional a un vasto conocimiento del funcionamiento del mundo y una profunda comprensión del alma humana. Su capacidad lo hace ir más allá de lo que pretenden decir las palabras y se detiene a leer e interpretar las miradas, los olores, los colores, las palabras que se omiten y las máscaras. Eso le permite ver lo que los otros pretenden esconder.
En palabras de filósofos de la mente Yago y Sherlock Holmes son inteligentes en segundo nivel, ya que literalmente se encuentran por encima de las mentes de quienes los rodean, puesto que comprenden y conocen sus motivaciones e intenciones, y gracias a ello pueden develar sus engaños e influir en sus acciones. Ahora bien, si estos personajes poseen una inteligencia de segundo nivel al estar por encima de las mentes de sus congéneres, podemos concluir entonces que el artista, su autor, tiene una inteligencia de tercer nivel, ya que conoce a profundidad las razones, maneras de pensar y actuar de los personajes con segundo nivel de inteligencia, pues es su creador.Podemos concluir así mismo que los artistas, los verdaderos, son los más inteligentes entre los hombres, y a la vez son los mejores educadores porque enseñan de la manera más lúdica y bella eso de ser hombres.
Escritora: Diana María Velásquez Pineda