FUNDAMENTOS DE LA FAMILIA

Si estamos llamados a darnos, a la entrega, al amor, a existir por los demás, es en la familia donde podremos ver concretado este llamado, es el ámbito idóneo para alcanzar la plenitud como persona.

¿Y de donde nace la familia? Del compromiso y elección entre dos personas de sexo diferente y que deciden unirse para toda la vida a través del vínculo que da el matrimonio. Entonces será a partir del amor que se profesen estas dos personas lo que constituirá las bases sólidas de la familia. A mayor compromiso, entrega y amor entre los cónyuges, mayor también será la afectividad entre sus integrantes y se vislumbrará la  realización personal de cada uno de ellos. Como escribiera San Josemaría Escrivá: “la armonía que reina entre los padres se transmite a los hijos, a la familia entera y a los ambientes todos que la acompañan”[1]

Pero la misión de la familia no termina con traer hijos al mundo, o sea en la procreación, la gran misión conlleva también una gran responsabilidad y compromiso para educar a esos hijos, como indicaba Juan Pablo II en la carta a las mujeres.

“Después de crear al ser humano varón y mujer, Dios dice a ambos: « Llenad la tierra y sometedla » (Gn 1, 28). No les da sólo el poder de procrear para perpetuar en el tiempo el género humano, sino que les entrega también la tierra como tarea, comprometiéndolos a administrar sus recursos con responsabilidad. El ser humano, ser racional y libre, está llamado a transformar la faz de la tierra. En este encargo, que esencialmente es obra de cultura, tanto el hombre como la mujer tienen desde el principio igual responsabilidad. En su reciprocidad esponsal y fecunda, en su común tarea de dominar y someter la tierra, la mujer y el hombre no reflejan una igualdad estática y uniforme, y ni siquiera una diferencia abismal e inexorablemente conflictiva: su relación más natural, de acuerdo con el designio de Dios, es la « unidad de los dos », o sea una « unidualidad » relacional, que permite a cada uno sentir la relación interpersonal y recíproca como un don enriquecedor y responsabilizante.”[2]

“La salvación de la persona y de la sociedad humana y cristiana está estrechamente ligada a la prosperidad de la comunidad conyugal y familiar”. (GS 47,1), entender esto parece no ser fácil, a mi me ha llevado varios años comprender. Es una realidad que el contexto que nos rodea en la actualidad es distinto al de varios años atrás, el exceso de información abunda y a veces nos sentimos avasallados y esto en muchas ocasiones nos puede llenar de confusión, nos va desviando del verdadero significado de la familia, de su fiel propósito. Ahora más que nunca debemos ser conscientes que como padres de familia necesitamos de formación más que información, sólo hay que saber buscarla y querer hacerlo. No existe institución capaz de sustituir las funciones primordiales de la familia, sin la familia la persona no podría humanizarse. En el hogar se propicia el diálogo, la afectividad y es donde el ser humano vive su intimidad. Rafael  Alvira en su libro El lugar al que se vuelve explica lo que se da o debería darse en la familia:

a)     El amor, o respeto absoluto hacia la dignidad de la otra persona, a la que se acepta por ella misma; b) la amistad, o unión a través del diálogo, en el que se enriquece la personalidad de cada uno; c) la simpatía o afecto sensible, favorecida por la unión de la sangre, por la convivencia, por la historia hecha en común; d) el enamoramiento de los padres, espejo para el aprendizaje de los hijos en materia tan difícil, y en la que éstos se pueden equivocar con facilidad…

 

…..En una buena familia comprendemos la necesidad del buen orden y del toque estético, para que la vida cotidiana exprese la finura de nuestras relaciones. Hace falta, pues, educar el alma aristocrática. Pero vemos también que hemos de ayudar a sacar adelante la casa, con nuestra laboriosidad, iniciativa, puntualidad. Nos educamos, pues, en el alma burguesa o profesional. Al convivir afectuosamente con los demás, en la abierta confianza del amor verdadero, aprendemos a apreciar el valor de la sencillez, del sufrimiento solidario, de la fiesta en común. Nos educamos así, en el alma popular.

Una buena familia puede conseguir –en la medida de lo posible- desarrollar en cada uno de sus miembros esa armoniosa síntesis de lo aristocrático, lo burgués y lo popular, que convierte a la persona en un ser de valor incalculable.”[3]

 

El lugar al que se vuelve, esta frase creo que describe de manera perfecta la esencia, lo fundamental de la familia, allí encontraremos siempre el verdadero amor, la calidez y confianza tan necesaria estos días, pero además como explica Alvira “es el lugar por excelencia de la esperanza”

Si entendemos el valor fundamental de la familia, estaremos siempre dispuestos a luchar con tenacidad, con entusiasmo y esperanza frente a cualquier dificultad que se nos presente.

Quisiera ahora llevarlo más a lo práctico, que pueda llegar a ser más palpable lo que trato de transmitir como fundamental en la familia y continuo insistiendo que son los cónyuges el pilar fundamental para llevar a cabo esta dificilísima pero hermosa tarea de sacar adelante la familia.

Partamos de la base que ante cualquier situación difícil que estemos viviendo, como en este caso es el desarraigo, todo se magnifica, todo lo que en cualquier momento sería natural de sobrellevar o encontrar una pronta solución, aquí toma otra dimensión. Nos sentimos más expuestos o vulnerables y solemos reaccionar de manera desmedida. Entonces, encontré en el blog de Aníbal Cuevas, quién ha escrito Más allá del Si te quiero, y la Felicidad de andar por casa, un artículo que básicamente lo define como 10 tonterías para casados, pero que nos puede ayudar mucho en nuestro día a día.



[1] JOSEMARÍA ESCRIVÁ DE BALAGUER, Es Cristo que pasa, RIALP. Madrid, 2002

[2] Carta del papa Juan Pablo II a las mujeres. 1995. 8

[3] ALVIRA, Rafael. El lugar al que se vuelve. EUNSA. Pamplona. 2004 p.35-36

Autor: Sabrina Moloney