De esta. La fotografía en un contexto de guerra, donde se pretende en primera medida informar, o dar a conocer a un público lo que le está sucediendo a otras personas en alguna parte del mundo, es utilizada como un instrumento de conmoción.
Este fotoperiodismo busca narrar sucesos desafortunados de la humanidad a quienes no tienen contacto directo con esos hechos, y lo hacen a través de imágenes impactantes que revelen atrocidades pero que convierta a esas víctimas retratadas en sujetos anónimos, con el fin de incitar en un espectador sentimientos de horror, compasión o apatía. Una fotografía se convierte en un escenario donde se exhibe un suceso; un escenario que transmite una información, en caso de la guerra información dolorosa, pero que generalmente no pretende generar un vínculo de dolor, o por lo menos identitario, entre el espectador y lo representado en esa imagen. El espectador es solo eso, un espectador.
El suceso fotografiado queda congelado en un pasado eterno pero no hay un compromiso en transformar esa sociedad que sufre, se cosifica a los sujetos victimizados a través del anonimato de la guerra, de la catástrofe y de la descontextualización de lo que el fotógrafo capturó en esa imagen, pues sin duda alguna, en una fotografía solo se muestra un cuadro, un ángulo, una perspectiva de esa realidad material fotografiada. Suele, sin embargo, exhibirse como la realidad.
La realidad sin duda va mucho más allá de lo que alguien decide perpetuar y difundir en una imagen. El poder transformador de la fotografía no se evidencia en el fotoperiodismo ilustrado en el texto de Sontag. El propósito parecería ser únicamente conmocionar, pero una conmoción superflua y temporal en cierta audiencia o público observador de la imagen, mas no una conmoción que propicie la indagación a profundidad de la realidad de quien se ha retratado.
La realidad retratada y difundida en una fotografía informa a personas de hechos con los cuales, generalmente, estas no tienen contacto directo. La fotografía crea esa realidad pues se presenta como un instrumento dotado de veracidad, como dice Sontag, es una máquina que captura un momento de lo sucedido. La subjetividad es un componente fundamental en todo texto producido y analizado por un ser humano. Quien hizo una fotografía tomó una decisión, la de capturar ese suceso y no otro, utilizando texturas, colores, luces, ángulos y perspectivas que proveen de un significado a esa imagen. Aunque la fotografía vista por otra persona, es interpretada por esta, y es posible que la intención inicial del autor no corresponda con la lectura que se hace de ella y se le confiera un nuevo significado.
Una realidad que se está construyendo a partir de imágenes, no es objetiva por ser capturada con una máquina, siempre está de por medio la intención e interpretación de ambos, el autor y el espectador. En Colombia, donde vivimos en un conflicto permanente y la pobreza y violencia son palpables en el diario vivir, se ha generado una apatía hacia el sufrimiento de los otros, una insensibilidad de espectadores que no solo a través de la fotografía ven esas realidades de sujetos sufrientes sino en la cotidianidad, se puede decir en la materialidad misma de la vida. Esto generado, entre otras causas, por la constante invasión de imágenes grotescas, amarillistas y descontextualizadas que se proyectan en noticieros, novelas, películas, música, etc. porque la violencia vende y somos consumidores por excelencia de la miseria y el sufrimiento.
Esta forma de presentar la ‘realidad’, descontextualizada, despoja a las víctimas de voz y de historia. La realidad es la que se crea a partir de las imágenes transmitidas, pues bien o mal, crean un consenso en gran parte de la población que acepta estas como veraces. Esta realidad, creada a partir de las imágenes descontextualizadas, acrecienta la brecha entre ese otro retratado y el espectador, genera a su vez prejuicios sobre los sujetos y los lugares donde estos habitan.
El sufrimiento ajeno se convierte en algo efímero, superficial, y al parecer se piensa que ese sujeto anónimo que el espectador observó, ya no existe o que su dolor al igual que él o ella dejó de existir. El caso de Omaira en Armero, una imagen que ha trascendido el tiempo y el espacio, generó prácticas culturales, construye la memoria de un grupo social particular, para quienes la muerte fue tan solo un suceso de los muchos ocurridos tras esta.
Sontag dice que “Una catástrofe vivida se parecerá, a menudo y de un modo fantástico, a su representación”, sin embargo muchas veces lo que sucede es que la representación de la experiencia se vuelve la referencia de la experiencia misma, es decir, la veracidad con la que una imagen es exhibida hace que el suceso vivido parezca incoherente o fantástico, por lo tanto, la memoria puede moldearse a través de las representaciones de los sucesos, más que por los sucesos mismos.
La fotografía se muestra como una realidad objetiva y sin mediación subjetiva, ni del creador ni de quien interpreta la imagen. Aún más si esta es transmitida en noticieros que se supone son imparciales, y al igual que la fotografía, objetivos. Estos mecanismos de transmisión de información crean la realidad de cientos de personas pues es el medio más cercano y ‘confiable’ a la realidad de otros. Contamos entonces con una memoria moldeada por la imagen, que podría ser rebatida a través de la experiencia.
El espectador por falta de conocimiento empírico de los sucesos exhibidos puede creer en que eso es la realidad, mas quien ha vivido estos acontecimientos habrá experimentado una realidad totalmente diferente a la que se representa en una imagen, y si contara con los medios podría subvertir ese paradigma de lo real y veraz en una sociedad.
Escritor: Julieth Rojas