INFLUENCIAS DE LA NARRATIVA EN EL APRENDIZAJE DE LA FÍSICA

De pequeñas, mi hermana Viviana y yo, despertamos una enorme fascinación por los espectáculos en los que intervinieran animales, en especial, por los circos. Por mucho tiempo le insistimos a papá que nos llevara a uno de estos espectáculos para presenciar con nuestros propios ojos aquello que las niñas del colegio contaban de manera animada, pero sobre todo, sorprendente.

Por fin, una tarde de domingo, papá, de forma muy generosa, accedió a llevarnos a un importante circo que por esos días se anunciaba con mucho júbilo. Recuerdo que fuimos los primeros en entrar, y aquello nos permitió elegir la mejor localidad. Todo iba bien, hasta que de la nada apareció una joven mujer con un precioso traje de luces y un extraño sombrero de agujeros por el que brotaban partes de su rubia cabellera. Los auxiliares del espectáculo ataron una cuerda de los cabellos que salían de aquel sombrero, y después elevaron a la mujer hasta una altura considerable. Pasados algunos segundos, y luego de haber dado un par de vueltas en el aire, vimos con asombro cómo la mujer se precipitaba desde lo alto, al romperse la cuerda que la sujetaba.

Tuvimos pocos segundos para observar el último aire de su vida: la bella rubia estalló contra el suelo a pocos metros de donde estábamos. Con afán los auxiliares del espectáculo arrastraron de los pies el cuerpo inmóvil para ocultarlo tras un extenso telón color magenta, y así, continuar con la función.

Aunque el espectáculo siguió su curso sin nuevos contratiempos, tengo vagos recuerdos de lo que ocurrió después. Sin embargo, mi padre después del incidente mantuvo un silencio absoluto y se abstuvo de hacer cualquier tipo de comentario que diera lugar a que mi hermana y yo lo abordáramos con preguntas sin respuestas. En el trayecto a casa nuestra conversación se mantuvo oscilando en los mínimos detalles: existía una especie de temor por indagar sobre lo sucedido, sobre eso que a nuestros ojos parecía inexplicable pero cierto. Era evidente que la muerte había caído de golpe ante nuestros pies.

Desde entonces, el tema de los circos y los espectáculos de animales caducó su página en el libro de nuestros deseos. Después de eso, papá, Viviana y yo, no volvimos a tocar el tema de los espectáculos, ni volvimos a asistir a alguno. tuve la impresión de rememorar aquel suceso.

Digo que tuve la impresión, porque para realizar el ejercicio de entender “lo inexplicable” me vi en la obligación a recurrir a mi hermana, quien sí recordaba con detalle lo sucedido. Luego de conversar un largo rato sobre el episodio y debatir el texto de Perelman, llegué a esa conclusión que papá, Viviana y yo estábamos esperando para darle punto final al asunto de lo inexplicable: la muerte llegó como caída del cielo hasta nuestros pies, por simple desconocimiento de la segunda ley de Newton.

Me resulta curioso encontrar cómo un capítulo con apenas trece páginas fue suficiente para liberarnos de una duda cargada por tantos años. Que un libro haya sido capaz de abrir nuestras mentes para desenterrar de allí un cúmulo de interrogantes y supuestos mal aprendidos, es apenas la evidencia suficiente para establecer un vínculo indestructible entre los libros y el conocimiento científico. Porque el hecho de entender los planteamientos newtonianos a través del libro de Perelman, me bastó para comprender este suceso, y analizar otra serie de situaciones inquietantes que han acompañado mi ejercicio académico y mi pasión por la lectura.

Por ejemplo, en una clase de física para un curso de décimo grado en el colegio de la Salle2, tratamos un tema que plantea el mismo Perelman en La física recreativa I, capítulo I, “sobre cómo nos observan los insectos” (explicación construida desde los fundamentos básicos de la cinemática y el movimiento oscilatorio). ¡Cual fue la sorpresa de estos jóvenes al encontrar que existe una alta probabilidad de que los insectos nos observan en cámara lenta!, es decir, sobre los límites de la quietud. Y por supuesto, cuál sería mi sorpresa cuando constaté, cómo el ejercicio de estudiar con minucia el movimiento de un simple insecto, le permitió a los estudiantes develar con rigurosidad algunos conceptos cotidianos como el de rapidez, por ejemplo, el cual casi siempre es tratado por ellos de forma nocional, y cuyos constructos nocionales, en el mayor de los casos, resulta ser una maraña de errores.

En ese uso de la narrativa, me encontré un episodio interesante que he logrado capturar de los libros, es el narrado por el filósofo griego Zenón de Elea, historia conocida como “La paradoja de Aquiles y la tortuga”. Cabe aclarar que la primera vez que tuve conocimiento de dicha paradoja, fue luego de leer con deleite la obra del poeta francés Paul Valéry, y cuyo aparte rememora con lírica precisa dicha paradoja:

¡Zenón! ¡Cruel Zenón! ¡Zenón de Elea! ¡Me has traspasado con tu flecha alada que vibra, vuela y no obstante no vuela!
¡Vida me da el sonido y la flecha me mata! ¡Su son me engendra y mátame la flecha! ¡Ah! el sol… ¡Y qué sombra de tortuga para el alma, este Aquiles que marcha y no se mueve!

Esta historia de un Aquiles condenado a perpetuarse en su infinito andar, fue un hecho revisado por largo tiempo en la Grecia antigua con la pretensión de desatar la encrucijada de la “movilización permanente”.

Fue necesario que la humanidad viera pasar por sus ojos la no despreciable cifra de dos mil años, hasta que arribara la genialidad de Newton y Leibniz con sus complejos argumentos, (entre límites y derivadas) para rescatar a Zenón y sus seguidores del naufragio que por casi dos milenios los mantuvo flotando sobre una espesa crema de inquietud.

Hace poco, tratando esta paradoja en el curso de Cálculo Diferencial en la Universidad Minuto de Dios, fue interesante encontrar cómo una narración escrita por Zenón hace 25 siglos sirvió para que los estudiantes aclararan un concepto como el de “límite”, el cual requiere de un nivel de abstracción considerable para su entendimiento, y que muchas veces, es tratado por los profesores a través de una serie de extensas demostraciones, olvidando aclarar a sus estudiantes la situación que dio origen al concepto en sí, y por otra parte, descartando de entrada las dificultades, los vacíos conceptuales y la falta de gusto que, históricamente, han tenido los estudiantes por las matemáticas.

 Por: Alexandra Daza Cifuentes