El inicio de las interpretaciones del arte rupestre en Colombia, podrían remontarse al siglo XVII, influenciadas por el movimiento que desde mediados del siglo XVI, promovió el Papa Pablo III, quien motivó el interés de algunos conquistadores y letrados por la significación de tales manifestaciones. Basados en relatos bíblicos, llegaron a decir que los nativos americanos eran descendientes de Noé, sobrevivientes de flotas perdidas en las expediciones marítimas; todas estas versiones son sustentadas en eventos reseñados en las historias europeas y correlacionadas con las manifestaciones rupestres en América . Tales opiniones se vieron reforzadas, cuando se relacionaban las Cruces de América representadas, con la visita de apóstoles cristianos como San Bartolomé y Santo Tomás, como lo reseña el cronista Lucas Fernández de Piedrahita (1666).
En el año de 1795 el fraile José Domingo Duquesne intentó demostrar que las rocas grabadas suponían un calendario, con lo cual se inició una línea de investigación que buscaba descubrir la gramática de los signos representados y se les denominó ideogramas, denominación que fue mantenida durante el siglo XIX. Estas afirmaciones fueron igualmente sostenidas por el Barón Alexander Von Humboldt.
Bajo el gobierno de Tomas Cipriano de Mosquera se da inicio a la primera gran exploración del territorio nacional, conocida como “La Comisión Corográfica” de Colombia (1850-1859) dirigida por Agustín Codazzi, cuyos objetivos fueron la elaboración de cartografía y el registro de las comunidades, recursos y por ende las potencialidades de la nueva República, con el fin de establecer las bases para promover y desarrollar el comercio interior y exterior del país.
Como parte de su objetivo estaba el registro del territorio por medio de imágenes, a propósito del auge de la fotografía, pero debido a su uso restringido, la Comisión se valió de la técnica de la acuarela, con la que se produjeron ilustraciones, que posteriormente podrían reproducirse litográficamente. Hoy las acuarelas no sólo han trascendido su carácter ilustrativo evidente, sino que son un documento valioso de un pasado visual cultural.
Debido al carácter geográfico de la expedición, la ilustración de paisajes era prioritaria y constituyen cerca de 50% del total de las acuarelas, luego, casi en la misma proporción se encuentran aquellas de tipos humanos y finalmente en una pequeña porción se refiere a documentos arqueológicos. A pesar de esto, Codazzi presta bastante atención a los temas sociológicos y arqueológicos como puede verse en el transcurso de sus expediciones y especialmente en la penúltima cuando realizó su descripción e interpretación de la cultura de San Agustín.
Durante su primera expedición (1850), Codazzi y sus acompañantes realizaron el primer registro sobre el arte rupestre; al norte de la población de Saboyá encontraron una roca conocida como “Piedrapintada” las interpretaciones relacionadas a los yacimientos encontrados en este periodo se atribuyen grandes cataclismos de carácter natural de esto se tiene como referencia las descripciones encontradas en Gameza y Facatativá Al respecto de Facatativá dice Codazzi en su Geografía Física y Política de la Confederación Granadina: “Cerca de Facatativá se hallan multitud de rocas, que han sufrido largo tiempo la erosión de las aguas, y en muchas de ellas se ven jeroglíficos que dan la faz hacia la Sabana constantes de multitud de ranas. Sin duda los indios quisieron perpetuar el recuerdo de lo que su mitología les enseñaba acerca de la inundación de la llanura de Bogotá”.
Finalmente, en su paso por la provincia de Neiva en 1856, Codazzi, acompañado por Manuel María Paz, (quien realizó las acuarelas de esta zona) prestó gran atención a lo que vio en San Agustín. Sostenía que los habitantes de esta región eran un grupo socialmente avanzado y poseedores de una teogonía completa que involucraba la destinación de lugares de culto, así como la “mansión permanente de sus sacerdotes”.
” Codazzi observó las diferencias existentes en las figuras de los monolitos y aseguró que no eran simplemente el esfuerzo por reproducir la figura humana, sino que era evidente la intencionalidad de modificar las facciones del rostro de cada ídolo para invocar su oficio o advocación y de esta manera expresaban un fuerte sistema religioso que impregnaba por completo la vida social. En consecuencia, le otorgó un carácter sagrado a los lugares en los cuales halló las estatuas, a los cuales sólo podían ingresar los sacerdotes y sus séquitos.
De esta manera los primeros estudios e interpretaciones realizadas sobre el arte rupestre hasta el siglo XIX responden los modelos religiosos de la época que no se articulan con manifestaciones culturales de los pueblos que los elaboraron; es hasta el siglo XX que aparecen una serie de estudios que retoman el valor de tales obras como portadoras de sentido. Afirmó en cambio, la utilidad de los motivos rupestres como dirección de las migraciones indígenas. Igualmente realizó investigaciones en Cundinamarca, Boyacá, Huila, Valle del Cauca, Nariño, las cuencas del Orinoco, Amazonas y La Sierra Nevada de Santa Marta, donde se han detectado pictografías y petroglifos.
A mediados de los años 40 Wenceslao Cabrera plantea la necesidad de realizar un registro del arte rupestre, y la implementación de metodologías que lleven a un registro y posterior análisis, en respuesta a esta necesidad, desde los años 70 y hasta la fecha se han conformado grupos de investigación que trabajan en la elaboración de archivos con los registros de los yacimientos y contribuyen a formar un precedente que dé cuenta del abundante patrimonio rupestre que se encuentra en varias zonas de nuestro país de una manera detallada; así mismo, busca contribuir a la difusión, estudio y conservación de las obras rupestres, mediante la conformación de grupos de investigación en diferentes universidades del país.
Escritor: alba lucia muñoz garcia