La investigación en psicología y el desarrollo de sus teorías han sido quizá de una muy buena intención. Lastimosamente, la difusión de dichas teorías la han llevado a cabo los medios de comunicación, en un escenario donde dios envía un mensaje y el diablo es el mensajero. Lo digo en especial por el concepto de ‘autoestima’ y todo lo que implica, que es un término insoslayable de la vida moderna y se ha desfigurado a tal punto de usarse al mismo tiempo como chivo expiatorio de, y panacea para todos los males. El concepto de autoestima que reforzó la propaganda ha desplazado a muchos problemas de la sociedad basados en la educación y su modo de producción, para ubicarse en el podio como única explicación para los fracasos del individuo.
En su libro “aprendiendo a quererse a sí mismo”, Walter Riso hace notar la legítima importancia de la autoestima mediante un recurso literario, en mi opinión, no sólo poco certero sino con efectos adversos: la hipérbole.
“Más aún, se considera de mal gusto el quererse demasiado. Si una persona es amigable, expresiva y cariñosa y piensa más en los demás que en ella misma, es evaluada excelentemente: su calificativo es el de “querida”. Si alguien disimula sus virtudes, niega o le resta importancia a sus logros, es decir, miente y se autocastiga; ¡es halagado y aceptado!
No sólo rechazamos la autoaceptación honesta y franca, no nos importa que sea cierta o no, sino que promulgamos y reforzamos la negación de nuestras virtudes. Absurdamente, las virtudes pueden mostrarse pero no verbalizarse. Si tienes un buen cuerpo, se te permite usar tanga, minifalda o pantalones ajustados, pero se te prohíbe hablar de ello. Si las personas se autoelogian, así tengan razón, producen rechazo y fastidio”.
Un defecto casi, solo casi generalizado de la literatura de autoayuda, es la adolescencia de pedagogía, evidente en el hecho de que no parece estar dirigida a quienes necesitan dicha autoayuda, sino a quienes no la necesitan, para reforzar innecesariamente su bienestar recalcando el malestar de los otros. Esto sucede al describir constantemente el comportamiento de personajes de ejemplo, que probablemente con la intención de marcar la diferencia, le hacen sentir al lector aún más su vacío. Y por si fuera poco, la forma de identificar a lectores dentro del texto es citando casos muy críticos de pacientes en la experiencia profesional del autor.
La situación que describe el pasaje citado arriba, de una persona abierta y amorosa con otros, y que goza de aceptación, es completamente verosímil, pero no debería ser mostrada desde una perspectiva escandalizada. Y el hecho de que mantenga sus virtudes bajo discreción, dándolas a conocer pero no hablando de ellas, y que por eso sea halagado, también es un hecho real; pero ¿qué necesidad de desgarrarse las vestiduras por ello? Y para colmo: si una joven busca información de autoayuda en el texto, por alguna alteración en su autoestima debido a su apariencia física y los desastres que los medios de comunicación hacen con ella, y se encuentra con el ejemplo extremo de que las chicas que tienen un ‘buen cuerpo’ no sólo deberían lucirlo sino comentarlo… dicha joven lectora desarrollará una autoestima más justa al cerrar el libro y pensar “no es lo que buscaba”.
Por otro lado, se echan por el piso valores preciosos de los seres humanos, como la humildad y la convivencia. Supongamos el caso de una persona con un talento que tiene, digamos, cantar. Si habla de ello en su círculo social, y se elogia, cuando cante, su círculo social esperará que sea como Sinatra o superior. Pero una persona con una justa autoestima por algo que sepa hacer y que no solo lleve una elegante reserva, sino que por su propia justa autoestima busque el momento o aproveche las oportunidades para mostrarse, goza de un encanto mucho mayor y demuestra una humildad que aparentemente ya no tiene valor.
Ahora supongamos el caso de una fuente de autoestima que no es por algo que sabe hacerse, sino por algo que se tiene. Un hombre o una mujer que cumpla con algo o mucho de los estándares convencionales de belleza. ¿Con qué argumento negar que estas personas puedan ser mucho más agradables y logren serlo, cuando se reservan el crédito por su atractivo físico? Sobre todo en cuanto a la belleza física, hablar de los propios atributos y autoelogiarse es contraproducente socialmente, ya que la belleza como se ha concebido actualmente, es algo que muy poca gente tiene. Convertir en elemento de autoestima, algo que te pone sobre los demás, demuestra todo lo contrario, un vacío y una inseguridad muy profundos; y vence tristemente el valor de la sana convivencia.
Ahora, me siento en la obligación de decir que no estoy obstinadamente en guerra contra la belleza convencional. Una autoestima muy justa de alguien basándose en su apariencia física, sería la de una persona que con trabajo y disciplina, mantuvo su imagen a través de los años, en la mayoría de los casos por vivir de ello. Comparen esta situación a la de una joven que está en la flor de su juventud y es hermosa, y basa su autoestima en ello. Esta no sería una justa autoestima, y la chica necesitaría buen consejo.
También, hago hincapié en que hallé una buena fuente de reflexión en apenas un par de párrafos del libro de Riso, pero que mi discurso sobre la autoestima y el paupérrimo trato que le dan, viene de un contexto mucho más amplio. No es mi intención escarbar obtusamente un texto tan reconocido, sino dar vía libre a mi propio sentir como lector que fui de este.
Le invito a echar una ojeada a lo que ha leído. Para la autoestima he procurado usar un simple y único adjetivo. ¿Cuál es? No he mencionado autoestima alta ni baja, puesto que son apelativos que considero groseros y antipedagógicos. “Si usted lee este libro de autoayuda, es porque debe tener una autoestima muy baja”, es la primera impresión de un lector, y así no empieza nada bien. Acaso, la autoestima de una persona debería ser alta ¿cómo qué? O debería dejar de ser baja, ¿cómo qué? ¿Existen los patrones en la psicología? ¿Qué no son cosa de la física? ¿Qué no somos los seres humanos, seres no lineales? Tal parece que estos parámetros fueron instaurados exclusivamente y de manera mostrenca por los medios, para generar un modelo de “cómo debes ser para quererte a ti mismo”.
Una perspectiva sobre el tan mentado concepto de la autoestima, que han prostituido y convertido en algo más parecido a un producto.
Prof. Juan Manuel Sosa