La “comunicación bancaria” consolida un concepto relativamente nuevo y aún desconocido para muchos docentes; en efecto, fue Paulo Freire , en su texto “Pedagogía del oprimido”, quien por primera vez utilizara tal expresión para conjugar algunas de sus ideas sobre las falencias de la educación durante la segunda década del siglo XX. A partir de ese momento, un significativo número de teóricos, pedagogos y docentes en ejercicio, han contribuido en el desarrollo y argumentación epistemológica de tan significativo aporte conceptual; sin embargo, aún se evidencia la poca comprensión que muchos profesionales concernientes a la Educación tienen sobre el mismo.
Este asunto se ha ido tornado mucho más complejo al pasar de los años, toda vez que asistimos a una realidad cambiante, donde las tecnologías de la información y la comunicación han cobrado un papel trascendental dentro de los procesos pedagógicos en todos los países del hemisferio occidental. Vale la pena entonces, realizar un rápido y concreto análisis sobre esta temática desde una perspectiva crítica.
Roberto Aparici , en su texto virtual “El proceso de comunicación”, señala de manera baste clara y gráfica lo que se comprende por “comunicación bancaria”, definiéndola como: “Un modelo de carácter unidireccional. (…) En el cual “el emisor deposita información en el receptor, transmitiéndole una serie de datos para que los reproduzca”. En este sentido, resulta evidente la relación que establecen otros autores tales como Zoila García entre este tipo de comunicación y el paradigma conductista de la educación, toda vez que se comprende al profesor como el emisor activo y al alumno como el receptor pasivo.
Surge entonces una pregunta: ¿Qué papel debe tomar la educación dentro de un contexto donde las tecnologías de la información y la comunicación han ido reforzando este papel pasivo de los receptores? Para nadie es un secreto que las lógicas comerciales y de consumo desaforado han permeado todos los espacios comunicativos de la humanidad; de hecho, la televisión, la radio, la internet y demás herramientas de comunicación, tienden a generar una actitud pasiva del receptor, quien simplemente se sienta a ver, escuchar y recibir, con muy pocas posibilidades de interactuar o ejercer un papel activo dentro del proceso bajo el cual se configura y redefine la información circulante.
A este respecto, en el trabajo denominado “¿Qué modelo pedagógico subyace a su practica educativa?”, Julián de Zubiría recuerda que, si bien la escuela muchas veces ha llegado a reconsiderar y construir nuevas ideas y perspectivas sobre la educación, comprendiendo que los contextos cambiantes generan un efecto inevitable dentro del papel que ésta juega en la sociedad, las prácticas propias de la escuela tradicional siguen presentes de manera hegemónica. En otras palabras, el paradigma de la tecnología como camino a la calidad de la educación, ha llevado a que muchas instituciones, docentes y directivos, crean que basta con dotar de computadores, televisores de última tecnología, video beams sofisticados, y demás herramientas tecnológicas a las escuelas, como una respuesta educativa a este nuevo contexto denominado “sociedad de la información”. Se ha creído que la tecnología determina la calidad y la efectividad de la educación; sin embargo, ¿Es esto cierto?
Es Eric Jalaín Fernández quien entra a mediar en este debate, trayendo a colación algunas ideas expresadas por Paulo Freire: “Freire critica duramente el establecimiento en la escuela de “relaciones de naturaleza fundamentalmente narrativa, discursiva y disertante. (…) Narración o disertación que implica un sujeto –el que narra- y objetos pacientes –los educandos-. (…) el educador aparece como un agente indiscutible, como un sujeto real, cuya tarea indeclinable es “llenar” a los educandos con los contenidos de su narración.
Es lo que Fraire denomina “educación bancaria”, que concibe a los seres humanos como: “espectadores y no recreadores del mundo”. Dicho de otro modo, la escuela tradicional (que aún resulta ampliamente hegemónica) ha reproducido durante mucho tiempo la lógica de la “comunicación bancaria”, donde el profesor es el agente activo y central, mientras que el estudiante juega un papel pasivo y de segundo orden.
El problema de todo esto radica en que la introducción de la tecnología en la educación (o al revés, ya que aún existen muchas dudas frente a cual entró en cual) ha llevado a continuar con esta “comunicación bancaria”, donde el profesor puede ser reemplazado, de cuando en cuando, por un computador, pero donde el papel del estudiante sigue siendo pasivo y de segundo orden. Todo esto va ligado con los elementos que han sido mencionados anteriormente, tales como el “paradigma tecnológico”, el modelo conductista dentro de la escuela tradicional y el limitado ejercicio crítico que ha realizado la academia a la hora de comprender su papel dentro de esta “sociedad de la información” .
A la hora de analizar y relacionar tecnología, educación y comunicación, es necesario generar un espacio crítico sobre esta perspectiva de la “comunicación bancaria” en todos espacios donde la academia está presente. No podemos continuar con aquella lógica de la escuela clásica que simplemente reemplaza profesores por computadores, salones por plataformas BlackBoard e interacción pasiva con una persona por interacción pasiva con una máquina. Se requiere entonces, una respuesta mucho más crítica, argumentada y sopesada por parte de educadores, directivos, instituciones reguladoras, y aún de los mismos estudiantes, sobre la manera como se ha concebido el deber ser de la educación y su interacción con las nuevas herramientas tecnológicas con las cuales dispone la sociedad actual.
A modo de conclusión, vale la pena recalcar las palabras de Eric Jalaín Fernandez, cuando señala: “La forma de abordar y socializar la comunicación social es la lectura crítica, desmitificación y deconstrucción de los discursos mediáticos”; sin embargo, para lograr este objetivo, es necesario superar esta espacio de “comunicación bancaria” que tanto ha identificado a la educación en su interacción con la tecnología.
Por: Jonathan Fabián Méndez Rodríguez