La Danza de la Muerte de Verges

Es noche cerrada en Verges (Girona). Noche de Jueves Santo, llena de misterio y encanto. Golpes secos y rítmicos de timbal cada vez más cercanos resuenan por las callejuelas del pueblo y anuncian la llegada de unos esqueletos universales. Como cada noche de Jueves Santo, Verges viaja en el tiempo para celebrar su antiquísima procesión. Documentada desde 1666, ya entonces se mencionaba como una costumbre. El texto actual de la Pasión, tal como se conoce, está basado en una obra de Fray Antoni de Sant Jeroni (Vic, 1730? – Barcelona, 1802).

La Procesión —polo de atracción creciente de visitantes— escenifica los últimos días de la vida de Jesús y, más concretamente, sus últimas horas y su muerte. Se desarrolla en varios espacios del municipio (plaza, calles, iglesia) y es el pueblo en pleno quien participa en la representación. Lo más singular del espectáculo vergelitano es, sin duda, la Danza de la Muerte —encajada entre la parte viviente de la Procesión y los misterios— que se inicia en la calle de la Iglesia.

La comparsa que constituye este grupo la forman cinco danzarines, distribuidos en forma de cruz, vestidos con maillots negros pintados con los huesos de un esqueleto completo, y tocados con un casco en forma de calavera. Cinco personajes más, vestidos con túnicas negras y calaveras encapuchadas, los siguen, cerrando la comitiva; se trata del timbal —en el centro— y de las antorchas, dos a cada lado. La edad de los participantes varía según la función que desempeñan en la danza.

El esqueleto que abre la marcha es un adulto que porta una guadaña, en cuyo mango se lee la inscripción latina Nemini parco (No perdono a nadie). La Guadaña da nombre al personaje y le convierte en el más relevante de la comparsa: es la Muerte, que siega vidas indiscriminadamente, aunque también genera esperanzas, ya que representa el final del ciclo agrícola e, implícitamente, su inicio.  Tras la Guadaña, ocupando el centro de la cruz, el abanderado (otro adulto) lleva el estandarte del grupo. Su color negro —el del duelo, sin eufemismos— resalta las tibias cruzadas bajo las calaveras pintadas y las inscripciones que luce a ambos lados: Nemini parco (como la guadaña) y, en catalán antiguo, la expresión Lo temps és breu (El tiempo es breve), que recuerdan la fugacidad de la vida y la amenaza constante de una muerte igualitaria.

En su recorrido, el abanderado va flanqueado por dos pequeños esqueletos (niños de unos siete años) que portan platillos de ceniza y que constituyen los brazos de la cruz. Las cenizas evocan la penitencia y recuerdan a los espectadores como acabarán sus cuerpos, necesariamente, porque la vida es así y así concluye su ciclo. Alineado con la Guadaña y la bandera, sigue un último esqueleto (un niño de unos nueve años) que lleva un reloj de esfera redonda y sin saetas, donde, por tanto, la hora no importa: en cualquier momento puede sobrevenir la muerte, en cualquier momento puede acabarse el tiempo.

Tras la cruz marchan los últimos elementos de la comparsa, liderados por el timbalero, un adulto encargado de marcar el ritmo de la danza y, de acuerdo con la Guadaña, detenerla o emprenderla nuevamente. El timbal emite un único sonido grave que marca el compás de los distintos movimientos de los danzarines. Flanqueando al timbal se encuentran cuatro antorchas que cierran la comitiva. Paso a paso, rítmicamente, la Danza de la Muerte recorre las calles de Verges (la más singular, sin duda, la de los Caracoles, donde la única iluminación se realiza mediante cáscaras de caracol llenas de aceite con una mecha encendida, incrustadas en la pared) y acaba en el interior de la iglesia, con la reverencia de la Muerte ante el Santísimo, humillada y vencida ante la esperanza de la fe.

Aunque esta danza podría enmarcarse en una iconografía más cercana a la barroca que a la medieval, es difícil distinguir qué rasgos son verdaderamente originales y cuales se han ido añadiendo o modificando con el tiempo. Hay que situar los orígenes de la Danza en una corriente de expresión artística, el arte macabro, que se impuso en la Europa del siglo.

 fruto de un ambiente de crisis y miedo propiciado por las guerras, las condiciones climáticas adversas, las hambrunas y, sobre todo, las epidemias —la más relevante, la peste— que reducían la población sistemáticamente. La angustia creada por la muerte se extendió a toda la sociedad, expresándose en libros, sermones, muros y capiteles el carácter igualitario de su acción, su presencia abrumadora, intemporal, universal. Estas muestras constituyen una dura crítica a la injusticia, los abusos, la codicia y la mentira.

Las manifestaciones macabras europeas más significativas del siglos nos hacen recorrer Francia, Alemania, Italia, Portugal, Castilla, y en todas ellas las características son similares. Sin embargo, la Danza de la Muerte de Verges —la única que pervive y que se ha mantenido ininterrumpidamente (a excepción del período de la Guerra Civil)— posee elementos que la hacen original por sí misma: se enmarca en una Pasión; la comparsa de la Muerte avanza linealmente con coreografía propia y dispuesta en cruz; la Muerte baila con otros esqueletos, sin personajes vivos que le acompañen; los protagonistas de la danza no son cadáveres putrefactos o eviscerados, son esqueletos; los objetos que exhiben huyen de los típicos arcos y flechas, etc.

Treinta y un años después de que la Generalitat de Cataluña la declarase Fiesta tradicional de interés nacional (reclasificada en 2009 como Fiesta patrimonial de interés nacional), la Procesión de Verges continúa mostrando signos de vitalidad. Tanto es así que la Danza formó parte de la delegación de Cataluña, invitada de honor del 36º Festival Internacional Cervantino de Guanajuato, México (2008). Por primera vez, la representación salió de España y recorrió las calles del centro histórico de la localidad mexicana, declarada patrimonio histórico de la Humanidad por la UNESCO en 1988.

Escritor: olga viñals

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