LA DANZA

Cómo manifestación artística, medio de expresión e interacción social la danza es el movimiento consiente del cuerpo guiado por la música. Sus fines están relacionados con el entretenimiento, la expresión espiritual o artística. Es un lenguaje no verbal cifrado, tan antiguo como los seres humanos. En él, el cuerpo, la gestualidad, la prosémica y la quinésica liberan y enajenan al bailador, bailadora o grupo de danzantes. Lejos de ser un código lingüístico con fines informativos, narrativos o argumentativos, la danza es una expresión individual, sensitiva y consiente que dura tanto como el bailarín lo desee o la pieza musical lo mande.

Esta expresión es tan antigua como lo seres humanos y la necesidad de éstos de comunicarse empleando otros medios, en este caso, su corporalidad. Al estar vinculada con la necesidad de decir, la danza expresa estados de ánimo y sentimientos a través de movimientos cadenciosos, que también han sido usados para armonizar ritos o ceremonias de guerras, nacimientos, muertes o alabanzas religiosas. Asociada al entretenimiento la danza es un elemento que se ha transformado y desplegado en múltiples estilos desde los más clásicos hasta los más populares. Este aspecto constituye, de alguna manera una característica de su definición moderna, ya que en la actualidad ésta está influenciada por aspectos sociales, morales y estéticos de la cultura donde se originó. No obstante, sin importar el lugar de gestación de la misma, la mayoría de danzas en el mundo poseen un rasgo en común: el movimiento flexible del cuerpo como condición física primaria para danzar.

En consecuencia con lo anterior, la danza es la conciencia del balanceo, la familiarización con el ritmo y la repetición que se sugiere en la música que llega a través de los oídos. Pensada de esta manera, carece de límites pues posibilita desatar la libertad del individuo y liberar la fatiga que arroba al ser humano al estar ahí, en un lugar y un tiempo rutinario determinado, sin respuesta a muchas preguntas. Es la puerta que abre la posibilidad creadora de los seres humanos de un lenguaje propio sin un fin práctico, ya que como manifestación particular es generadora de una realidad propia y personal expresada en un código secreto no convencional.

En este sentido, la danza es el habla del cuerpo, el lenguaje de lo que carece de sentido, lejos de ser un código, es movimiento que es en sí mismo desde el cuerpo y para el cuerpo. Allí, la entidad corporal desconoce el afuera y los balanceos son ilimitados en la posibilidad de interpretación improvisada. Es un procedimiento que va de afuera hacia adentro y luego otra vez afuera, pero esta vez los movimientos salen proyectados en vibraciones que transforman el entorno, y sugieren una cadencia que expresa la realidad que habita el cuerpo en ese espacio y tiempo definido. Los meneos del danzante escriben con una reservada gramática procedente de lo secreto, una invitación a colocar en juego los rituales de la distancia y la cercanía de otros cuerpos, al mismo tiempo, una manifestación de libertad y vitalidad.

La danza en pareja ha sido preconcebida como el encuentro de la seducción y el erotismo orientado hacia el amor. Sin embargo ésta, es solo una idea ya que imaginada como espacio de expresión vital, la danza es la voz que deshumaniza el sentimiento del amor. Esto, porque en pareja, lejos de constituirse en un objeto divino, es un encuentro de dos cuerpos que intentan complementarse, acoplarse, en un juego que los opone hasta articularlos el uno al otro para confluir en un solo gesto estimulado por el deseo y la voluntad particular, no dual. La dualidad elimina la memoria plurisignificativa del danzante, no le permite transformar sus temores, ansiedades y deseos de disipación. La búsqueda de un fin diferente al de la liberación; el deseo de ser con el otro y no desde sí y para sí, habla de una identidad compartida no de lo que siente y piensa un solo ser danzante.

En consecuencia con lo anterior, la danza del intérprete da cuenta de su identidad, de lo que siente y piensa, de sus experiencias, de sus temores, de sus ansiedades y deseos de disipación. Motivaciones sensibles que invitan al ente a una transformación para ser otro, un sujeto que tiene por único propósito interpretar el mundo, definirlo y significarlo a través de la postura de signo y su devenir como nuevo discurso transformador de la realidad. Esta metamorfosis, se produce en un instante que cifra la vida del ser danzante, es un momento donde se es otro, pues la danza habla del ser no solo como movimiento sino como carencia de sí, como habitante de lo ajeno (realidad) pero con la capacidad de proyectase como divinidad por un instante, ya que lo libera del intelecto y crea un puente que le hace sentir lo que piensa y pensar lo que siente.

Escritor: Claudia Escudero Zapata

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