La Democracia ¿un Oxímoron?

En los últimos tiempos, la palabra, o mejor, el concepto “democracia” se ha convertido en el carro de batalla de cualquier postura política o ideológica de lo que hemos convenido históricamente como “mundo occidental”. Suscitando una cantidad de significados y acepciones de la más diversa índole, en ocasiones hasta contradictorias entre sí. Es, sin lugar a dudas, dentro del imaginario político e ideológico occidental (común) algo positivo, deseable, un emblema postula Badiou; a tal punto, que se ha convertido en criterio moral para juzgar ciertas prácticas sociales, políticas y jurídicas. Se valora así una situación social determinada como democrática o antidemocrática.

Sin embargo, al reflexionar sobre ese gran consenso respecto a la democracia, observamos que descansa en un vacío y en una ambigüedad que nos deja perplejos. Al punto tal, que tratar de llegar a un acuerdo sobre lo que es específico de la democracia parece una tarea imposible. Esto, a su vez, nos sitúa en una deriva interpretativa que muchas veces permite que el término democracia sea manoseado, alienado y usado para defender intereses diversos y en gran medida en detrimento de lo que se cree es el espíritu democrático.

Tal vez podamos excusarnos en que el tiempo en que vivimos, la posmodernidad –que todo lo ha relativizado, y todo concepto se ha vuelto vacuo- ya no se precisa de definiciones. Pero, no hay duda de que debemos pensar lo democrático desde algún punto de vista que nos permita comprender ese núcleo fundamental sobre el que se legitima lo político, lo social y lo jurídico. Pero justificar ese punto de vista es igual de problemático que tratar de responder a la pregunta ¿qué es la democracia? Si se piensa desde el lugar tradicional o histórico de la democracia.

Democracia el gran oxímoron de la realidad social. Al parecer la vacuidad del término “democracia” encierra en su seno un sin número de connotaciones ambivalentes. Se habla, por ejemplo, de despotismo democrático, de tiranía democrática, totalitarismo democrático, dictadura democrática. Sin ir tan lejos, hoy en día se suele calificar a ciertos gobiernos latinoamericanos con el calificativo de dictaduras democráticas. Y en otras ocasiones se ha dicho cosas semejantes, como por ejemplo, que la democracia permitió o legitimo el régimen nazi. ¿Qué es entonces lo que hace que la democracia sea lo deseable? ¿Cómo describimos su estructura, o su significado intrínseco, si es que hay alguno?.

Se puede pensar la democracia desde dos campos: dentro y fuera de la democracia; no obstante, implica trasladar el foco de atención de la democracia hacia los demócratas y los no demócratas. Al hacer esto estamos en el terreno de la ya celebrada distinción entre civilización y barbarie. Y es claro, el demócrata es el ciudadano de cierta parte del mundo que comulga o tiene como emblema la democracia, él cree que está en el único mundo posible. Es él el que pertenece a la civilización y está en la cabeza del mundo. Los otros, la barbarie, los externos a lo democrático, se los imagina aún en estado de naturaleza o de guerra, son los que no han alcanzado la ciudadanía o están excluidos del círculo selecto del mundo democrático. En esta situación el demócrata solo quiere y acepta a otro demócrata que comparta y enarbole su emblema. Los demás son vistos como algo inferior, lo otro, la negación, la antípoda de la democracia.

En este sinsentido hablo del oxímoron democrático occidental. La democracia “perfeccionada” por una porción del mundo que deba ser impuesta a todo el mundo como ideal de vida, deja de ser democracia. La democracia excluyente, que margina, que invade, que mata. Esta descripción tan pesimista de la democracia –de Badiou- si bien es persuasiva y hasta certera, contrasta con una postura como la de Rancìere quien postula la otra parte del oxímoron democrático. No se puede confundir la “democracia participativa” con el “exceso democrático”. Para este autor: la democracia no es en sí una forma de estado, no es una forma de gobierno, ni un estilo de vida social. La democracia es “sobre todo esa condición paradójica de la política, ese punto en donde toda legitimidad se enfrenta a su ausencia de última legitimidad, la contingencia igualitaria que asimismo sostiene la contingencia no igualitaria. Es la acción que les arranca sin parar a los gobiernos oligárquicos el monopolio de la vida pública, y a la riqueza, el poder total sobre sus vidas. Es el modo de subjetivación por el cual existen los sujetos políticos” para Rancìere hay que disociar el pensamiento de la política del pensamiento del poder. La democracia entonces, no es un régimen político, sino la propia institución de la política.

Rancìere ve la democracia como la condición de posibilidad de lo político. Badiou describe la deformación de lo democrático o lo que se hace en nombre de lo democrático. Sin embargo, para Badiou, la democracia, tal y como está asumida en el “mundo occidental”, sí es un estilo de vida social; que se fundamenta en dos tesis platónicas: “el mundo democrático no es realmente un mundo” y “el sujeto democrático solo se constituye respecto a su disfrute”. El sujeto democrático es egoísta, y solo es movilizado por el disfrute de sus deseos, sin ningún orden, producto de su proceso individualizador. En cuanto al mundo democrático iguala lo desigual a través de la valorización, el dinero, convierte todo en mercadería, el arte y la ciencia, el amor y la política, etc. Son expuestos en su superficialidad, son insumos de consumo. Badiou comprende que si se despoja a la democracia de su emblema creado por el sistema capitalista se le pueda devolver su significado original: “la existencia de los pueblos, concebida como el poder sobre sí mismos. La política inmanente de la gente, como proceso abierto de la gente”.

Según Bensaïd, los dos autores, Rancìere y Badiou, ambos parecen compartir la idea que la política, del orden de la excepción eventual y no de la historia de la política, es escasa e intermitente (…) ambos comparten una crítica de la elección como reducción del pueblo a su forma estadística. En estos tiempos de evaluaciones de todo tipo, en que todo debe ser calificado y medible, en que el número cuenta con toda la fuerza de la ley, en que la mayoría equivale a verdad, estas críticas son necesarias. Pero ¿son suficientes?”

Para terminar con este breve ensayo. La pregunta lapidaria de Slavoj Zizek sobre el voto y la participación popular en las decisiones de estado: ¿En base a qué, al final de cuentas, habría que votar si las decisiones económicas, que corresponden a los expertos en economía, determinan cualquier política y determinación jurídica? En pocas palabras, aparte de elegir una representación en el poder ¿El voto nos hace participes de decisiones que nos afectan? La respuesta es ¡No, nunca decidimos!

Escritor: Carlos A. Alberto

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