LA DIMENSIÓN CULTURAL Y HUMANA DE LAS CIENCIAS NATURALES

 La enseñanza de las Ciencias Naturales está afrontando en la actualidad una gran cantidad de problemas y compromisos en diferentes ámbitos sociales, debido a la necesidad que se tiene de fomentar una alfabetización científica para todas las personas; dicho menester se corresponde con el ideal ampliamente difundido según el cual la educación científica es el pilar fundamental para el “desarrollo” de las naciones. Así se tiene hoy en día que gran parte de la producción científica se encuentra controlada por las grandes empresas y obedece por lo general a las exigencias económicas, políticas, tecnológicas o ideológicas de un cierto grupo social. Tal enfoque hace parte de un sistema educativo que busca la formación de más y mejores científicos e ingenieros que contribuyan al progreso de la economía y la tecnología de un país.

Sin embargo, lo anterior implica la transmisión de una imagen inadecuada de ciencia, concebida esta como el conjunto de saberes dogmáticos, inexpugnables y por ende inalterables, que componen la supuesta máquina de creación de la realidad más potente ideada por el hombre, desconociendo de esta manera su dimensión social, histórica, ética, cultural y en últimas humana, que ha caracterizado los grandes adelantos científicos de nuestra civilización. Así se muestra la ciencia como un campo de conocimientos desproblematizado y descontextualizado, en donde se pierde el amor por el conocimiento y la preocupación por entender los fenómenos naturales, negándonos así la oportunidad de elaborar explicaciones propias que nos permitan entender todo cuanto nos rodea.

En este sentido se presenta un tipo de ciencia estática, aburrida, ininteligible, un tipo de conocimiento superior y “puro”, libre de cualquier contexto cultural que le haya permitido emerger. Como consecuencia, esta imagen de ciencia sesga la creatividad y la imaginación, ya que todo el conocimiento se encuentra dado, no hay lugar para nuevas ideas y lo que importa aquí es la utilidad, la estética, el costo, la seguridad o el lucro que se pueda generar a partir de la ciencia. Estos factores conllevan a plantear una serie de preguntas en torno a la ciencia y su relación con la cultura humana, como por ejemplo: ¿qué entendemos como ciencia y qué no?, ¿qué clase de cultura científica apropiamos?, ¿qué imagen de ciencia deseamos transmitir? y ¿qué significado tiene la ciencia en las escuelas?, entre muchas otras cuestiones que alimentan hoy por hoy los debates en los círculos académicos de diferentes países.

Para mejorar la difusión de la cultura científica, las nuevas teorías pedagógicas coinciden en que debe enseñarse también la historia y la filosofía de las ciencias, con el fin de reconocer los aspectos históricos, filosóficos y culturales que han hecho posible su progreso. Así pues, si partimos además de la tesis según la cual, la educación consiste en el proceso por medio del que aprendemos a ser seres humanos, pues nos permite conocer las construcciones que hemos realizado a lo largo de la historia, entonces es inevitable pensarnos la ciencia como un producto de la cultura, como una empresa humana cuya existencia es posible gracias a la necesidad inherente del hombre por querer describir, predecir y comprender coherentemente su entorno.

Desde esta perspectiva la ciencia depende en gran medida del contexto sociocultural e histórico en el que se desenvuelve, en la medida de que existen factores culturales que influencian fuertemente el pensamiento, la percepción, la atención y el manejo del lenguaje de aquellos que asumen la tarea de aportar a la construcción del conocimiento científico. Tales factores, como enuncia Y. Elkana (1983), tienen que ver también con las imágenes y las fuentes legitimadas de conocimiento que se tengan en una determinada época, lugar o grupo cultural, de los valores culturales y de las normas ideológicas que determinan la estructura filosófica, epistemológica y metodológica del trabajo científico (Elkana, 1983). Es aquí donde se le otorga a la ciencia un carácter relativista y dinámico, en tanto la ciencia, primero, no es el único conocimiento válido del mundo y segundo, se construye históricamente, sometiéndola constantemente a fuertes cambios paradigmáticos con base en modelos de juicio (Elkana, 1983).

En este punto de la disertación, encontramos que tanto la ciencia como la cultura no se encuentran distanciadas la una de la otra, pues si bien las necesidades culturales dan paso a la construcción científica, la dinámica de la ciencia también hace que la cultura se transforme, estableciéndose una relación directa de no linealidad entre ellas; de esta forma encontramos que en muchas ocasiones, por ejemplo, la ciencia ha orientado, organizado y modificado el paisaje y las costumbres de los habitantes que hacen parte de una determinada cultura, al igual que la cultura ha definido el accionar científico en diferentes momentos históricos. Por consiguiente, se define un tipo de cultura propia (la cultura científica), que desde las premisas anteriormente presentadas debe ser una cultura integradora, transformadora e innovadora, con criterios que erradiquen la visión deformada de ciencia actual, defienda la ciencia en contra de los movimientos anti-ciencia y promocione la apertura de nuevos espacios y redes de cooperación (Fourez, 1997; Núñez, 2010).

El objetivo que se plantea entonces, debe apuntar hacia una visión de ciencia cuya actividad es igual de humana que la música, el arte, las letras, la religión, entre muchas otras, pues a diferencia de lo que se cree comúnmente, en la labor científica también entran en juego diversos factores como los sentimientos, las pasiones, los pensamientos, las relaciones interpersonales, las disputas, las reconciliaciones, las sensaciones, etc., por lo que no puede desligarse de los contextos, ni deshumanizarse como a veces se pretende. La ciencia involucra una gran cantidad de imaginarios culturales que se elaboran colectivamente y este hecho hace que muchas de las teorías o modelos propuestos desde la ciencia sigan estando impregnados por un espíritu enigmático.

Entender la ciencia de esta forma posibilita por un lado la no estigmatización de la misma, al cederle la responsabilidad de todo cuanto ocurre en la sociedad, pero tampoco de convertirla en un nuevo dogma de fe, al creer que es ella quien debe sortear y solucionar todos los problemas de la humanidad. Es así como de alguna u otra forma, la educación es un instrumento fundamental para incentivar a las personas hacia estas nuevas formas de pensar, ver y comprender el mundo. En otras palabras, debemos intentar hacer de las ciencias un lugar donde se presenta en todo su esplendor la historia humana, sin caer en las concepciones tecnocráticas, utilitarias e instrumentalizadoras propias de nuestra época. Así pues, la educación en ciencias debe propiciar la formación de un pensamiento crítico, responsable y creativo entre las personas, para que nosotros como sujetos podamos reflexionar sobre su situación en un determinado contexto, sobre las acciones que implementa cotidianamente y examinar con más detalle los aspectos culturales que la afectan. Debido a ello, encontramos al interior de las clases un escenario propicio para la discusión, donde es posible privilegiar en los estudiantes además del hecho de “saber ciencia”, el papel que esta desempeña en el ámbito social, relacionándola con todas las dimensiones culturales que perviven en la sociedad y que están enmarcadas en el desarrollo científico.

Referencias
Elkana, Y. (1983). La ciencia como sistema cultural: una aproximación antropológica. Sociedad Colombiana de Epistemología, 3(10), 65 – 80.

Fourez, G. (1997). Alfabetización Científica y Tecnológica: Acerca de las finalidades de la enseñanza de las ciencias, Argentina: Ediciones Colihue.

Núñez, R. (2010). La cultura científica según Ramón Núñez Centella. Asociación Española de Comunicación Científica. Recuperado el 15 de mayo de 2012:
http://www.aecomunicacioncientifica.org/es/noticias/aecc-noticias-de-comunicacioncientifica/60729-la-cultura-cientifica-segun-ramon-nunez-centella.html.

Escritor: edgar David Guarin Castro