LA EDUCACIÓN: UNA SALIDA PARA UNA MOVILIDAD MÁS SEGURA

Cada día experimentamos, sin distinción alguna, de clase o estrato, en las principales urbes del mundo, el rigor, las dificultades y los contundentes efectos de una movilidad exageradamente paralizada, caótica y acuciosamente peligrosa. Aunque el problema no es sólo el preciado tiempo que se nos va esfumando en continuos trancones y congestiones, sino, además, la cantidad de vidas humanas que se están viendo afectadas y lesionadas en esos mismos escenarios tan críticos, y peor aún, el número elevado de víctimas mortales que diariamente se están presentando en las calles de las diferentes metrópolis. “Los traumatismos por accidentes de tránsito constituyen un problema mundial de salud pública que afecta a todos los sectores de la sociedad” (4 de diciembre de 2003, OMS, Consejo Ejecutivo 113 reunión, Punto 3.9 del orden del día provisional).

En Colombia, por ejemplo, según las estadísticas del Instituto Nacional de Medicina Legal y Ciencias Forenses de los últimos años, se mantiene una cifra promedio cercana a los 5.500 siniestros de tránsito por año, ocupando el segundo lugar en causales de mortalidad en el país, por debajo sólo de la violencia o el conflicto armado que son precisamente los aspectos que más muertos generan en nuestra nación. Podríamos decir entonces, que periódicamente se viene desatando una “batalla campal” día tras día, en medio de los recorridos y desplazamientos a nuestros lugares de destino, de manera que al interior mismo de las zonas de mayor concentración urbana de la nación, se dan los mayores índices de accidentalidad.

Además, es importante anotar, que cerca de la mitad de las víctimas de dichos siniestros son jóvenes apenas de quince a veintinueve años, es decir, proyectos de vida, sueños, ilusiones, ideales imprescindibles para una nación, los que se están viendo truncados en la vía; algunos tal vez por simple adrenalina, por inexperiencia o falta de pericia, otros por afán o deseo de exhibicionismo y unos más por querer experimentar aventuras extremas; pero todos ellos con grandes falencias, vacíos y debilidades en torno a las competencias y conocimientos básicos que exigía dicha actividad tan inminentemente peligrosa, generando así un panorama delicado de desconocimiento de la vía, el vehículo y las normas mínimas que regulan sana y justamente la manera de compartir ese espacio público que llamamos vía, y que naturalmente desencadenan en una estadística tan crítica y preocupante como la que anteriormente se acaba de referenciar.

¿Qué hacer entonces ante tan delicado panorama? ¿Qué soluciones serían más eficaces para contribuir al mejor funcionamiento del sistema de tráfico? ¿Cómo contribuir a una notable disminución de estas alarmantes estadísticas? Son algunas preguntas que surgen lógicamente frente a esta realidad y que quedan a la espera de una razonable y esperanzadora respuesta que pueda incidir significativamente por parte de todas las estructuras, instancias e instituciones que están intrínsecamente comprometidas y relacionadas con el mundo de la movilidad.

En esta ocasión sólo quisiera detenerme y enfatizar aquellas que tienen una tarea o función netamente educativa: en primer lugar, me refiero a “La Familia” como la primera institución forjadora de los valores en la sociedad; sin lugar a dudas, hay que reivindicar el papel de la familia como el primer núcleo donde se forman los ciudadanos en torno a la cultura, a la cívica y a la urbanidad de cómo irrumpir en ese espacio público que llamamos “Vía” sin generar mayores afectaciones negativas. La manera de estar hoy en esos espacios, ya sea como peatones, acompañantes, pasajeros o conductores (llamados “Actores o Protagonistas” de la vía), tiene mucho que ver con los modelos o referentes que tuvimos por delante en esos procesos iniciales de formación. Y seguramente no fueron las teorías las que finalmente se asimilaron, sino el ejemplo y la práctica misma, las que crearon hábitos y costumbres para saber estar y compartir dichos escenarios. En definitiva, no se le puede quitar a la familia ese rol o esa función socializadora de preparar a los futuros actores de la vía.

En segunda instancia, considero que “La Escuela o Institución Educativa” también tiene una responsabilidad y una real incidencia en esta tarea de crear una cultura y una conciencia vial durante la educación primaria, básica y media. No se puede desaprovechar esa hermosa oportunidad, durante once largos años de formación, de desarrollar sistemáticamente unos contenidos o integrarlos desde las diferentes disciplinas del conocimiento, para que ofrezcan unas bases, herramientas o criterios fundamentales para irrumpir en la vía sin generar mayores contratiempos.

De hecho, en Colombia, fue aprobada por parte del Congreso De La República la Ley 1503 de Diciembre 29 de 2011, donde se establece “La Enseñanza Obligatoria” en todos los establecimientos oficiales o privados que ofrezcan educación formal, del desarrollo de conductas y hábitos seguros en materia de seguridad vial y la formación de criterios para evaluar las distintas consecuencias que para su seguridad integral tienen las situaciones riesgosas a las que se exponen como peatones, pasajeros y conductores (Literal (f), Artículo 14, Ley 1503 de 2011). (Decreto 1500 de 2009, Ministerio de Transporte de Colombia). Tal vez sea este uno de los puntos más críticos en nuestro país y que necesita de una gran reforma donde se pueda garantizar realmente para las nuevas generaciones una verdadera formación en el conductor que le lleve a dimensionar su responsabilidad inminente en la vía. .

Escritor: Jhovanny Montoya Gómez

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