Hablar sobre la felicidad no es una tarea sencilla teniendo en cuenta que es una noción cuyo conocimiento suele darse por sentado, por ser algo que todos experimentamos para nuestro gozo, pero en realidad, como concepto es algo muy complicado, tal y como pone en evidencia Platón a lo largo de sus obras al cuestionar nociones como el conocimiento, la virtud, lo justo, etc., que por ser aparentemente sencillas y de uso común, se considera que se tiene un saber claro sobre éstas, sin embargo, al preguntarse por ellas se manifiestan como algo muy complejo que finalmente no se conoce por completo.
La felicidad es considerada como uno de los mayores bienes que puede tener el ser humano, y como un elemento indispensable para concebir la vida buena, de ahí que para el hombre implica una búsqueda insaciable, movida por el deseo inagotable de éste para lograr experimentarla, pese a lo efímera que es dicha sensación, porque, como bien dice Sófocles, uno de los tres grandes dramaturgos del teatro griego clásico: “Cuando los hombres renuncian a sus satisfacciones, no tengo esto por vida: antes bien lo considero un cadáver que alienta” (Antígona v. 1166-1167).
Esta sentencia permite evidenciar dos cosas, primero, el profundo conocimiento que sobre la condición humana posee el dramaturgo en mención, quien, teniendo en cuenta algunas máximas de sus obras conservadas, nos ofrece un panorama mucho más amplio para indagar en la felicidad y clarificar algunas de las cuestiones y problemáticas que sobre ésta se expondrán. En segundo lugar, se puede percibir fácilmente que existe una relación entre la felicidad con la vida y la muerte, de carácter anímico, psicológico, porque quien carece de alegría en su vida, dice el poeta que es como “un cadáver que alienta”, una especie de muerto en vida, con lo cual puede comprenderse la importancia que esta afección del alma tiene para el hombre y su existencia.
En otra de sus obras, Sófocles expone un aspecto problemático de la naturaleza de la felicidad, al afirmar: “La alegría más grata está en la inconsciencia hasta que llegas a conocer las alegrías y las penas” (Áyax v. 555-556). El conflicto presente en esta sentencia radica en la gran importancia que se le atribuye a la ignorancia, como elemento indispensable para una felicidad superlativa. Es conocida desde antaño la relación entre saber y sufrimiento, porque en muchas ocasiones el conocimiento de la verdad, por más que se desee adquirirlo, causa dolor, de ahí también ese carácter escurridizo que la verdad en sí contiene, que la hace casi inaprehensible para el ser humano y que convoca a pensar en quién pude ser más feliz, el sabio o el ignorante, el erudito o el inculto. Sin embargo, pese a lo amarga que puede llegar a ser la verdad y el dolor que ésta puede causar, al igual que la tragedia para Aristóteles, tiene un carácter catártico que libera al ser humano, tras su superación.
Los griegos de la antigüedad, si bien no negaban la existencia de la felicidad, ni las posibilidades de que ésta se pudiera experimentar, la concebían como una utopía, un imposible, en la medida en que no se puede experimentar de manera estable, sin variantes físicas o anímicas negativas como el dolor o la tristeza; muestra de ello son las condiciones que se planteaban como necesarias para poder considerar o no a alguien como un ser feliz. Una causa, y quizá la más importante, que posibilita la felicidad, y que también es una constante valiosa en diversos modelos filosóficos tales como el platonismo y el estoicismo, es la prudencia, la mesura, como un elemento necesario no sólo para vivir bien, sino también para ser dichoso y considerarse sabio. Al respecto, retomando a Sófocles, éste dice al final de su Antígona que “la cordura es con mucho el primer paso de la felicidad” (v. 1349).
Por el carácter efímero de la felicidad, la prudencia o mesura juega un papel importante a la hora de saber mantener la compostura y no dejarse llevar por las emociones, pensamientos ni palabras arrogantes, que más adelante pueden traer consecuencias negativas, teniendo en cuenta por ejemplo, que todo, como lo intuyó Heráclito, es susceptible al cambio, al devenir, y en esta medida, la felicidad que puede experimentarse a raíz de incontables causas y motivos subjetivos, como metas alcanzadas, amistades, relaciones sentimentales, etc., puede terminarse, evidenciando que, como sucede con la verdad, en muchas ocasiones el dolor es un elemento que acompaña a la dicha, como si fuera su escudero, porque parece ser que, citando nuevamente a Sófocles: “Nada extraordinario llega a la vida de los mortales separado de la desgracia” (Antígona v. 613-614).
Ante la imposibilidad de eludir el sufrimiento a lo largo de la vida, sin desconocer que se pueda experimentar la dicha sólo durante momentos de la existencia, Sófocles manifiesta una sentencia contundente al final de una de sus obras más célebres, Edipo Rey, y que es en la tragedia griega, como la prudencia para la filosofía, una idea constante: “Ningún mortal puede considerar a nadie feliz con la mira puesta en el último día, hasta que llegue al término de su vida sin haber sufrido nada doloroso” (v. 1529-1530).
No se niega entonces la posibilidad de experimentar la felicidad, sino que se pone en evidencia que es un error que alguien se considere a sí mismo o a alguien más como feliz en términos universales, negando las malas experiencias como el dolor o la tristeza. Luego de discernir sobre la felicidad, puede decirse que existe, es compleja, efímera, y representa una de las mayores búsquedas del ser humano para su bienestar; sin embargo, no es posible considerarse como un ser completamente feliz, porque tarde o temprano en la vida se padece por algo que opaca la plenitud de la felicidad.
Bibliografía
Sófocles. Tragedias (Áyax, Las Traquinias, Antígona, Edipo Rey, Electra, Filoctetes, Edipo en Colono). Madrid: Biblioteca Clásica Gredos, 1981.
Escritor: Gerson Góez
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