La intemporalidad del hombre en Quevedo

Es imposible ignorar la complejidad que representa pensar cómo se definen el tiempo, la muerte y la vida. Complejidad además agudizada si se tiene en cuenta que la subjetividad que necesariamente acompaña esta definición impide que se pueda llegar a un resultado universal. Ahora, en el momento de enfrentarme a la poesía de Francisco de Quevedo me resultó inadmisible ignorar no sólo la insistente presencia de los tres conceptos, sino también cuán estrechamente están relacionados para el autor. De esta manera, más que llegar a una definición, lo que busco acá es intentar dilucidar cuál es la concepción del autor y enfrentarla con la de Jorge Luís Borges para, finalmente, poder formular algunas preguntas aparentemente pertinentes a la teoría de Quevedo.

Es pertinente aclarar que para este propósito sería limitante enfrentarse a un único texto de Quevedo, por lo que tomaré acá fragmentos de poemas y de un sueño del poeta para lograr acceder a dos aspectos específicos, suficiente para reconocer y entender los conceptos mencionados en profundidad.

Primero, la vida no es una experiencia de continuidad. Equivale, por el contrario, a instantes, a una sucesión de incontables momentos fugaces y efímeros que mueren, uno tras otro: “Cualquier instante de vida humana es nueva ejecución” (Quevedo, Poemas 71). La vida no es, entonces, una experiencia en sí pues es una secuencia discontinua de fragmentos. En esta medida, el fenómeno temporal empieza a resaltar en su ausencia. Es decir, el hombre no tiene ni su pasado ni su futuro y, ahora, deja de tener su presente. Se sale de su tiempo para entrar en una “seudo-experiencia” estrictamente temporal en donde la vida como experiencia se vuelve eternamente inalcanzable: “Ya no es ayer; mañana no ha llegado; hoy pasa, y es, y fue” (60).

no representa ningún cambio pues, fuera del tiempo, esta sucesión de instantes no es de ninguna manera diferenciable de la eternidad. No es en Quevedo, Obra en prosa 178).

Berkeley plantea que los objetos inmateriales sólo existen en la medida que son percibidos. Es decir, los objetos no tienen una existencia absoluta sino instantánea y, en esa medida, fragmentada. Hume, por su parte, afirma que el hombre es “una colección o atadura de percepciones, que se suceden unas a otras con inconcebible rapidez” (138) y que “una sucesión de momentos indivisibles” es el tiempo. Plantea, además, que el objeto y el sujeto son sus atributos. El hombre y el tiempo son, entonces, percepciones y momentos respectivamente. Ahora, si los objetos sólo existen en los momentos en que son percibidos, quiere decir que estas percepciones son momentáneas, no continuas. Las percepciones son, entonces, momentos; el hombre es, entonces, tiempo.

En el ensayo “Nueva refutación del tiempo”, Jorge Luís Borges, con base en lo anterior plantea, primero, que “Fuera de cada percepción no existe la materia; fuera de cada estado mental no existe el espíritu; tampoco el tiempo existirá fuera de cada instante presente.” (146). Es decir, el tiempo sólo es presente. Segundo, plantea que los hombres sólo “somos el minucioso presente” (140). Ahora, si hombre y tiempo son presente, este último también es subjetivo. Así, el tiempo es también, influenciado probablemente por la posición de Kant (“El tiempo no es otra cosa, sino (…) la intuición de nosotros mismos” (Kant 237)), un proceso mental e individual. En esta medida, y entendiendo que el tiempo “son sucesiones de momentos”, Borges observa en “Sentirse en muerte” que la posibilidad de que haya dos momentos idénticos es acceder al sentido de eternidad y, así, negar el tiempo: “El tiempo, si podemos intuir esa identidad, es una delusión: la indiferencia e inseparabilidad de un momento de su aparente ayer y otro de su aparente hoy, basta para desintegrarlo.” (Borges 143).

Borges, entonces, al igual que Francisco de Quevedo, niega la presencia de una temporalidad. Para ambos, el hombre permanece en una sucesión de momentos que, indistinguibles entre sí, se alejan de su condición temporal y se acercan a una condición de eternidad. La conclusión a la que llegan es, en palabras de Borges, “El tiempo es la sustancia de que estoy hecho” (149); y en palabras de Quevedo, “soy un fue, y un será, y un es cansado” (Quevedo, poemas 59). Es decir, ambos solucionan el problema argumentando que el hombre es tiempo.

En esta medida, nos encontramos necesariamente frente al problema de la existencia. Por un lado, si la muerte y la vida se fusionan en la intemporalidad del hombre quiere decir que la trascendencia, el ser del hombre es un proceso lineal y continuo. La negación de la vida del hombre es también, entonces, la negación de su muerte. No hay un principio, ni un final, el hombre simplemente avanza por el no-correr del tiempo, por la eternidad. Así, si todo hombre es un momento, y la sucesión de momentos es eterna, se niega también su individualidad pues todo ser humano sólo es un momento, una eternidad. Por otro lado, si el hombre es tiempo, y ambos autores niegan la existencia de éste, están negando también la existencia del hombre. El que el hombre no exista nos conduce necesariamente a varias preguntas: ¿es ausencia o presencia la experiencia intemporal de la muerte eterna del hombre?, ¿si es ausencia, es experiencia?; si no hay individualidad quiere decir que no hay individuo. En esta medida, ¿la posibilidad de ser del hombre se reduce a una experiencia –o “inexperiencia”- colectiva?; ¿qué es, entonces, ser?

Bajo otro propósito, a lo que nos podría llevar esta reflexión es a preguntarnos, entonces, cuál es el concepto de ser en estos dos autores. Sin embargo, lo que quiero acá es mostrar cómo esta distinción pierde importancia en la intemporalidad de Quevedo. El hombre, más allá de su existencia o su inexistencia, de su presencia o ausencia, está inmerso en una eternidad en la que es –o no es– sin individualidad; es –o no es– en eternidad, en colectivo.

De esta manera, el hombre de la obra de Quevedo está sometido a una naturaleza de dualidades inquebrantables –vida y muerte, presencia y ausencia, etc.– que lo llevan a estar esencial y eternamente inmerso en una pugna interna entre una vida razonada de cuestionamientos y una vida emocional en la que el amor es lo único que trasciende la fragilidad y la inestabilidad de la vida y de la muerte: “serán ceniza, mas tendrán sentido. Polvo serán, más polvo enamorado” (Quevedo, poemas 174). El paradójico hombre del autor vive en convivencia con estas luchas internas. Sabe y soporta que en su esencia misma existe la posibilidad de contradecirse, refutarse e incluso de negarse: “que yo soy y no soy, y muero y vivo” (Quevedo, Obra en verso 169).

Bibliografía:
– De Quevedo, Francisco. Obra en prosa. En Obras completas. Madrid: Aguilar, 1966.
Obando 4
– De Quevedo, Francisco. Obra en verso. En Obras completas. Madrid: Aguilar, 1966.
– De Quevedo, Francisco. Poemas de amor, de pasión y de muerte. Bogotá: El Áncora editores, 1996.
– Borges, Jorge Luís. Obras completas (1952-1972). Buenos Aires: Emecé Editores, 1974.
– Kant, Immanuel. Crítica de la razón pura. Traducción y notas de Juan B. Bergua. Madrid: Ediciones Ibéricas, 1970.

Escritor: Pablo Obando Guzman