En un momento donde todo es plano, donde la realidad ha sido cuadriculada por el imperativo categórico del mercado, la palabra se instala como el único mundo posible…aquel donde el hombre se perfecciona a sí mismo. Como aquel sitio donde se realizan todas las posibilidades numerables, todo lo descifrable, y aún más allá, nos lleva a abrir la puerta del salón que dice: “sólo para locos”…y entramos en el indescriptible y nebuloso espacio, en la imponente y multiforme presencia del enigma. La palabra es el sueño del hombre, en ella se colman melancólicamente todos sus suspiros, todas sus aspiraciones. En ella se cifra toda la contingencia de la voluntad humana, por ello la metáfora hace todo posible, establece la conexión con la dimensión paralela de la imaginación, sublima las ideas dotándolas de la propia sustancia y belleza de las cosas.
En la actualidad resulta muy difícil obviar la ambivalencia, la ambigüedad en la que se sitúa la dimensión de la palabra, reconocer sus atributos y la condición inherente a su propia naturaleza. Ésta, es marca indeleble y a la vez transitoria de la forma en como el hombre entiende y hace suyo el mundo. Pero, ¿por qué tanta importancia a la palabra, al lenguaje? Quizá se deba a una causa meramente existencial, a alguna íntima preocupación filosófica, dado el uso inverosímil en el que ha caído el empleo de nuestra lengua, como órgano comunicador de nuestras ideas y de nuestros sentimientos.
Ahora bien, podríamos sintetizar la preocupación principal de nuestra reflexión sobre la palabra en la pregunta sustancial ¿Dónde esta el enigma? Es decir, ¿Dónde se haya la presencia viva de las cosas ahora? A esta última pregunta puede responderse de forma negativa, pues a falta de un enigma, la construcción de sentido se desvanece, y la palabra deja de ocupar su lugar sagrado para convertirse en parafernalia, en accesorio de lujo, en discurso fragmentado.
Esto lo decimos, porque existe en la actualidad una abundante cantidad de textos, de discursos banales que circulan a gran velocidad por los medios masivos de comunicación, saturando con sus sentidos, con sus significados, las dimensiones de lo social y de lo individual. La disminución del cuerpo y el exceso de discurso, van ocupando el sitio de nuestro propio lenguaje, de nuestra capacidad de construir sentido. El problema radica pues, en lo que se denomina el “encapsulamiento en la información y la eficacia.
Aquí se alude a la fugacidad de la palabra escrita en un medio digital, del cual podríamos decir constituye la última fase de ese proceso evolutivo que ha seguido la palabra luego de trascender la imprenta, en su intención de perpetuarse, de derrotar al tiempo haciéndose presencia, cuerpo intangible alimentado por el milagro de la energía eléctrica. Pero, no escapa allí en aquel ámbito también al lento desdibujamiento que viene sufriendo ésta, convirtiéndose un cuerpo que vehicula sentidos fragmentados, vertiginosos y hasta irreales.
Luego, en este punto, se presenta otra situación problemática que atañe directamente a la lectura. Sabemos que le lenguaje es construcción de sentido, es decir, que implícitamente la actividad que los seres humanos realizamos casi desprevenidamente, es la lectura tanto del texto, como del contexto dentro del cual nos movemos como seres históricos.
Si bien las palabras gozan de esa misteriosa facultad de representar algo que en esencia no son, no olvidemos que espinoza nos advertía ya, que el concepto no contiene lo fundamental de la cosa, pues de ser así, el concepto de azúcar sabría dulce. De igual modo, la palabra sólo es un símbolo, un signo que es “marca de la ausencia”, marca poética, marca alegre, marca inverosímil… puesto que: ¿Qué es después de todo, el lenguaje incluso trastornado de mil maneras, junto a la percepción que se puede tener directa, misteriosamente, de la agitación del follaje contra el cielo o el ruido del fruto que cae sobre la hierba? Con esta encrucijada que plantea el poeta Ives Bonnefuy, se quiere ilustrar, que las palabras son tan sólo una herramienta limitada, posibiltadora de creación de sentido, o sea de lectura. Instalándose esta última, como ese imperativo de dotar de sentido la vida y a los cuerpos que la conforman, incluyendo el nuestro.
En síntesis, podemos decir que las palabras se hayan limitadas por su propia naturaleza, pero a falta de algo “mejor” o más preciso, es indispensable su uso, con la palabra escrita la búsqueda de claves y de construcción de sentido se ensancha, y a través de la lectura que hacemos todos desde diferentes lenguajes, nos lleva a todos a un lugar común; imprimir de sentido, de esencia, de presencia; o sea cuerpo, al universo que nos contiene y nos rodea, a pesar de que en el fondo sepamos que realmente la palabra universo, no es el universo.
REFERENCIA BIBLIOGRÁFICA
MONTES Graciela. “De lo que sucedió cuando la Lengua Emigro de la Boca” En: Lectura y Vida.
Septiembre 3 de 1999.
Escritor: Wilson Rodriguez
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