LA PROTESTA: EL FUNDAMENTO DE LA CRISIS DEL ARTE

Las actitudes vanguardistas se relacionan entre sí por una protesta de las actitudes convencionales en el hacer del arte y, más íntimamente, en la actitud frente a la vida. El paso que parecen seguir es el de la negación, especialmente, de la actitud positivista. De Michel dice que lo que más le molestaba a los expresionistas era “el tono de felicidad, de sensible hedonismo y de «ligereza» propio de algunos impresionistas” (pág. 69). Esto se debía a que el sentido del impresionismo se había quedado en el instante exterior, el cual no les parece verdadero arte a los expresionistas; para Herman Bahr el arte grita en las tinieblas y el impresionismo no terminaba lo más importante: el acto de ver. Recuerda Bahr que Goethe decía: “el oído es mudo, la boca es sorda […] pero el ojo oye y habla” (pág. 70). El arte, para el expresionismo, debe ser expresión interior, no una cargada concreción de normas y estructuras establecidas; por esto es que protesta ante el positivismo, por su afán por establecer racionalmente todo en procura de una felicidad.

De Michel nota que los artistas pretenden “demostrar la falsedad del espejismo positivista” (pág. 68). La ardua protesta que se libera es la de revelar las cosas en su sentido íntimo, para ver las cosas como una línea que se retuerce; por eso su antecedente es Van Gogh, quien en Cartas a Theo hablaría que la idea de sus cuadros sería la de ver el escosisado del mundo. La actitud misantrópica que revelan los expresionistas está ligada al velo que crea el universo positivista, que desentraña el naturalismo; pero que no ataca y que obvia el impresionismo con su actitud preeminente de exterioridad. Kasimir Edschmid, al hacer todas estas denuncias, expresa que el mundo ya está hecho, que es absurdo hacer una réplica de él. El artista expresionista debe construir la realidad: “él no mira: ve; no cuenta: vive” (pág. 82). El expresionismo pretende deshistorizar el sentimiento y hallar el éxtasis interior.

Del grupo Die Brücke, Kirchner se destacaba por hacer de su pintura un jeroglífico: “como signo expresivo de una realidad vivida” (pág. 88), decía que había captado el aislamiento y lo fantasmagórico del hombre en el hormigueo de las metrópolis. Por otra parte, Nolde descubre en el arte primitivo la manera de expresión más sincera, aduce que lo primordial se comunica directamente; influencia que viene de Gauguin al haber tomado, en su paso por América del sur, formas indígenas que plasma en muchas de sus pinturas. No obstante, la visión de Nolde se traduce en exponer la inspiración alcanzada por los instintos y convertir el arte en un arte exclamativo, en un clamor salvaje.

En el Dadaísmo se encuentra una protesta más fuerte, decían que lo absurdo superaba largamente a los valores estéticos. Por lo que es un renegar del arte mismo. La pretensión Dadá se sitúa en hacer un antiarte, una antiliteratura, una antipoética. Hacer más gesto que obra, provocar y escandalizar; como cuenta Hugo Ball en una anécdota en la que la burguesía fue invitada a una obra de teatro de ellos y fue el público atacado por los actores (miembros dadaístas) con tomates. Esta era su pretensión de transformar la poesía en acción, hacer un gesto liberador de la convencionalidad, protestar contra todo acto establecido y procurar la negación intelectual: “el agua del diablo llueve sobre mi razón” decía Tristan Tzara.

El arte abstracto hace una protesta que vuelve un poco al expresionismo. Los primeros exponentes en aparición e importancia para el abstraccionismo son Wassily Kandinsky y Piet Mondrian. Kandinsky se encuentra cerca de las pretensiones del expresionismo al hacer sus obras por medio de impulsos líricos conectados con el principio de la inspiración romántica, una efusión del espíritu, comenta De Michel. Lo que acerca a Kandinsky con los expresionistas, es que el promueve una “forma de ascetismo que se libera de las servidumbres de la realidad material mediante un éxtasis imprevisto que lo vincula a la sustancia espiritual del universo” (pág. 230); se nota en Kandinsky una crítica de la apariencia positivista, una protesta del sentimiento que se aliena a la realidad material. Sin embargo, encontramos en Mondrian otro polo, el ascetismo, más alejado de los expresionistas porque pertenece al rigor intelectual, que tiende a superar el fluctuar de las pasiones, mediante un proceso de despersonalización de nosotros mismos y de los estímulos individuales. Quizás en este sentido Cortázar escribe que quien mira uno de sus cuadros debe mondrianizarse. Pero en Mondrian no se manifiesta la última expresión radical del expresionismo, porque la protesta es siempre más amplia.

Malevich, aunque no es el último de los expresionistas, sí es quien abre la ventana a la pregunta de los últimos fundamentos. Cuando hace la explicación de su obra Cuadro Negro sobre fondo blanco destaca la noción del desierto, pero menciona que no había que esperar nada más: “pero ese desierto está lleno del espíritu de la sensibilidad no-objetiva que todo lo penetra” (pág. 233). En este punto nace lo que Malevich llama, con la colaboración de Maiakovski, el suprematismo; una protesta al «mundo como voluntad y representación». Se genera un éxtasis de libertad no-objetivada, el suprematismo es el mundo de la no representación. Es el desierto en el que no existe otra realidad que la realidad de la sensibilidad, que era lo que hacía ver la crisis en primer lugar: una crisis por una felicidad ligera y sin sentimiento, donde el arte aburguesado llenaba los anaqueles con de la historia con un sentimiento sin vida.

La idea de la protesta llega a un punto de apertura del sin-fundamento del arte en la historia, y desde este punto puede suceder lo que los dadaístas buscaban: el gesto puro de la sensibilidad.

Referencias:

• DE MICHEL, Mario. (2002), Las vanguardias artísticas del siglo XX. Madrid: Alianza Editorial.
• GOGH, Vincent van. (1984), Cartas a Theo. Madrid: Barral Editores.
• RANCIÈRE, Jaques. (s.f.), La revolución estética y sus resultados. S.d.
• RICHTER, Hans. (1973), Historia del dadaísmo. Buenos Aires: Nueva visión.

Escritor: Alejandro Cuervo