La redacción y sus periplos.

Abundan los textos sobre cómo se debe escribir. Los profesores se empeñan día a día en el aula de clase tratando de inventarse un método eficaz para que sus alumnos redacten de forma aceptable. Y ciertamente hay métodos buenos y buenos ejercicios. Aquí no se trata de inventar la rueda, porque es verdad, por ejemplo, que si no se lee es difícil escribir bien, que la claridad es una condición necesaria, y la síntesis, y la tesis en los ensayos argumentativos, y la cohesión y la coherencia, la buena ortografía, el vocabulario… Pero, para solo discutir el primero de los puntos enumerados, no necesariamente se deben leer obras literarias; también son útiles – y preferibles a la hora de enseñar cómo redactar – el periódico, las revistas, los libros de recetas, aquellos que contienen instrucciones o descripciones, entre otros.

Todos ellos son, ni más ni menos, diferentes maneras de abordar el ejercicio de acuerdo con las distintas clases de textos. Sin embargo, a despecho de las preceptivas, es peligroso encajar a todos los estudiantes en los mismos parámetros. Hay muchas maneras de llegar al mismo sitio. A menudo los alumnos más brillantes son aquellos que encuentran una ruta particular para solucionar viejos problemas que desde siempre se habían abordado con un método probado. No debemos asustarnos por ello sino celebrar una mente fresca y que ofrece novedad.

Quizá la mejor manera de explicar mi planteamiento es relacionando el proceso de escritura con una vieja y gastada metáfora: el viaje. Existen dos clases de viajeros, los que planifican hasta el último detalle antes de iniciar su periplo y los amantes de la aventura. Para quien todo lo planea, será clara la ruta a seguir, las estaciones, los sitios de hospedaje, las comidas, los restaurantes e incluso el presupuesto; para él la seguridad hace parte de su disfrute. En cambio, para quien viaja a la bartola, todo es imprevisto, nunca sabe en dónde va a amanecer, en qué se va a transportar, ni cuál será su próxima parada; allí precisamente reside su placer.

Igual sucede con quienes se enfrentan a la redacción de un texto. Hay también dos clases de personas: aquellas que antes de escribir la primera línea planean paso a paso su escritura, hacen un mapa del recorrido que van a seguir, establecen cuántos párrafos y qué va a contener cada uno…, no hay sorpresas, pero sí mucha seguridad. El texto que surge como resultado de este proceso es ordenado y claro. En general, la preceptiva indica que este es el camino adecuado, el único.

Sin embargo, en contravía de estas indicaciones, valiosas y acertadas, pienso que también es respetable el tipo de escritor aventurero. Seguramente para él es más fácil dejarse llevar por las ideas que se le atropellan una tras otras e irlas anotando como llegan; escribir sin previos y sin condiciones para dejarse sorprender con los resultados que obtiene. Al final, surge un texto desordenado, pero creativo.

Y aquí empiezan las similitudes: cuando se regresa de un viaje es inevitable el recuento; ambos viajeros lo harán inevitablemente. Y ambos podrán saber cuál fue su recorrido. Es posible que para el aventurero sea un poco más difícil trazar su mapa, pero igual podrá hacerlo a posteriori. Esa es la propuesta para nuestro escritor espontáneo: déjese llevar por la aventura, disfrute el recorrido, pero eso sí, tome luego su texto y ordene el itinerario de sus ideas para que sepa cuál fue su recorrido. Hay muchos recursos, uno muy útil es anotar al lado de cada párrafo los temas que encuentre y luego clasificar jerárquicamente o de acuerdo con el efecto deseado. En resumen, el proceso es igual, pero a la inversa. Uno ordena antes de empezar a escribir, el otro luego. Lo importante al final es tener claro qué se hizo y cómo. Condición sine qua non: sin recursos ni se viaja ni se escribe; la cantidad de conocimientos que se empleen determina necesariamente la calidad del texto.

Escritor: Emma Lucía Ardila Jaramillo.

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