La Revolución Copernicana

La teoría heliocéntrica de Copérnico, como todas aquellas que actualmente dominan el gran paradigma científico, fueron producto de largos años de estudio y sobre todo de discusión. En el mundo de las ciencias duras, los paradigmas se orientan como peldaños de escalón, unos sobre otros; aquel que queda abajo en ese circuito incesante, no se retira por la puerta trasera con el rótulo de “obsoleto”; si bien sus conocimientos ya no rigen más explícitamente, fueron el puntapié necesario para que el nuevo paradigma pueda surgir.

Copérnico arriba al mundo de la astronomía cuando éste estaba debatiéndose en una fervorosa crisis, que lo podría conducir a una anarquía empírica. La física aristotélica conformaba una Biblia primigenia, de la cual ningún estudioso debía separarse, si su deseo era explicar lo que pasaba en esa dimensión alejada que constituía el cielo. Entonces Copérnico llega para desatar ese nudo de epiciclos y epicicletos, que por esmero y tal vez un poco de desazón, había construido Tolomeo. Es que durante siglos, los astrónomos estuvieron tratando de dilucidar los fenómenos que observaban: el Sol, la Luna, las estrellas y los planetas moviéndose de una punta a la otra; pero sus miradas eran las de principiantes en un juego de ajedrez, tratando de mover al alfil hacia delante.

Copérnico aparece para apaciguar las complejas dudas que comenzaban a forjarse en torno de la teoría tolemaica, que iba agregando esferas al movimiento de los astros, a medida que las explicaciones se volvían inexactas. Ese mundo de puestas en abismo, de círculos que abarcan círculos, concluye al colocar el centro del Universo alrededor del Sol y dejar a la Tierra descansar después de siglos de geocentrismo. Es a esta concepción que Copérnico llama Heliocentrismo. Mediante esta nueva lógica, radicalmente menos artificial que la tolemaica, explica el movimiento retrógrado, al aducir que la Tierra y el resto de los planetas se mueven a velocidades diferentes; añade que Venus y Mercurio giran más próximos al Sol que la Tierra, y a eso se debe que se observen más cerca de éste; gracias a sus saberes se puede conocer la distancia entre los planetas y el Sol; se logra conocer con precisión el tiempo que cada planeta “se toma” para dar un giro completo y, por último, logra deshacerse de los tediosos ecuantes.

Finalmente Copérnico, sobre todas las cosas, sobre todas sus explicaciones o silencios, fue el ideólogo de una revolución inminente. No era simplemente un concepto matemático el que caía tras sus aseveraciones, era una cultura humanista enraizada en el concepto de superioridad racial. Ser un ser humano antes del advenimiento de la Teoría Heliocéntrica, era protagonizar la creación, conscientes de un orgullo paternal construido por el mismísimo hombre, a través de sus diversas instituciones. Si bien la reacción de la Iglesia no fue instantánea, ante la teoría copernicana, tiempo después entendería el desafío que ésta, implícitamente le había apostado en sus narices; allí tomaría las represalias conocidas contra todo aquel que osara repetir esta deshonra al género humano.

Es por todos estos motivos que Nicolás Copérnico, se hace parte de un nuevo escenario. Demostrando una vigencia desafiadora de siglos, refutaciones, represalias y ratificaciones. Nadie puede ignorar los cambios que procedieron a la existencia de este astrónomo polaco, con dotes revolucionarios. Los homenajes son incesantes, y avanzan más allá de la suntuosidad de una nueva lápida.

Sin embargo, la paradoja radica en que su última morada sea una Catedral, símbolo del dogmatismo más traslúcido. Sin ignorar su condición de clérigo y estrecha relación con la Iglesia, Copérnico rompió esos moldes de unicidad que el hombre creía tener y contó una nueva historia, en la que nuestra creación y la de nuestro entorno, se asemeja a la creación del resto del cosmos. Tal vez el secreto de que pueda descansar en paz en ese sitio, se encuentra en que no fue realmente consciente de los alcances multidisciplinares de su teoría y falleció sin saber que había plantado la semilla de una nueva cosmovisión del hombre y el mundo.

Si bien cabe aclarar que la teoría propuesta por Copérnico no acababa con las inquietudes que representaba nuestro Universo para los estudiosos de la época, sí marca un camino a seguir diferente, del cual se desprenderían grandes como Kepler o Galileo. Por esta razón es que Copérnico se sienta en la cabecera de la mesa de la Revolución Científica, momento en el cual le dice a la Tierra y todas sus doctrinas proselitistas, que ella no es el centro y que la sopa esta fría, acto seguido se retira de la gran tertulia que continuarán los venideros.

Escritor: Carboni Dana