La experiencia vivida sobrepasa los relatos encapsulados en los escritos oficiales, la existencia individual y colectiva desborda las formas de comunicación humana, los sujetos se hacen quimera tras los sistemas y dispositivos que pretenden organizar la humanidad, y la violencia aflora como alternativa que se debate entre la contención y la transformación, energía que empuja lo constituido que al parecer no se adecua con pertinencia a los contextos o surgió de intereses siniestros que tergiversan y confabulan los acontecimientos.
Reflexionar sobre los escritos oficiales y la experiencia vivida permite comprender, como lo plantea White,1 la contraposición que implican; el primero como la reconstrucción estructural de acontecimientos pasados con el propósito de presentar indicios, narrativas, perspectivas vitales, conexiones con el presente vivido, la justificación de sus apariencias y las proyecciones futuras del lado de los escritores y la supuesta universalidad, en sacrificio de lo particular; la otra, en cambio, como la vivencia encarnada, contenida en los relatos orales, cargada de subjetividad y contexto, y en gran manera de difícil generalización en rescate de lo característico.
En sus oposiciones, parece constituirse un abismo de sentido que da forma a lo subterráneo y anónimo de las sociedades y en muchas ocasiones origina las frustraciones de los sujetos cuyas voces se ven acalladas por los féretros de la exclusión de los textos oficiales. En consecuencia, la experiencia vivida debe convertirse en el espacio sacrosanto de quienes procuran reconstituir la memoria de los pueblos, para que el olvido, la indiferencia y la amnesia, estrategias para ocultar lo que se grita a voces, den paso al tránsito en confrontación que devele y rescate al otro como ser en totalidad.
Desde luego, la versión oficial y lo sucedido entran en conflicto, la rivalidad emerge, la insatisfacción y desazón aparecen, los ejercicios de poder se enfrentan y como lo plantea Müller la violencia simbólica aparece, no como solución, sino como desarreglo, revelando la incapacidad de los involucrados de aportar otras alternativas.
De allí, lo oficial se circunscribe en los intereses de unos pocos individuos, por lo que los datos y la información son disfrazados y teñidos del color más comprensible, simple e ingenuo, utilizando los medios de comunicación, formas actuales de encuentro con la realidad informada, desde la inmediatez, premura y abundancia, los cuales simplifican, descontextualizan y descarnan las evidencias, matizando los hechos, hasta desvirtuarlos y cosificarlos. Ilegitimando los discursos alternos para dar paso a las estaciones de la conveniencia de quienes administran el sistema de los sucesos.
Las acomodaciones están a la orden del día, pues los signos y símbolos, sentidos y significados ya no pertenecen al lenguaje, sino a las retóricas difusas y hasta confusas, paridas por el temor al desorden, al caos y a las privaciones supuestas, pues la ausencia de linealidad desborda sus comprensiones y la transformación, mutación y cambio altera las perspectivas y los intereses. Así, las palabras de los protagonistas quedan ahogadas por el eco mudo de unos escuchas incapaces de comprender la vehemencia de sus narraciones y las variabilidades de los discursos, porque la indiferencia, consecuencia de las acciones cotidianamente vividas, se han impreso en las conciencias de los espectadores de los hechos, y han olvidado la piel de sus congéneres, resultando más cómodo ser cómplices silenciosos.
Lo anterior indica, la lucha política establecida en un frente común para todos, la comunicación, plano donde se debaten los intereses de los individuos y los colectivos, por regímenes y estados, con algo en común, la negación de los considerados contrarios. Se sacrifica la vivencia desinteresada, por la ausencia de humanidad excusada por ideologías. Se deshumanizan las ideas para dar paso a las representaciones no consensuadas y arbitrarias que desencadenan las fobias y los vicios sociales, los silencios y las represiones. Los ejércitos privados se ciernen en los poblados, convencidos de reconocer el mal para extírpalo, los individuos mueren, las estadísticas aumentan, más la vida y la diversidad son agobiadas, las vías se hicieron escasas y el terror llegó a las salas.
En este camino trasluce además de los olvidos y el desencuentro, la ausencia de compromisos éticos y de comprensiones complejas, transdisciplinarias e integradoras donde primen principios que permitan la integración para señalar la complementariedad entre antagónicos. Ante este panorama, la violencia como única alternativa se impone en la búsqueda de la transformación o la contención, como ejercicio de los estados, los oprimidos y los deshumanizados.
Los estados contienen bajo la fuerza del derecho las rebeliones, pero ¿quiénes conforman el estado? Tal vez ¿sus actores no han generado desde prácticas coercitivas y manipuladas las rebeliones de los gobernados? Los oprimidos, en cambio, utilizan la violencia como la energía promotora de sus necesidades, pero ¿será que es posible contener las acciones que posibilitarán el tránsito? y ¿quiénes fueron los que permitieron tal situación de abuso? Los deshumanizados, a quienes no les queda más, según sus perspectivas, bajo fuerza extrema proponen soluciones, pero ¿será la desaparición de los contrarios lo más asertivo? ¿Las acciones desahuciadas transformarán las situaciones? Estados, deshumanizados y oprimidos configuran los lados de los extremos del complejo tejido social constituyente de la historia vivida, narrada y/o registrada, son ellos en conglomerados reunidos en torno a intereses, quienes ejercen desde límites y búsquedas diversas, la violencia como alternativa última y a veces única para la solución de conflictos, olvidando la conjunción de antagónicos como respuesta a a las disyunciones sociales, como dispositivo para sobrevivir en la armonía de la diferencia, envueltos en el bien contextualizado y encarnado en las necesidades reales de los habitantes de los pueblos del mundo, hoy reunidos alrededor de la idea una globalidad cada vez más cercana a todos.
Autor: Lic. Jose Élmer López Arcila