Más allá de la lectura escolar: el rol de los padres en el fomento lector

Una de las quejas más recurrentes que expresan los padres respecto a las conductas de sus hijos es su tendencia a un escaso hábito lector. Al momento de encontrar responsables, las culpas se le suelen asignar a un sinfín de factores externos como su afición a los videojuegos, el escaso incentivo de sus profesores para motivarlos a la lectura o los propios cambios de la sociedad contemporánea, en la que los nuevos flujos de información y comunicación se han vuelto tan rápidos y fragmentados que parecen dificultar el tradicional acto de leer. Aunque parte de estos aspectos sin duda pueden influir en la forma en la que un niño desarrolla determinadas concepciones sobre la lectura, lo cierto es que el hecho de que sea ésta una concepción negativa tiene mucho que ver con el estilo de vida y crianza que los propios padres han sostenido en sus hogares.

Es habitual que los niños, mientras más pequeños, más interés tengan en la lectura. Ya sean historias ficcionales o conocimientos científicos básicos, en los primeros años todo parece ser motivo de curiosidad, entretención y aprendizaje, cuando se presentan como estímulos adecuados a su edad e intereses infantiles. ¿Qué es lo que entonces, con los años, les hace generar un rechazo tan rotundo hacia la lectura? Una posible respuesta puede ser, justamente, la restricción de libros que sigan adecuándose a su perfil de lectores en pleno proceso de cambio… y un cambio en el propio perfil de lectura.

Lo que antes era diversión y aprendizaje libre, en el espacio escolar se transforma en una obligación, algo que necesita ser evaluado ante una calificación; de ser ésta negativa, lo más probable es que vengan todo tipo de castigos que el niño considere injustos o excesivamente crueles. Si bien muchas veces éste es un aspecto en que los padres no pueden interceder demasiado, debido a rígidas planificaciones educativas que muchas veces exigen determinas obras como lectura obligatoria, ellos sí pueden ofrecer un espacio en que el acto de leer recupere la libertad y el componente lúdico de los primeros años.

El desarrollo afectivo y cognitivo de los niños en esta etapa se sostiene fuertemente en lo que observan y viven en su hogar. Si los padres les cuentan historias, leen con ellos libros con vistosas ilustraciones o de dinámica lectura, o si simplemente viven su cotidianidad leyendo ellos mismos frecuentemente, es más probable que los niños crezcan con la concepción de que la lectura es algo natural, divertido y libre. Y más probable será también que, al momento de encontrarse con las imposiciones lectoras del colegio, se motiven ellos mismos a buscar libros que sí satisfagan sus intereses o inquietudes de la forma que les sea más amena.

En eso el rol de los padres vuelve a ser fundamental, pues conocen en profundidad a sus hijos y cuentan con mayores facilidades para poder fomentar la lectura que un profesor, que debe atender las necesidades de un curso entero, con alumnos de diferentes perfiles lectores. Actualmente existen muchas iniciativas lectoras abiertas y gratuitas, principalmente en espacios bibliotecarios, en las que los padres pueden compartir junto a sus hijos o inscribirlos a ellos para que participen, según sea el caso.

Este tipo de iniciativas, además, podrán poner al niño en contacto con otros pequeños que quizá cuenten con similares intereses y así hacer de la lectura un espacio social mucho más cercano para ellos que el de un colegio tradicional, en donde los alumnos suelen ser agrupados por su edad y no por sus preferencias, habilidades o competencias. Por último, en el caso de los eventos que tengan que ver con la lectura ficcional, los niños podrán volver a experimentar el acto de leer como algo más lúdico que didáctico o utilitario, para memorizar determinado conocimiento u obtener una alta calificación.

Lo descrito anteriormente, sin embargo, sólo podrá encontrar su verdadero potencial en padres para quienes la lectura sea realmente una experiencia estética, placentera y liberadora. ¿Qué sentido tiene que una familia le insista a sus hijos lo “bueno” que es leer si ellos mismos no lo hacen? Pues, si es tan “bueno” como dicen, ¿por qué no lo hacen ellos también? Esta actitud no hace sino convertir la lectura en una orden violenta, bastante condescendiente hacia los intereses y capacidades intelectuales de los niños (“lee porque es bueno y yo lo digo, aunque no pueda contestarte por qué es bueno”), o bien, en una presión que se transforma en un motivo más de humillación o castigo (“si te la pasas jugando videojuegos/viendo televisión y no lees, eres/serás un tonto e ignorante).

Órdenes violentas, condescendencia, presiones, humillaciones y castigo: todo esto es justamente el opuesto de lo que la experiencia lectora puede ofrecerle a un niño, cuando ésta se corresponde con lo que él desea y cuando ha llegado a él de la manera adecuada. Por lo tanto, aquellos padres que sigan quejándose de los malos lectores que son sus hijos, deberían preguntarse hasta qué punto ellos mismos no lo son también, y si acaso eso no habrá sido el verdadero responsable de esta distancia hacia la lectura. ¿Puede revertirse una situación semejante? Es decir, ¿pueden unos padres no lectores convertir a sus hijos en lectores a pesar de no haber entregado los estímulos correctos a tiempo? Sí, es posible, pero sólo en la medida en que se trate de un acercamiento de la familia entera, respetuoso con los ritmos e intereses lectores de cada miembro y, sobre todo, en donde prime la voluntad del desafío. Porque, después de todo, ¿qué es la verdadera lectura sino una aventura?.

Escritor:  Paula Rivera Donoso

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