Más allá de lo evidente

La pintura era de lo más sencilla: fondo negro con un pequeño punto blanco en una de sus esquinas. Lo habían puesto en el último rincón de la galería. No le dije nada a Cecil. Para mí era el lugar que se merecía. Si, lo reconozco, lo pinté en menos de tres horas un domingo de tarde opaca y lluviosa. Había leído una obra llamada cadáver exquisito, de no sé qué autor. Allí hablaban de un ejercicio surrealista lo más de fácil: 1. Cerrar los ojos. 2. Estar atento a la pantalla de fosfeno. 3. Dejar que el inconsciente te domine. 4. Concentración máxima. André Breton lo hizo en Los Campos Magnéticos y, Salvador Dalí, lo dibujó y lo perfeccionó con su método paranoico-crítico.

Hoy estoy visitando la galería de Cecil Sánchez. Ella le apuesta todo su ser a las nuevas propuestas pictóricas del país. Aunque Cecil fue sincera, ¡Tres meses para hacer esto!, me lo dijo con voz desilusionada y cansina. Aun así me lo recibió. Tres meses no, si supiera que únicamente fue un trabajo de tres horas. Como dije, doy un paseo por la galería y tengo un mal presentimiento, los días soleados jamás me han traído buena estrella. El día del ejercicio esperé ver una bella valkiria o alguna musa perdida; pero no mi imagen fue un fondo negro con un punto blanco en una de las esquinas. Lo traté de cambiar tres veces y, en todas, fue el mismo resultado: un cuadro de un 1 m con 70 cm con fondo negro y con un punto blanco en una de sus esquinas.

Entonces me dediqué a observar a los demás novatos. Hubo cosas interesantes como un grafiti de Neko de un bello paisaje exoplanetario. Vi también el Enredo con Púas de Marta Saiz. Todo iba bien, no estaba tan lejano de la realidad, para mí el arte había muerto, éste era un cadáver que ya hedía a siglos de podredumbre. Y entonces allí noté a la musa reveladora. Las féminas y su instinto. Ellas si le ven lo bello a un ladrillo de hace 50 años; en cambio, nosotros, los machitos, siempre diremos que no es más que un ladrillo de hace 50 años.

Y reitero que las féminas ven más allá de lo evidente porque una vez en la que andaba sin pasta y estudiaba las técnicas de todos los grandes artistas de la pintura conocí a Kiki, una modelo para carboncillo. Mujer sencilla, de 1.70, con curvas terrenales. Ella podría ser el estandarte de la sencillez que tanto pregona los productos DOVE. Kiki fue una mujer apta para mis humildes ojos que todo lo ven en 3D. Ella vivía en la Candelaria, al sur de Bogotá. Compartíamos cama. Mueble bastante incómodo para soportar dos cuerpos de 70 kg y en ese entonces mi barriga ya asomaba como una luna de uña de gato. Y en alguna de esas mañanas me desperté con el sabor agrio en mi garganta, no soportaba mi dolor de espalda y esa vez dije a los cuatro vientos: <> Y ella muy campante como un ángel sintiendo los suplicios humanos me susurró al oído, Fuimos par de pollos en asadero. Nos carbonizamos de amor eterno. Quién hubiese meditado tan bella analogía, sólo una tierna fémina.

Y ahora la musa llega y dice, sin intuir que yo era el autor de esa horrorosa pintura, Cuadro tan profundo, el negro es la vida y el puntico blanco son los pocos milisegundos que nos darán de eternidad. En aquel momento comprendí que mi trabajo iba ser cosa de niños. Sólo explota tu inconsciente y deja que ellas den una ojeada más allá de lo evidente.

Escritor: David de McHondo