Otra vuelta por San Telmo

El mercado de San Telmo está ubicado en el barrio que lleva el mismo nombre al sur de la ciudad de Buenos Aires, ocupa una manzana y las calles que lo rodean son, Defensa, Bolívar, Estados Unidos y Carlos Calvo. Dicho mercado tiene cuatro entradas, dos de ellas construidas en 1897 y las restantes en 1930. La fachada del Mercado es de estilo italiano, de gran tamaño y altura, realizado en hierro, chapa y vidrio. En sus comienzos fue diseñado e inaugurado para abastecer a la ola de inmigrantes del viejo continente.

Esta zona del barrio es de casas más bien bajas que no superan los dos pisos, por lo que es posible ver el cielo en todo su recorrido, las calles son de empedrado. Los negocios y edificios son de arquitectura antigua colonial, con fachadas en su mayoría recicladas, de colores donde remarcan arcos y molduras que representan su estilo.
La mayoría de los locales que pertenecen a edificios reciclados están destinados a la gastronomía.
Por las calles se ven pizarras con menús en distintos idiomas.
Es un barrio afluencia turística, que se convierte en parte del paisaje de esa zona. Los turistas son identificables tanto por su aspecto físico como por sus voces y sus ritmos, con sus cámaras de foto, mochilas y expresiones de curiosidad.

Allí transitan grupos de jóvenes, con estilos diferentes en su vestimenta, representando una interculturalidad: ropas de colores mezcladas con elementos del norte argentino, en aguayos de Perú, zapatillas europeas y lentes de estilo. También hay jóvenes con remeras que marcan sus preferencias musicales.
Los negocios de ropa en su mayoría presentan diseños independientes con un estilo retro.
En la calles del barrio conviven personas mayores con sus bolsas de mandados, hombres vestidos con traje y sombrero, trabajadores de la zona, los “trapitos” cuidando autos, personas indigentes cargando bolsas y revolviendo la basura, recepcionistas bien vestidos en las puertas de los restaurantes, volanteros y los ya conocidos cartoneros presentes en toda la ciudad.
Ya dentro del mercado pude encontrar un café, ubicado en el centro. Es como una pequeña isla con 5 mesas altas. La chica que atiende es francesa y asesora a la gente sobre la variedad de café del mundo que allí se puede tomar.
En la carnicería un señor está pintando de plateado los ganchos donde cuelgan los cortes de carne. Silva y escucha una radio. A un costado hay una verdulería donde un muchacho acomoda y repone mercadería y un señor le vende a dos personas que señalan lo que compran colocándolo dentro de una bolsa de mandados. Detrás veo un local de especias y una panadería.

Frente a mí hay una florería, la señora que atiende está sentada con su mate y me observa. En la barra hay una mujer joven sentada con un café, leyendo un libro. Pasan frente a mí una pareja de turistas extranjeros sacando fotos y hablando en francés. Tres chicas hacen exclamaciones y señalan un negocio de cuero, se las escucha hablar en inglés. Se dirigen al local que señalaban, donde venden carteras, bolsos de viaje y zapatos. Frente a este hay uno con pieles y sombreros, donde dos chicas se prueban algunos sombreros; se divierten, pero no compran. Hay un niño jugando con una pelota y el carnicero le dice todo el tiempo: “…con la pelota a la plaza!…” El niño sigue jugando y el carnicero pintando. Otro niño está sentado en una silla y apoya un cuaderno en un pequeño banco, y escribe con un lápiz negro. Pasa una mujer que pide dinero para su hija internada en el Hospital de niños y saluda a los puesteros.
La joven sentada en la barra recibe un llamado en su celular, paga y se va.
Una pareja detrás discute, y la francesa que atiende el bar tararea una canción en inglés. No hay mucha gente en el mercado, y el silencio es agradable, como así también sus olores, a café, frutas y sahumerios. Por los vidrios entra una luz natural, aunque cada puesto tiene sus lámparas encendidas.
La señora del puesto de plantas habla con la mujer que vende sombreros. Se acerca otra mujer, que no había visto antes, a pedir que le cuiden su local, ya que ella va a la farmacia, las dos asienten con una sonrisa Hacia mi derecha veo un negocio de juguetes antiguos.

El señor de la carnicería que está delante mío comienza a hablar en voz alta con el de una verdulería, hablan de futbol, y el carnicero dice: “…No hables como los gringos que vienen acá, así que silencio, perteneces a otro lugar, Vos sos de la B…”
Cuando ya salía del mercado, en las escaleras del final del recorrido, pude ver acostados a dos jóvenes indigentes.
El barrio ofrece la marca de una larga historia, que se refleja en los edificios con sus cúpulas y arcos que dan cuenta de un periodo colonial. Sus calles empedradas y angostas, y un ambiente más bien placido y relajado.

Hay gran presencia de jóvenes, tanto extranjeros como locales. Puede verse en sus vestimentas los colores y estilos diferentes, mezclados en un solo vestuario. Diversidad también presente en los sonidos de los distintos idiomas, códigos y formas de comunicarse, que hacen a su individualidad, pero a su vez remiten a lo social a las relaciones entre sujetos, a las estructuras vinculares, grupales y organizacionales. Lo que lleva a pensar en la permeabilidad de la gente para apropiarse de elementos de otras culturas. Esta característica en los jóvenes implicaría una forma de libertad, reflejada en el consumo: menos masivo y más individualista.

Todos parecen convivir en cierta armonía. A pesar de sus diferencias y desigualdades existe la interacción porque hay un otro. Aunque no aparezca el dialogo, está presente el lenguaje de las miradas y los gestos que dan cuenta de un encuentro que, seguramente, estará atravesado por prejuicios y representaciones, pero que implica una integración en los sujetos presentes en ese aquí y ahora.

Escritor: Daniela Labarta