Las diversas formas de modificación corporal, efímeras o permanentes, se han practicado en diferentes épocas y sociedades del mundo por razones diversas; entre ellas la necesidad de comunicar, transmitir o reactualizar su origen a través de mitos, por la búsqueda de reconocimiento social, por la diferenciación de status, por el deseo de sentirse y hacerse parte de una colectividad, o con fines estéticos buscando un patrón de belleza determinado para atraer al sexo opuesto.
Independientemente del objetivo de las pintas y de su diseño, el maquillaje facial y corporal se asume como parte de la identidad cultural de quienes lo usan y a su vez otorgan un significado específico. Es así como la combinación de patrones geométricos, punteados y delineados se conjugan con colores y materiales que remiten a un contexto único según los referentes manifiestos en cada rostro y/o cuerpo. Las alusiones a peces, aves o reptiles dan cuenta de una forma de asumir y de asumirse en el mundo desde su propias raíces según las relaciones e interacciones que se sostengan con plantas, animales, seres míticos, ancestros filiales y referentes simbólicos propios de su colectividad.
De igual manera, el uso de tintes naturales o vegetales, sumado a los colores y combinaciones de éstos, manifiestan unas estrategias de apropiación y conocimiento del entorno como parte de su vida social y ritual. Así, las imágenes del cuerpo, las marcas dejadas en él por la acción del tiempo y de las experiencias vividas de manera individual y colectiva, son representaciones de un universo experimentado y creado desde lo cotidiano hasta lo más profundo de las raíces del ser. Es decir, no se alude a formas o entidades “ajenas”; se plasma en el cuerpo, como en las palabras, aquello que es importante para sí y para la comunidad a la que se pertenece. Dicha importancia y alusión se hace ya sea por la familiaridad debido al uso o presencia en el entorno, o por el interés generado en un sentido simbólico.
En muchas poblaciones indígenas a lo largo y ancho del territorio colombiano es común el uso de maquillaje facial y corporal. Los Wayuu en la Guajira, norte de Colombia, lo usan para el ritual de encierro de las niñas durante la aparición de la primera menstruación, pero también hombres y mujeres se maquillan en fiestas y rituales comunitarios. Los indígenas Emberà, en Antioquia y Chocó, usan la pintura facial para ceremonias donde los colores y formas reflejan una forma concreta de verse en su comunidad y en su cultura. Así mismo, algunos pueblos del Alto Putumayo o de la Amazonia, al sur, adoptan diferentes tipos de maquillaje para cazar, para protegerse del sol y/o para repeler insectos. El propósito de la pintura determina el tipo de dibujo, el color o colores, las formas y en muchos casos, el material utilizado para crear las tonalidades y aplicar las pinturas sobre la piel.
Como materialización de una tradición cultural, las formas explícitas esbozadas y/o pintadas en rostros, manos y piernas son manifestaciones implícitas del acercamiento a un universo compartido, experimentado y vivenciado socialmente como formas de comunicación e interacción entre individuos y grupos en un territorio ancestral común. De ahí que siendo la pintura corporal una forma de cultura material tradicional es, en la mayoría de casos, transmitida de generación en generación manteniendo unos patrones basados en la cosmogonía del pueblo que las usa, su relación con la naturaleza y la comunicación con las nuevas generaciones, con sus ancestros y con su pasado primigenio, donde se resalta la importancia de ciertos valores, seres y circunstancias mientras que otros se omiten, resignifican y asumen desde su omisión.
Por ejemplo, en los Municipios de Necoclí (Ant) y Unguía (Chocó), en los resguardos de Caimán y Arquía respectivamente, son las mujeres quienes, principalmente, practican y transmiten estas manifestaciones culturales. Son ellas quienes se encargan de la educación de los hijos y de la transmisión de ciertos saberes específicos; entre ellos las técnicas e importancia de la pintura como “extensión del cuerpo” y parte de su identidad. Con el pasar del tiempo, se teme que las nuevas generaciones abandonen estas prácticas sin que se haya resaltado o documentado profundamente su significado y el valor simbólico que representa para los pueblos Gunadule como forma de reactualización de su historia ancestral .
Finalmente, se quiere resaltar que las estrategias comunicativas existentes y emergentes dentro de las comunidades indígenas y occidentales trascienden el lenguaje articulado y se conjugan con elementos paralingüísticos reactualizados en la cotidianidad de quienes los usan. Unas y otras formas constituyen la urdimbre a través de la cual se tejen los sentidos, las historias y las interacciones entre sus miembros y la realidad que los une. Estas relaciones, directas e indirectas, se evidencian a través de las lecturas del universo simbólico contenido en el maquillaje facial y corporal de hombres, mujeres, niños, niñas y adultos que asumen la pintura como parte de su propio ser, más allá del propio cuerpo. El verse, sentirse y reflejarse en el propio cuerpo es el verse, sentirse y reflejarse en el cosmos; en los pares que se complementan como parte de un espejo multiforme y multidimensional.
Escritor: Beatriz González Bolívar.