Profe, ¿cuánto falta para que se acabe la clase?

Después de varios años de trabajo en el mismo lugar, y de haber sentido que había agotado casi todas mis estrategias didácticas, sentí la necesidad de buscar nuevas oportunidades que me permitieran continuar creciendo como profesional para así a prender y aplicar nuevas formas, enfoques, corrientes pedagógicas, métodos y herramientas que hicieran de mi labor algo más novedoso. La idea era poder llegar a alguna institución de renombre, comprometedora; de esas en las que uno lee su carta de presentación, y se sorprende de todo lo que allí hacen y ofrecen. Una vez vinculada con ella, podría aprender y aportar desde mi experiencia.

Sin siquiera buscar, la oportunidad llegó, la vinculación a la nueva institución se dio de forma muy rápida, fue iniciando el mes de noviembre, pero debía comenzar labores a mediados de enero. Tuve casi dos meses para dejar volar mi imaginación, pensaba en todo lo que podía aprender y hacer. Mis expectativas eran enormes, -tendrían muchos materiales para el trabajo con los estudiantes, los salones estarían dotados con televisores, tendría salas con tableros inteligentes, y muy buenos laboratorios, los estudiantes serían muy demandantes por su sed de aprender. No lo podía creer, por fin estaba en una institución que deslumbraba por su planta física y con una excelente posición ante el ICFES. Qué más podía pedir, todo un gran reto, no me cambiaba por nadie.

Llega el día esperado, hago el recorrido para conocer la planta física, esa que había visto con anticipación por internet. Observo con detenimiento que los salones de la sección de primaria no tienen televisor, que en algunos de ellos hay ventanas pero no vidrios lo cual hace que se filtre el sonido de unos hacia otros. Luego pregunto por el material con el que voy a contar para desarrollar mis clases, la respuesta: “solo el libro de texto, el resto corre por nuestra cuenta”.- ¿Pero tienen un cuarto de materiales?

-“Ese cuarto no existe” -.
Pensé. –Bueno, inventaré mi propio material para llevar a clase y hacerla más amena, por eso no me preocuparé ya lo he hecho antes.
Luego vienen las presentaciones del modelo pedagógico EL CONSTRUCTIVISMO.

En sus discursos queda claro que el niño es parte activa de su aprendizaje.- Suena bien, ya que las clases supongo serán muy dinámicas, de mucha interacción.

Empieza el lío, la disciplina en bachillerato parecía ser de régimen militar, no se debía escuchar ni un zumbido. Las clases deberían llevarse de tal forma que en los salones las filas estuvieran bien alineadas, podría imaginarse una clase de educación física donde el ruido debía ser mínimo. A la rectora no le gustaba ver gente corriendo o gritando, ni siquiera en los descansos. Todo era muy pasivo. El maestro que no lograra mantener tal orden, era sentenciado a la primaria y posteriormente desvinculado.

En la primaria la cosa era algo diferente ya que por la naturaleza de los niños es difícil mantener semejante régimen, sin embargo se hacía lo que se podía. Entonces el maestro se desgastaba más por mantener la disciplina, que en el hecho de que sus estudiantes aprendieran con gusto su materia. El temor era que las coordinadoras -quienes rotaban por salones y pasillos todo el tiempo los encontraran en desorden.

La estrategia más empleada para mantener el orden era ponerlos a trabajar de forma individual en su texto guía o en sus cuadernos de apuntes, mientras los docentes se sentaban a observarlos desde sus escritorios, así se mantenía la tan anhelada disciplina en sus aulas durante los 45 minutos que duraba la clase. Ese era el modelo de clase que las coordinadora calificaban con un 4 en una escala del 1 al 4.
Escucho con atención en la sala de profesores comentarios como: “es que los niños son muy indisciplinados, hiperactivos, les falta más normas y pautas de crianza”. “No termina uno la clase cuándo ya están preguntando a qué hora se acaba, nada les gusta”, los papas no colabora, “me toca decomisarle el celular porque prefieren estar metido en el facebook, educar hoy es muy difícil. Y si; era cierto en algunos casos.

Pero haciendo énfasis en la indisciplina resalta que hay estudiantes que sin tener ningún tipo de trastorno, definitivamente no les llama la atención la mayoría de clases y fue la constante durante todo el año. Pensando en esos pequeños renegados comprendí que no podía considerar que los maestros eran los culpables ya que muchos, por no decir casi todos, son bien preparados, con mucha experiencia, organizados, preparan su clase con dedicación, siguiendo el modelo “constructivista” para garantizar el aprendizaje de sus estudiantes, que en la realidad no siempre les funciona.

Me pregunté: ¿qué pasa?, por qué si todo es tan estructurado, tan programado, si los maestros reciben tantas capacitaciones para mejorar su labor, por qué no se logra el objetivo. La respuesta es simple. Por un lado la incongruencia entre lo que se dice y lo que se exige por parte de las directivas, por otro lado, y lo más importante, teniendo a mano herramientas tecnológicas. Nosotros docentes con tanto conocimiento y preparación, estamos educando con herramientas inapropiadas y obsoletas para estos grandes de la tecnología, o no les estamos dando el uso adecuado. Ni siquiera se les está considerando la tecnología como una verdadera herramienta para motivar y mantener a los niños, niñas y jóvenes satisfechos en nuestras aulas.

Quiero concluir recordando el desarrollo de una clase. Con una simple hoja de papel celofán, sus rostros se iluminaron, el que llamaban indisciplinado, aquel renegado por fin logró centrar su atención al objetivo de mi interés, ¿se podrían imaginar todo lo que se conseguiría al darle un lugar a la tecnología en las prácticas educativas?

Escritor: Martha Cecilia Ortiz Ortega