Rescatando lo intangible de la educación

Todos más de alguna vez en la vida nos hemos preguntado ¿qué estudiar y para qué?. Las respuestas pueden ser diversas, conforme a las capacidades y expectativas de cada uno de nosotros. En una sociedad con gran acceso a la información, principalmente por la consolidación del internet como principal plataforma de intercambios, no resulta tan difícil intentar responder las anteriores preguntas sobre la base de lo que necesita el mercado laboral profesionalizado, y más aún, sobre la base de la amplia oferta de instituciones y carreras que apuntan a satisfacer dicha demanda laboral. Sumemos a ello todo lo vinculado a los recursos financieros que se invertirán y que se recuperarán posteriormente una vez ejerciendo.

Números a fin de cuentas que pueden guiar a los jóvenes a tomar una decisión en tiempos en que todo tiende a funcionar de manera estratégica, calculada. Si bien decidir a partir del éxito que una carrera puede ofrecernos tanto al corto y mediano plazo es adecuado, cabe hacernos una pregunta más emocional: ¿qué se ganará adicionalmente, algo que tal vez no sea cuantificable económicamente hablando?. Para que reflexionemos con mayor profundidad, permítanme referir a modo personal, y en primera persona singular por un instante, una experiencia que me tocó vivir.

Tiempo atrás, impartiendo una clase sobre gestión de recursos humanos en la cual abordaba puntualmente el concepto de empleabilidad, mencioné que me había tocado conocer algunos casos de estudiantes de intercambio aquí en Chile, quienes motivados por una vocación social decidieron llevar a cabo un voluntariado en una organización humanitaria, sacrificando comodidades, empleo y cotidianeidades propias de sus lugares de orígenes por estar en un país distante geográficamente y desconocido.

Al irme percatando de sus motivaciones, uno de ellos me comentó que era estudiante de una carrera vinculada a las ciencias sociales y que para ganar experiencia y potenciar las muy requeridas y muy de moda habilidades blandas, se decidió a viajar a Sudamérica por recomendación de contactos académicos. Si bien la universidad en donde cursó su carrera tiene como política de desarrollo del estudiante el realizar una acción internacional, personalmente opinaba que viajar y permanecer en otro país era algo que la educación le había permitido, una educación que como tal le estaba permitiendo descubrir y aplicar capacidades más allá de una sala de clases y privilegiar ciertos logros en pos de otros que suelen estresar a la gran mayoría. Algo que me llamó la atención fue cómo este joven admitía que se había decidido a estudiar una carrera poco rentable pero que sí le retribuiría en otros aspectos, como por ejemplo viajar por el mundo y conocer así nuevos rincones y vivir interesantes experiencias de vida. Ya estar en tierras latinoamericanas resultaba toda una enseñanza, una escuela más alternativa y donde el aprender haciendo se efectuaba en directa interacción con las personas y sus entornos naturales y culturales. Me explicaba que en su generación ya el factor dinero no era lo más relevante, si no más bien el factor felicidad, relacionado este con la realización personal y
mantener cerca de sí lo más valioso en la vida como es la familia, la amistad, la pareja y una serie de actividades puntuales que llenan ese ser interior conocido comúnmente como espíritu.

Su testimonio me dejo reflexionando. Y no solamente este testimonio. En más de alguna ocasión he presenciado como el iniciar los estudios, especialmente en edad adulta, le ha prácticamente devuelto la vida a las personas que por primera vez están aprendiendo algo o que desde hace mucho tiempo no acudían a un aula para aprender. De lo anterior, podemos rescatar que de partida existe un efecto sicológico altamente positivo al nutrirse intelectualmente y al interactuar con otros en torno a un espacio y dedicación en común, que puede ser la clásica escuela, la universidad, el instituto o el plantel en general. Primero es la mente, el espíritu y luego la sociedad en su conjunto la que reacciona ante un emprendimiento académico. Lo que parte desde cada uno de nosotros termina proyectándose hacia nuestro entorno inmediato. En aquello dejamos de lado ciertas estructuras y aspiraciones demasiado exitistas y competitivas para dar cabida al carpe diem y disfrutar de una forma distinta de cuantificar el éxito durante el proceso formativo y posterior, sea este de naturaleza técnica o profesional. Y ¡cómo no! cuando de por medio ha habido sacrificio, disciplina, responsabilidad y solidaridad. ¿Cuánto sacrificio de por medio cuando se tienen circunstancias adversas para estudiar?, ¿cuánta disciplina y responsabilidad para lograr entender algún ejercicio o llevar a cabo una tarea compleja?, ¿cuánta solidaridad para entender que el estudio es una herramienta de superación individual y colectiva o unaoportunidad para la amistad?. La suma de estas cuatro cualidades actúa sinérgicamente para lograr un éxito integral que va más allá de lo material.

Quienes trabajamos en la docencia hemos asumido que enseñar es noble, que es muchas veces mal remunerado, pero que finalmente lo hacemos por vocación. Hace bien para quien enseña y hace bien para quien aprende. La educación es una terapia, es un pasaporte para nuevas realidades, especialmente en estos tiempos donde las fronteras de distinta índole tienden a atenuarse. Es la oportunidad para que las personas fortalezcan sus identidades y se superen cabalmente en torno a una teoría práctica cuyas aplicaciones son impensables.

De las 233.302 personas que rindieron el pasado 2013 la Prueba de Selección Universitaria, según fuentes del Ministerio de Educación, ¿cuántos de ellos habrán reflexionado sobre la valoración intangible y no materialista que implica estudiar?. La respuesta es desconocida pero la invitación a dicha reflexión es de todos. Mientras tanto, el desafío por delante es enseñar que educarse además de ser un derecho, es un deber con nosotros mismos.

Y tenemos que hacerlo con excelencia porque la excelencia es un patrimonio intangible de un enorme valor, que ningún conocimiento, maestro o libro han podido descifrar. Es simplemente una intangible y suprema cualidad a la cual toda humanidad busca alcanzar.