Las creaciones artísticas, las labores ejercidas sobre la tierra, los eventos deportivos, los distintos y respetables rituales místicos y religiosos, las diversas manifestaciones políticas y las inteligentes construcciones arquitectónicas son, entre otras, actividades de gran relevancia para el desarrollo personal y cultural de la humanidad. Pero hay una actividad que desde la perspectiva de este autor es la más humana de todas, aquella que traza una diferencia marcada entre los hombres y los demás animales. Me refiero a la escritura. Esto, sin quitarle la importancia que para la cultura tienen las demás artes, actividades y expresiones humanas.
La escritura construye con palabras ese puente que los antiguos siempre buscaron entre los hombres y los dioses, un puente que nos acerca a lo más espiritual y divino que hay en nosotros. ¡Cuán insondable son los océanos y cuán enigmáticas son las selvas de nuestra mente! El pensamiento, volátil, efímero, inasible, vuela a toda velocidad y no podemos detenerlo más que traduciéndolo en palabras. Es la escritura la red con la que atrapamos los pensamientos para darles el orden, la claridad y la duración de la que carecen. Con la ayuda de un lápiz (o un teclado) y la complicidad de un papel (o de una pantalla) podemos plasmar nuestros pensamientos, emociones, ideas y visión de mundo. Gracias a la escritura le damos vida a nuestra imaginación, trabajo a nuestra inteligencia y claridad a nuestras difusas creencias.
Esto lo puede la escritura porque es el mejor medio para confrontarnos con nosotros mismos, porque nos hace poner en cuestión todo aquello que, de manera inconsciente, pensamos y creemos, para así iluminar lo que hay oscuro, descubrir lo que hay oculto y hacernos más consientes de nosotros mismos. Quizás hasta que no escribimos sobre lo que pensamos, no tenemos claridad ni seguridad para hablar sobre ello. Sólo podemos estar seguros de las cosas que hemos meditado y analizado con cuidado, y escribir es la mejor forma de meditar y analizar.
La escritura es pues fundamental en la configuración y estructuración de nuestras creencias, pensamientos, conocimientos e ideas; nos ayuda en la aclaración y descubrimiento de emociones y sentimientos como miedos, temores, deseos, sueños…; en fin, la escritura es el camino del redescubrimiento de nosotros mismos. Todas estas son bondades que la escritura nos brinda a nivel personal, pero a nivel social la escritura no es menos valiosa, necesaria e importante. Nuestra sociedad exige el buen manejo de la escritura en muchas profesiones y actividades, así como en muchos de los procesos burocráticos que hacen parte de nuestra vida diaria.
Por eso debemos ejercitarnos cada vez más en ese ejercicio tan sublime como lo es la escritura para así cumplir con las exigencias y competencias ya sea en el trabajo, en el colegio o en la universidad; para aprender un oficio; para saber expresarnos bien al momento de redactar una carta, una solicitud, un reclamo; o simplemente para hacer un perfil para nuestra hoja de vida que nos permita conseguir un empleo. Pero hay un problema que impide nuestro desarrollo tanto personal como social y, por ende, cultural: Las instituciones educativas, que son uno de los motores –tal vez el más importante- de la cultura, trabajan de tal forma que causan el efecto contrario a sus idóneos objetivos.
En estas instituciones las actividades académicas, por lo general, están más enfocadas en la lectura y en los informes que se exigen sobre lo leído, que en la elaboración y producción de nuestros propios escritos. Tenemos un sistema educativo que se ha encaminado más en la imposición de conocimientos acabados a través de arduas lecturas y de monótonos informes y resúmenes sobre éstas, que en la reflexión crítica y en la construcción de nuestra personalidad, perspectiva y criterio propio.
Si bien es cierto que la lectura es una actividad que exige dedicación, que nos enriquece intelectual y emocionalmente, que hace más amplio nuestro acervo lingüístico y nos permite tener un mayor conocimiento del mundo, también es verdad que es grande el vacío que surge si dejamos a un lado una tarea no menos ardua e incluso más enriquecedora como lo es la escritura.
Por eso, además de manejar el lenguaje y las reglas básicas de gramática y ortografía, debemos ejercitarnos cada vez más en la escritura creativa, reflexiva, crítica e intimista (no en el sentido romanticón) ante los informes y resúmenes que exigen las instituciones y que implican un tipo de escritura que limita el pensamiento, castra la imaginación y obliga a repetir y repetir. Debemos sacar tiempo para escribir sobre lo que pensamos y sentimos, para expresar nuestras ideas y para desarrollar la habilidad escritural, tan necesaria en las tareas de la vida contemporánea.
Escribir es pensar y no queremos que otros piensen por nosotros (aunque muchos así lo prefieran). Estamos en una época donde nadie quiere pensar, mucho menos escribir. Tiempos donde todo se reduce al mercado y el imaginario social esta alienado al consumo. Tenemos que rescatar el pensamiento de la red de ideales impuestos por la sociedad. Ideales vacíos y distorsionados como los de progreso, felicidad, éxito… Para que la cultura no se estanque en ideas caducas y vacías, tenemos que darle a la escritura el valor y la importancia que merece. Hay que rescatar la escritura para que no decaiga más la cultura y no dejar que, por el contrario, la escritura se hunda junto con esta.
El alma de la escritura es el pensamiento. Esas manchas negras sobre una hoja en blanco son el reflejo de nuestro espíritu. Pensar y escribir son las mejores formas de autoformarnos, de emanciparnos y luchar por una sociedad más justa. La escritura nos ayuda a dejar de lado esa mirada sumisa y pasiva que tenemos ante la vida cotidiana, social y política para asumir una postura crítica y activa. Entre más ignorante sea un pueblo, más dominación y atropellos van a recibir por parte de los que detentan el poder; entre más inteligentes, pensantes, reflexivos y críticos seamos, también seremos más libres.
Autor: Ronald Quitero García