Señas de identidad nos habla de la importancia de la memoria personal y colectiva, así como de su íntimo entrelazamiento a la hora de configurar tanto la propia personali-dad como la de la comunidad. La novela está estructurada en ocho capítulos, en cada uno de los cuales se alternan al menos dos relatos de diversa temporalidad e índole. La novela narra el ejercicio memorístico de Álvaro Mendiola (un evidente alter ego del au-tor) en su vuelta a España –a la casa familiar sita en las afueras de Barcelona– como convaleciente tras un amago de infarto en su exilio parisino, en el verano de 1963 y tras varios años de ausencia. La vuelta al hogar combinada con su vivencia reciente, esto es, la de haber experimentado la muerte como posibilidad real, reactivan en él los recuerdos de su infancia y las ansias de recapitular su vida y establecer su propia identidad y, de paso, la identidad colectiva de un país diezmado en su salud democrática.
La novela representa una profundización en la experimentación narrativa que inaugu-ró Luis Martín Santos en Tiempo de silencio en 1962, y es la primera novela de Goyti-solo que se aparta del llamado realismo social. Aún así, el libro es un duro alegato, no solo contra la ignominia de la guerra, sino sobre todo contra la dictadura posterior y contra la reciente celebración propagandística del régimen de los 25 años de paz (1939-1964), puesto que su año de publicación fue 1966. La edición de que ahora disponemos es la de 1969, en la que Goytisolo suprimió un capítulo dedicado a Cuba, salvando algu-nos elementos que diseminó a lo largo del resto de la obra. De este hecho se resiente un tanto la trama, en el que las referencias a Cuba aparecen como impostadas.
Uno de los aspectos importantes de la novela es el uso que hace el autor de la segun-da persona como voz narradora. Además de la clara influencia de Cernuda, la función de esta voz consiste en la apariencia de desdoblamiento del protagonista, como si se ha-blara a sí mismo. Por eso en el capítulo cuarto, en que se cuenta las desventuras de An-tonio en la cárcel –junto con un objetivo, esto es, meramente conductista, informe de vi-gilancia policial–, la voz narradora pasa a la tercera persona y se produce un efecto de distanciamiento por parte del lector entre la narración y lo narrado. Distanciamiento que se diluye cuando es Álvaro el protagonista de lo narrado.
Como deudora de las vanguardias podríamos situar las partes de la novela que están escritas sin signos de puntuación, si bien con esto no ganamos nada para el análisis. Nos negamos a pasar por bueno el dictamen de que era una cuota de vanguardismo que el autor quería introducir en su obra, y más bien pensamos que, muy al contrario, estas cumplen una función muy específica en el universo creado por Goytisolo para su alter ego Mendiola. Así, hemos de hacer notar que estos fragmentos, diseminados a lo largo de la novela, y de forma muy significativa al inicio de la misma, representan voces inte-riorizadas en la mente del protagonista, pero que no le pertenecen, sino que son su he-rencia de clase, familiar. No se trata de una voz, de un discurso individual, sino de una colectividad, de una pluralidad de voces que acechan el pensamiento de Álvaro, que se imponen en él y más allá de él.
La novela está confeccionada a modo de palimpsesto: el narrador recurre a elementos de origen y materialidad diversos para ofrecernos el caleidoscopio de fuentes que guían la memoria de Álvaro Mendiola. Desde el álbum de fotos con que Álvaro rememora los días de su infancia y su búsqueda infructuosa de un libro muchos años después, pasando por las hojas del informe de seguimiento de la policía política de Franco que sirvió para detener a Antonio; desde el atlas en que Álvaro repasa junto a Dolores su periplo euro-peo como fotógrafo de la France Press hasta el contenido de un folleto turístico de Bar-celona que en el capítulo final se entremezcla con las voces procedentes del pasado –de la tribu, como el narrador se refeiere a ellas en un claro homenaje a Américo Castro– y con el ir y venir de turistas y el paisaje que Álvaro contempla desde la cima de Mont-juich; desde los carteles de Fiesta Mayor de Yeste en el 58 hasta el testimonio de un emigrante que Álvaro recogió para su documental. En breve, todo el diverso material utilizado como fuente o disparadero de la memoria del protagonista se utiliza también como plasmación de la fragmentariedad del pensamiento y la experiencia.
Por otro lado, se trata de una novela en que aparecen multitud de personajes, y esto a la larga resulta un lastre para la fluidez de la narración, ya que muchos de ellos apenas están torpemente descritos, y carecen de entidad psicológica y de fuerza expresiva. Pa-recen más bien simples excusas para que el autor arremeta contra ciertos estamentos o instituciones como los intelectuales republicanos exiliados en Francia; esto podría tener un pase si no fuera porque otros personajes como Dolores o Antonio, que tienen más presencia a lo largo de la novela –Dolores es la compañera de Álvaro y hay un capítulo entero dedicado a la época en que se conocieron– dejan la sensación en el lector de ser meros comparsas de los propósitos de Álvaro, ensimismado en su propio y en parte ego-ísta proceso de recordar y fijar una identidad.
Si bien puede justificarse esto último por el dolor producido por la experimentación de la muerte de una manera tan cercana, dolor que provoca el apartamiento del interés por el mundo y la concentración en el propio dolor para poder mitigarlo –y que es el motor que impulsa a Mendiola a repasar su vida en busca de su identidad–, sin embargo este mismo hecho limita la apertura de la novela hacia otros personajes y sus vivencias, pues ni siquiera en el capítulo cuarto, en que el protagonista es Antonio, dejamos de ad-vertir la propia presencia de Álvaro, aunque sea bajo la condición de ausencia.
No hay que olvidar que el punto de partida de la novela es la convalecencia de Álvaro en su casa barcelonesa, y que todo lo evocado desde esa premisa tiene su correspondencia en las situaciones que se dan en la casa, desde la música que suena en el tocadiscos hasta la visita de sus amigos y las conversaciones que tienen apoyados en los papeles y docu-mentos que guarda la casa, sin pasar por alto el hecho de la muerte del profesor Ayuso, verdadero homenaje del autor a los que se quedaron en España tras la Guerra Civil sin renunciar a defender sus ideas y convicciones, y por ello mejor informados también de la situación real española y de las posibilidades (nulas) de un levantamiento popular contra el régimen.
Por este hecho no se puede negar que esta obra maestra fallida tiene su vertiente so-cial y puede ser considerada una novela social, porque hilvana y mezcla de manera por-tentosa la crítica mordaz a la dictadura –y a cierto exilio republicano desconocedor de la realidad social española– y el viaje sentimental por la memoria personal y también co-lectiva, siendo este el punto fuerte de la novela y lo que la convierte en una obra impres-cindible para entender la realidad social de la España de los años cincuenta y sesenta. Pues como el propio Goytisolo ha señalado en más de una ocasión, era la literatura la que se arrogó la tarea de describir la realidad social que los medios de comunicación no podían recoger debido a la fuerte censura impuesta por el régimen.
Escritor: Jonathan Muñoz García