Hubo un tiempo en que los hombres desdibujaban los muros de sus cavernas, en que los sueños eran solo una hipótesis y los hombres estaban enemistados con la integridad. Y a nadie importaba. Hubo un tiempo en que las paredes empezaron a susurrar, empezaron a hablar y decían un nombre: Banksy.
Fue a finales de los años 80. Ahí comenzó la historia de amor entre los muros y el grafitero más famoso y anónimo del mundo (y el más criticado, admirado, perseguido y comentado), también llamado Pimpinela Escarlata de Arte Moderno, como un vapuleo burlón a la realidad del momento y sus miserias, sus vicios, sus mentiras y sus miedos. Inspirado en el famoso artista urbano francés Blek le Rat, sus stencils han ido cambiando la cara de las ciudades de medio planeta al tiempo que él, reconvertido en híbrido entre agitador del arte y estrella mediática, ha llevado el vandalismo callejero a una nueva dimensión: la de codiciado objeto de deseo, gracias a una mágica combinación de crítica social, misterio y famosos locos por sus obras.
Su currículo incluye la publicación de varios libros, pintadas en la barrera de 680 kilómetros que divide la Franja de Gaza, incursiones a hurtadillas en los museos más importantes del mundo, una visita a Disneyland poco convencional (en la que colocó una réplica tamaño natural de un preso de Guantánamo) y hasta una laureada película, con candidatura a Oscar incluida. Entre las controvertidas ocurrencias del artista, el gag del sofá que realizó para Los Simpson es ya un clásico de la historia de la televisión.
Los medios de comunicación se restriegan las manos con cada nueva y frecuente noticia sobre él. La última, que uno de sus murales, «Niña con el globo», se retirará en unos días de una pared del barrio londinense de Slave Labour para subastarse por un precio que podría superar los 812 mil dólares. La empresa artífice de la operación vendió recientemente otra de sus obras, en el mismo barrio, por 1,2 millones de dólares.
A decir de Wikipedia, su nombre podría ser Robin Gunningham, trabajador de clase media que fue descubierto por un reportero del periódico británico Mail On Sunday después de meses de trabajo encubierto para ganarse su confianza. Otros medios aseguran que se trata, sin embargo, del protagonista de su falso documental, Thierry Guetta. Las opiniones proliferan sobre un personaje que ha sabido escalar a la altura del antifaz, un Robin Hood al revés, que pinta para los pobres y vende a los ricos.
Hombre, mujer o grupo de creadores, el hecho es que nos encontramos ante una paradoja, la de un genio del arte y del marketing cuyos trabajos parecen estar por todas partes, mientras él permanece misteriosamente oculto (quizás porque es buscado, además de por un público con hambre de su obra, por la ley británica e internacional). Otra de sus contradicciones es que el mismo sistema al que satiriza lo haya acogido entusiasmado.
Héroe o villano, lo cierto es que hoy día ninguna colección de arte contemporáneo que se precie estaría completa sin un banksy. Sus stencils, cuadros o esculturas, ya sea invocando al horror o al humor, recogen la basura que la sociedad esconde debajo de la alfombra, los temblores y estupores de la vida, y los transforman en la voz de la inocencia perdida, amor a contracorriente, en reinas de sexualidad perversa, en guerrilleros cargados de flores, en ratas llenas de picardía… Imágenes que no revelan sin embargo ningún secreto del universo. Que son solo una declaración de guerra a la rendición, un maratón de dignidad frente a superficialidad plasmado en una pared que son mil paredes y mil mares en calma que se transforman en tsunamis según los ojos se vuelven hacia ellas. Paredes que, si hablaran, lo harían de ángeles enfermos, de héroes caídos, de inocencia perdida, de sombras y de soledad. Paredes donde se esconde esa mezcla de grandeza y desgracia que llamamos vida.
Escritor: Inmaculada Baena Cubas
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