Talla 10

texto de usos terapéuticos. Ya en la intimidad me siento a gusto. Aunque debo aceptar que la paranoia se ha presentado las últimas veces que he fumado. No por la planta en sí, sino por esto de que hay mucha policía y poca diversión; por un exceso de seguridad democrática, por un abuso de helicópteros sobrevolando los techos de las casas. Ya no alcanza el cielo. En fin, en el ADN se ha insertado el miedo como un componente más de éste.

Por vía acústica o visual los medios de comunicación y desde todos los flancos posibles, lo hacen recalcitrante para que no escape la piel, su principal objetivo. Hoy no quiero sentir miedo. Suficiente ha sido ya, levantarme con el despertador que sobrevuela en la mañana y en la noche, sin que nadie se atreva a decir que estamos en guerra, pues en nuestro imaginario sólo se concibe como tal, la primera, la segunda, la del Golfo, la fría; y estas nuevas sensaciones de asfixia, de impotencia, de segregación, de desesperación, son sólo un estado primigenio de esquizofrenia de una juventud desadaptada que no se amolda a los perfectos modelos económicos que ofrece una generación sapiente y monopolizadora del conocimiento, de las oportunidades, de la igualdad, de la vida.

observo el mortero de madera de la cocina con que se maceran los ajos y la pimienta en pepa y, que eventualmente uso para dejar nuestra sagrada planta latinoamericana en un polvo perfecto que llegue a las neuronas, sin escalas. Mientras detallo sus grabados recuerdo la primera vez que la usé. acaso no es ése el orden en el que se debe pensar.

Desde los bártulos de mi memoria a largo plazo, llega como un holograma la vez que mi novia (una que no veo hace diez años y que hacía parte de Green Peace) al regresar del baño me dijo: -me encanta cuando la toalla está usada de lado a lado porque siento que en realidad la necesitaba y que se pagó de principio a fin, de cabo a rabo, de Cabo al Cairo, de levante a poniente, de lo austral a lo boreal-. Y para garantizar que entendía de lo que me estaba hablando, me la mostró.

Con lo que no contaba era que esa mezcla había potenciado mi memoria a lo inimaginado hasta ahora. Recordé entonces un artículo que leí por el tiempo en que ella era mi novia: “El señor X” de Carl Sagan y que había publicado muy amablemente la revista Número; asumo hoy que, sometiéndose a unas críticas lapidarias por parte de personajes políticamente correctos de este país doble-moralista, actualmente de apellido Ordóñez.

Ese día de la mezcla trifásica, descubrí que la pimienta y los ajos eran tan mágicos como el café, como al ajenjo o el jengibre. Me descubrí mamado del absurdo conflicto que se había desatado en Tamaulipas, en Sinaloa, en Ciudad Juárez, y de la que no escapaban lugares tan cálidos y amables como Veracruz y Acapulco, y lo que más me ensombrecía era ver como Oaxaca y Campeche no escapaban al abismo. Noté entonces, que la marihuana no tendría nada que ver con este conflicto si se hubiera podido guarecer en la cocina al lado del laurel y el tomillo, y que ella al igual que la coca, estarían muy distantes de la pasta, de la base o de cualquier droga sintética que tiene bailando a las “élites”, en bares cinco estrellas de todas las ciudades del mundo y en donde no tienen cabida nadie que tenga que ver con talla 10.

Me encuentro de nuevo aquí y ahora, recuerdo que afuera mi familia me espera y que no tengo ni idea de cuánto tiempo llevo encerrado en este continuo deslizar por los rieles de la memoria. An, que ha hecho de cada día un regalo a su cuerpo, a su mente, a su historia, a la mía. Hace un tiempo, mientras caminábamos por la laguna de Guatavita, le inventé una historia a partir del evento en que un auto al que le habíamos hecho autostop, se había negado a llevarnos, ya que su copiloto que era una mujer, muy seguramente se lo impidió al joven que conducía; y le dije que quizás no nos había recogido porque la copiloto le había dicho al conductor que An era una zorra de gafitas…Se rió. Se rió mucho y sentí a su lado felicidad.
…He resucitado.

Escritor: Judith Sáenz.