Un momento en el sonido

A propósito del flamenco, el cuerpo, el sujeto y el espacio
“Ay alma profunda
Te invoco de nuevo!
en mi sangre tú bailas
Y en el pensamiento gritas,
arde mi corazón de tierra
en tus brazos de fuego,
y de luna acaricias mis flacos anhelos,
Ay alma profunda,
Llévame en tu vuelo!
(Leónidas)

En el escenario se apagan las luces y poco a poco comienza a distinguirse una silueta: los brazos extendidos hacia el cielo, las piernas levemente flectadas, la espalda recta y los pies firmes en el suelo, constituyen una postura receptiva a la música, que lentamente comienza a llenar el espacio. Los sones portadores “de los territorios que se extienden desde Huelva a las costas de Murcia y desde las arenas atlánticas y mediterráneas hasta Despeñaperros, la meseta castellana y Cáceres”1, envuelven el espacio. En el tablao resuenan los pasos de un cuerpo que se mueve al ritmo del compás. En el escenario se funden el tiempo y el espacio, en una experiencia corporal única e irrepetible.
Al mismo tiempo que cada fibra del cuerpo es movida por los sones provenientes de Andalucía, me pregunto ¿qué es el cuerpo?, ¿qué le sucede al cuerpo en este momento singular y fugaz?, ¿qué de particular tiene este instante?, entre otras interrogantes. Y es que la danza, instala al cuerpo en la encrucijada donde se cruza el tiempo y el espacio, el espíritu y la carne, permitiendo al cuerpo ser experimentado desde una nueva dimensión.
Las diversas teorizaciones respecto de la danza, plantean que ésta proporciona la posibilidad de habitar el cuerpo, como nunca ha sido habitado. Al ser el cuerpo “el soporte de la subjetividad”2, el movimiento de la danza ofrece al sujeto la posibilidad de resituarse con respecto a sí mismo, es decir verse y experimentarse desde otra perspectiva. Por esto es posible afirmar que la danza es una puesta en escena que “pone en juego” la identidad, ya que el movimiento remueve la materia, y por tanto la representación de sí mismo/a; es un “despegarse de la materia que toma a la materia como apoyo y vuelve a ella, transfigurándola”3.
1 Navarro, J. & Eulalia, P. El Baile flamenco. Una aproximación histórica. Almuzara. 2005. p.7.
2 Schilder, P. Imagen y apariencia del cuerpo humano. Buenos Aires, PAIDOS. 1958. p. 15.
3 Le Breton, D. Cuerpo Sensible. Santiago. Metales Pesados. 2010. p. 106.
La danza es una experiencia corporal evidentemente contraria a la cotidiana, donde el cuerpo se ve obligado a seguir los patrones de los movimientos socialmente definidos. Al ser una experiencia subversiva, la danza rompe las cadenas que atan al sujeto a los movimientos cotidianos, entendidos como “mecanismos reproductores de sometimiento, abyección y dominación”4. Al constituir un movimiento novedoso y singular, la danza libera al cuerpo de las constricciones, mandatos y deberes sociales.
En el escenario, el cuerpo liberado de las prescripciones comienza a dibujar su propio movimiento, llevado por el inconsciente, da rienda suelta a la imaginación. No hay tiempo y el espacio se crea mientras el sujeto baila.

La música penetra por cada vértebra del ser. Al danzar al ritmo de los sones del flamenco, el sujeto se instala en el escenario. La indumentaria (maquillaje, vestimenta, peinado), junto a una actitud corporal, transfieren al momento una dimensión teatral, dando paso a un funcionamiento más inconsciente. Es por esta razón que la danza es un juego, donde se funden la imaginación y la fantasía.
La danza es un simulacro placentero y problemático, ya que posibilita al sujeto transitar por caminos insospechados. Al danzar en el juego de los espejos, el sujeto enfrenta a su doble y a sus múltiples yo. Es así como la danza tensiona la experiencia subjetiva de la relación con el propio cuerpo y con el cuerpo del otro. Al subvertir los movimientos habituales y al interpelar al yo, la danza aparece como una oportunidad para abandonarnos, repensar la identidad y cuestionar los supuestos cotidianos.

La danza es un ahora, un momento presente pero proyectado, abierto, por lo que no se agota en el momento. Con la danza la subjetividad se vuelve dinámica. Al bailar podemos vivenciar que la subjetividad es solo un proceso, el “yo” es una abstracción, una idea: no soy, estoy siendo. La danza es una fuga ilimitada y única, que siempre excede todo intento por aprehenderla, por eso siempre es libre.
Al danzar podemos vivenciar y “…entender el cuerpo no como una entidad autónoma y cerrada, sino como un sistema abierto y dinámico de intercambio, que produce constantemente modos de sometimiento y control, así como de resistencia y devenires”5. Por esta razón la danza trastoca las coordenadas con respecto a nuestro lugar en el mundo; desdibuja los contornos y difumina los límites, dando lugar a un cuerpo abierto: a un sujeto proyectado al infinito.
4 Lepecki, A. Agotar la danza. España. Universidad de Alcalá. p.25.
5 Ibid. pp. 20-21.
Bibliografía
Le breton, D. (2010). Cuerpo sensible. Metales Pesados, Santiago.
Lepecki, A. (2009). Agotar la danza. Performance y política del movimiento. Universidad de Alcalá, España.
Navarro, J. & Eulalia, P. (2005). El baile flamenco. Una aproximación histórica. Almuzara, España.
Schilder, P. (1958). Imagen y apariencia del cuerpo humano. PAIDOS, Buenos Aires.

 Escritor: maria paz zorbas