Una de las prácticas que modelan nuestra sociedad de consumo

Es posible que muchos hayan escuchado el término obsolescencia y se pregunten cuál es su significado. Ésta derivación de la palabra obsoleto, cuyo significado para la RAE es “anticuado” o “inadecuado a las circunstancias actuales”, tiene mucho que ver en el que hacer de nuestra sociedad actual. La obsolescencia es un término que tiene una aplicación en el ámbito económico del sistema social en que vivimos y tiene que ver con la necesidad de producir ilimitadamente, para obtener ganancias y sostener la estructura de una economía de la cual depende la mayoría de las personas en el mundo. De esta forma, la obsolescencia programada determina que muchos de las mercancías que se producen tengan una vida útil acotada, para que ese bien no deje de ser una necesidad y en contraposición, se incremente su consumo.

La obsolescencia de las cosas puede tener diferentes causas, una de ellas puede ser que el propio adelanto tecnológico (fruto de la investigación) produzca un objeto, un bien o una cosa renovada con más y mejores características que su antecesor generando un consumo del mismo, por confort o conveniencia. La obsolescencia programada supone en cambio, una intervención antojadiza en la durabilidad de los bienes, para que sean descartables cada cierto tiempo y propicien la reposición del mismo por uno de iguales características. Objetos domésticos de uso común, desde una ampolleta o un calcetín, pasando por teléfonos celulares y computadores, hasta electrodomésticos y automóviles; todos estos bienes y sus servicios asociados son ejemplos cotidianos de la existencia de la llamada obsolescencia programada. Pero surge la pregunta: ¿obsolescencia programada por quién?

Por supuesto el síntoma del comprar y reponer periódicamente un objeto, cuya vida útil termina, obedece a una causa que resulta ser el motor de una sociedad de consumo: la producción infinita. ¿Qué sucedería entonces si la ampolleta producida por una empresa y que está destinada a durar mil horas encendida, permaneciera diez mil horas encendida, o mejor aún cien mil horas? La respuesta aparece inmediatamente: se producirían menos ampolletas ya que las personas comprarían menos de estos objetos, dada su alta durabilidad, no teniendo que cambiarlas en casa por un período mucho más prolongado de tiempo. ¿Cuál sería el destino de la compañía? Bajo los preceptos de la lógica de mercado, sería posible que al corto plazo adquirieran gran prestigio por elaborar productos de alta calidad y sus ventas se elevarían con respecto a su competencia. Pero en el mediano plazo estarían destinados al fracaso, ya que bajarían su producción, se reducirían las ganancias, habría despidos, pudiendo generarse con seguridad la quiebra de la empresa. Se debe prever entonces la “eternización” de la empresa. Se debe crear una estrategia, un plan.

El cartel Phoebus Phoebus existió hasta 1939 y dominó los precios durante 15 años, período en el que entregó estabilidad a las empresas del rubro, aunque la decisión de este conglomerado de no otorgar productos de mayor durabilidad, les revistió de muchas críticas. he aquí a la eternidad Así, este modelo de cómo hacer negocio ad eternum -como se le podría llamar a la obsolescencia programada- parece haberse impuesto como una eficiente forma de la perpetuación de un ejercicio económico fundamental: la compra y la venta o el “adquirir algo para reponerlo”. De ésta forma y aparentemente con más frecuencia nos encontramos en el mercado con máquinas de afeitar que superan a su predecesora en calidad por centésimas de milímetros cada vez, o se nos ofrece baterías que brindan mayor rendimiento que el modelo anterior, teléfonos con más y mejores aplicaciones, nuevos sistemas operativos de computación que actualizan nuestro desempeño electrónico.

Últimamente se ha denunciado en internet (redes sociales como Facebook y otros sitios como Youtube) la desaparición del mercado de repuestos útiles para componer los equipos que son adquiridos en cierto momento (impresoras, teléfonos, computadores, etcétera) bajo el pretexto de los distribuidores de: “para que va a comprar un repuesto que es casi del mismo valor que comprar un producto nuevo” o simplemente: “no existen repuestos para este artículo”, circunstancia que ha obligado a muchas personas en el mundo a continuar adquiriendo nuevos productos, o sea, a hacernos parte de la obsolescencia programada.

Autor: Christian Navarro