Una reflexión espontánea sobre el Plan de ordenamiento territorial.

Hace unos días viajando hacia el norte de la ciudad, levanté un poco la vista y pude notar que el paisaje había cambiado de manera considerable: Recordé que no hacía mucho podía disfrutar del verde de la montaña y de imágenes tan maravillosas como el pequeño árbol solitario de la punta de la colina, simplemente hermoso, frondoso y solitario, al margen de todo y notablemente por debajo de él, el tapiz natural de la hierba, ¡si alguien lo hubiera visto como yo, es seguro que hubiese deseado estar allí!. Era tan especial que bien pudo ser merecedor de una postal, pero hoy en su lugar tan solo se vislumbra la tierra erosionada y la publicidad de los nuevos apartamentos. ¡¿Cómo es que el verde se torno cada vez más café?, ¿cómo es que en vez del árbol, resalta el amarillo de las maquinas excavadoras?!, aquellas culpables del cambio drástico de aquel paisaje.

Quizá muchas personas no se percaten de esto, quizá las personas imaginan que no tiene importancia y que todo es posible cuando de avanzar se trata, que la construcción genera empleo y aún más, que no podemos quedarnos atrás en cuanto al desarrollo urbanístico de las ciudades; ¡pues resulta muy cierto!, pero a mí me causa cierta incomodidad y hasta quizá un poco de angustia. Considero los pro y los contra, pero me detengo a pensar en el mañana: me doy cuenta que hacia el norte donde voy cada domingo a visitar a mi madre, ahora hace mucho más calor que antes y estoy segura que ella ya no olvida donde dejó por última vez la llave del ventanal como ha sido su costumbre, porque este simplemente permanece abierto.

Pensaba en todo esto siendo mucho más joven, cuando todavía vivía con mis padres, pero no con la misma intensidad ni con el mismo enfoque que lo hago hoy, la frecuencia cambió ¡claro! porque en ese entonces no veía tanto canales como Discovery Chanel o la National Geografic, y no me sentía tan curiosa por el tema ambiental, pero si sentía cierto sin sabor cuando pensaba en la nefasta idea de ver desaparecer ese lugar casi virgen del que yo disfrutaba en las tardes después de salir de la universidad.

Muy ingenuamente pienso hoy que de un modo u otro, cuando conocí el Plan de ordenamiento territorial sentía un respiro, un corto alivio, imaginaba que siendo esté una herramienta de organización que facilita la planeación del territorio desde la perspectiva física y socioeconómica, también era ese elemento encaminado al respeto del medio ambiente, precisamente cuando se trataba de modificar o preservar las regiones en materia de desarrollo de la población. Quise pensar en que era una respuesta permanente, que era lo que iba cambiar ese deseo y necesidad de ir acabando con lo que era natural, dada la premisa preponderante en estos planes de la preservación y la recuperación paisajística y además de la obligación de identificar zonas de alto valor ambiental.

Me di cuenta que no, porque para mi sorpresa, hoy que recuerdo los mapas que mostraba el profesor en las clases de derecho urbanístico e inmobiliario, en un diplomado realizado por la Universidad de Antioquia en el 2012, las zonas de impacto para el desarrollo del Plan de ordenamiento territorial, frente a la parte de reserva ambiental eran considerables en un principio y se suponía que el hombre no podía construir allí, pero esa vasta zona ya no lo es, pasó a ser muy reducida y el color verde del mapa que enseñaba estos lugares, ya es tan gris como las que mostraba las áreas susceptibles de ser explotadas y por ende aptas para construir.

Esta es la historia de las montañas aledañas a la casa de mi madre, y de otras zonas de gran popularidad nombradas por artículos de periódicos reconocidos, cuando alertando a las personas en el cuidado en las vías, indican claramente el cambio funesto para muchas especies de animales que mueren arroyadas por vehículos automotores, estos animalitos al salirse a los caminos no se dan cuenta que parte de su hábitat ya se ha perdido.

Pienso en el ciudad, en el país, en el continente y desde luego en el planeta, y me pregunto si herramientas como el Plan de ordenamiento territorial podrían no ser tan solo mecanismos que a coadyuvan a la tala de árboles, a la erosión de la tierra y a la desaparición de paisajes, pienso en la idea de que sea un plan tan responsable que en el futuro evitaría a toda costa la pérdida de nuestros recursos y nos permitiría conservar los recuerdos de árboles hermosos al final de alguna colina.

Escritor: Yurley Cristina Cardona Cadavid.