En la década de los años 30, la productora Universal popularizó el cine de terror con su inmortal catálogo de monstruos. El auge de este tipo de cine caracterizado por el maquillaje, las sombras y unos decorados tenebrosamentenaïf abrió la puerta al cine fantástico. Sin embargo, con la llegada de la II Guerra Mundial estos seres estrambóticos, sacados casi todos de la literatura, y con una excesiva capa de pintura dejaron de dar miedo a un público conocedor de primera mano los horrores de una guerra en la que murieron miles de personas.
En esta época, además, el género fantástico se vio ridiculizado por las parodias del cine cómico «El gordo y el flaco» imitaban a estos monstruos clásicos sin ningún tipo de piedad: Drácula, la Momia, el Hombre invisible… Además, la censura americana obligó a la certificación por edades, haciendo que a mediados de los 40 el cine fantástico prácticamente desapareciera. Pronto, sin embargo, el ser humano encontró otra cosa a la que temer y, por supuesto, l cine estaba allí para aprovecharse. Al terminar la II Guerra Mundial y con el lanzamiento de las dos bombas atómicas sobre Japón, el miedo a la era nuclear o a la posibilidad de que estallara una tercera guerra fue suficiente para que todos los habitantes del mundo tuvieran pánico.
Ya en los 50, todas las miradas estaban puestas no en la tierra sino en el cielo, hacia dónde se lanzó el famoso satélite Sputnik. Pero esta década también destaca por la creación del microondas, el sonido estéreo y el control remoto, invento fundamental para esta incipiente sociedad televisiva. La tecnología y la ciencia estaban de moda. Fue la época del macarthismo, en el que se sintió más que nunca el famoso eslogan del «sueño americano». Mientras medio mundo se reconstruía, unos cuantos privilegiados se dedicaron a construir viviendas, autopistas y vehículos por todo Estados Unidos. Miles de personas se mudaron a las afueras de las ciudades donde formarían familias y acumularían bienes. La televisión sería la responsable de comunicarles con las grandes metrópolis, además de mostrarles qué comprar y a quién votar como presidente. Si se produjera un ataque nuclear, estos lugares serían el refugio idóneo y el escenario principal de todo un conjunto de filmes de los años 50.
En definitiva, la Guerra Fría y, en especial, la carrera armamentística, la investigación en naves espaciales para llegar a la luna y el miedo al forastero fueron argumentos más que suficientes para que Hollywood trasladara la realidad a la gran pantalla. Con todo ello, la década de los 50 supuso el nacimiento de un nuevo género cinematográfico: la ciencia ficción. Nacida de la mano de películas de serie B, la ciencia ficción en sus inicios era considerada un género menor. No fue
hasta 1968, cuando se estrenó «2001: Una odisea en el espacio» y «El planeta de los simios», que se dieron cuenta de la inteligencia de un género fantástico sumamente conectado con la realidad y que no sólo se dirigía a un público juvenil.
La ciencia ficción estadounidense se convirtió en el escaparate de las tensiones de una generación. Aquellos «it» o » them», criaturas inclasificables, desconocidas para los humanos, tenían nombre propio en la vida real: «comunistas» o «guerra nuclear». La retroalimentación entre el cine y el inconsciente colectivo es principalmente lo que ha hecho grandes a estas obras. Estas películas se caracterizan por su sentido de la maravilla, por su tono ligero en clave de aventura, por su ingenuidad y por la falta de rigor científico: ropas espaciales nada reales, vehículos con un diseño delirante, artilugios futuristas enormes, un vocabulario científico imposible, etc. A menudo, el punto débil de estas películas era precisamente su razonamiento, ya que llevaban las cosas al límite para obtener una explicación. Los protagonistas de estas obras solían ser
extraterrestres, y los argumentos de los filmes: ataques de platillos voladores, hombrecillos verdes decididos a conquistar la Tierra, etc. Filmes paradigmáticos de esta época dorada de un género nunca valorado del todo son «Destination Moon» (la única película de ciencia ficción que ha dejado de ser fantasía para convertirse en realidad), «This island Earth», «Invaders from Mars», «Invasion of the body snatchers», «The day the Earth stood still» Ultimátum a la Tierra», que retrataban a la perfección la inquietud ante el extraño. Pero sin duda, el argumento que más ha perdurado durante los años es el de «The War of the Worlds», aquí traducida como «La guerra de los mundos» (Byron Haskin, 1953).
Esta película cuenta la historia de una pareja que escapa de un ataque alienígena. Miles de naves espaciales invaden el planeta destruyendo todo lo que se les cruza por delante. Ni el ejército ni la bomba atómica puede detenerlos. Basada en la novela homónima de H.G. Wells (1898), su argumento es una clara referencia al colonialismo de finales de siglo XIX y principios de XX. Según esta interpretación, lo que se pretende es que el hombre contemporáneo de la época conozca desde el otro lado lo que el ser humano ha estado haciendo y hace desde hace milenios: conquistar territorios y aprovecharse de la gente y sus recursos. Un magnífico ejemplo de que la ciencia ficción no son sólo historietas de androides con antenas en la cabeza o de simples luchas entre máquinas de otros planetas más o menos imaginativas, sino todo esto y, además, una crítica social del momento y una manera popular y fantástica de mostrar los miedos y las preocupaciones de los ciudadanos.
Escritor: Eric Monteagudo Guerrero